El Secreto del Mago (Capítulo 2): Demonios de Mil Pieles

 

La luz del amanecer apenas brillaba a través de la pequeña abertura que hacía de respiradero de la bodega, cuando el llamar de unos fuertes nudillos casi tira al aterrorizado muchacho de la vieja red que le hacía las veces de cama.

 -Se acabó... están aquí- Tembló con los labios sangrando de tanto morderselos. La llamada se repitió un par de veces antes de que la voz grave de su padre le llegara desde el otro lado.

 -Chico, ya amanece y las aves esperan- Hizo una pausa esperando un bostezo o una reacción y  al no escuchar nada la irritación impregnó su voz- Que no tenga que volver a bajar- Antes de que pudiera contestar, los pasos de su padre se perdieron entre los crujidos de la bodega y el claro cantar agua hasta desaparecer.

 -Padre…- Susurró al camarote vacío sin atreverse a bajar. Según contaban en el pueblo, las sombras y una terrible y maléfica llama capaz de consumir la piedra, eran las mayores aliadas de los demonios que provenían de las marchitas tierras del Brasal. Por lo que seguramente, en cuanto bajara un solo pie al suelo de madera del barco, aparecería una sombra reptante que lo atraparía.

 -¿Es posible que esos demonios duerman? No, seguro que salen de esos cuerpos humanos que han ocupado  y se pasean desnudos en las noches sin luna, tal y como contaba el viejo Candhú.- Durante un instante, permaneció en silencio hasta que una idea iluminó su mente con la intensidad de un mediodía.

 -¡Eso es! ¡Luz! ¡La luz y el fuego destruyen a las sombras!- A tientas cogió una vela de sebo de baijí y la prendió con un trozo de piel de raya verrugosa, raspando con la uña del pulgar hasta que nació la esperada chispa.

 Las sombras del camarote retrocedieron como era habitual y el muchacho, temeroso de la ira de su padre, se atrevió a abandonar la red de un salto. Acuclillado en el suelo, esperó unos instantes a que un viscoso tentáculo de sombra desafiara a la llama, pero esta crepitó alegre en su mano hasta que el muchacho abrió la puerta y se internó en la bodega sin atreverse a cerrar el almacén tras él.

 Los demonios brasalis dormían plácidamente en el suelo de la bodega envueltos en largas mantas de piel. Su líder, más alto que su padre y que había cometido la blasfemia de hacerse pasar por un venerable, era el más cercano y su gran corpulencia y larga barba negra le daban un aspecto más feroz que el de una bestia.

 -Podría… podría coger el cuchillo de cortar las cabezas del pescado y rebanarles el pescuezo- meditó durante un instante. Por un momento, se vio victorioso ante los cadáveres de los demonios sureños, con las gargantas rajadas, su sangre inundando la bodega y los rostros boqueando como si fueran peces. Imaginó a su orgullosa madre y a su padre adelantando su día del alma, dándole un nombre de héroe por su gesta y ofreciéndole la cabeza del baijí en la cena.

 Pero entonces, uno de los demonios lanzó un sonoro ronquido y el muchacho regresó a la realidad. La de la oscura bodega donde un niño con una vela pretendía matar a más de una decena de guerreros adultos.

-No seas estúpido- Se reprendió reanudando el paso –Aunque pudieras conseguirlo, seguramente las sombras que habitan en sus cuerpos saldrían y nos matarían a todos- Tragó saliva, sintiendo como una mirada invisible le seguía hasta que llegó a la escalera y los primeros rayos del día bañaron su silueta.

-Debo hablar con padre, él sabrá que hacer- Decidió antes de posar la vela y subir a toda prisa a cubierta.

 Desde la oscuridad, los ojos de Martillo lo siguieron con expresión divertida hasta que el muchacho desapareció de su vista. El capitán de la brigada se rascó la barba, pensativo, intrigado por saber que había llevado al hijo del pescador a usar una vela, cuando ya había visto que conocía cada rincón del navío de memoria.

 La vela de sebo chisporroteó agonizante por toda respuesta y la bodega regresó a su oscura penumbra habitual.

 En la cubierta del Zelam reinaba un silencio apacible solo roto por el graznido nervioso de las aves de pesca que esperaban impacientes el desayuno dirigiendo miradas de reproche hacia Múo. Indiferente, el curtido pescador Burdeni observaba el horizonte y arrojaba trozos de pescado seco de un cuenco a las aguas con actitud solemne.

 -Padre… ¡Padre!- Exclamó el niño tropezando con el cubo de comida de los cormoranes y cayendo al suelo lleno de tripas de pescado –¡Tengo que hablar contigo!-

 -Estoy alimentando al día por su victoria contra la oscuridad, chico- Le reprendió irritado sin volverse- Algún día tu tendrás que hacerlo también para evitar…-

 -¡Padre, por favor! ¡Es importante!-Lo interrumpió casi con un chillido. Múo arrojó el resto del cuenco a las aguas del lago y se volvió hacia su hijo, más extrañado que molesto.

 -¿Más importante que la victoria del día sobre la noche eterna?- Le preguntó con voz severa.

 -¡Sí! ¡Por favor, debes escucharme!- Suplicó tironeando de la falda larga tradicional burdeni a punto de romper en llanto.

 -Calma, hijo mío, te escucho. Habla; ¿Qué te ha asustado tanto?- Le preguntó preocupado, inclinándose para abrazarlo.

 -¡Los invitados! Ellos no son…- Hipó desconsolado con el rostro hundido en el pecho de su padre.

 -¡Buen día a todos los presentes!- Tronó una voz bronca y bostezante a su espalda seguida por dos pesados pasos en su dirección.

 -Buen día para ti también, guerrero Mahra- Saludó Múo levantándose para hacer una pequeña reverencia.

 La sombra del más alto de todos los demonios sureños se alzó entre él y su padre, apagando la luz del sol y cortándole cualquier vía de escape que no fuese saltar al mar. Paralizado de terror, sintió como su vejiga se aflojaba cuando la enorme mano del infante pesado Yunque se posó sobre su hombro.

 -Me ha parecido oír que alguien lloraba… ¿A qué viene ese llanto?- Preguntó jovial volviendo al muchacho hacia él y acuclillándose para mirarlo a los ojos.

 -Yo también quiero saberlo, honorable-  Respondió el pescador sin fijarse en el reguero de orín que bajaba por la pierna derecha de su hijo – Dime hijo mío… ¿Qué te ha perturbado tanto?-

 El muchacho se sintió como si estuviera a punto de perder el sentido. Los fríos ojos azules como el cielo del monstruo que habitaba aquel cuerpo lo miraban sin parpadear, tal vez para meterse en su cuerpo y devorar su alma. Quiso apartar la vista, echar a correr o alertar a su padre pero su cuerpo se negó a moverse. Atrapado por aquellos ojos asesinos iguales a los de los enormes peces tigre que pescaban en las profundidades del lago.

 -Tu padre me ha dicho que quieres tener un nombre de guerrero, ¿Verdad? Pues los guerreros no deben llorar- Sacudió levemente el hombro del chico para animarlo- Deben hacer que otros viertan las lágrimas que ellos guardan dentro, en forma de sangre-

 -O que en su muerte, las vierta la comunidad para honrar su servicio- Añadió Múo con tono de voz mucho más cálido del habitual- Y ahora dinos, hijo mío ¿Qué es lo que pasa?-

 El hijo del pescador se giró hacia su padre respirando con dificultad. Una parte quería decirle la verdad, decirle que monstruos y demonios sureños viajaban a bordo de su amado barco para matarlos cuando menos lo esperasen. Quería decirle que no quería que los espíritus de las sombra entraran dentro de él y se comieran su alma, que no quería ser uno de los niños desobedientes que participaban en las historias del viejo Candhú… pero por desgracia, esa no fue la parte de él que venció.

 -Padre… he soñado que moría, que los espíritus de la sombra y el fango hundían el barco y lo arrastraban a las profundidades. He soñado que había demonios en la bodega, que se arrastraban en la noche y nos cortaban las gargantas como en los cuentos de…-

 -Como en los cuentos de Candhú, lo sé- Suspiró su padre, acariciándole el pelo para tranquilizarlo. –Ya te he dicho que muchas de las cosas que cuenta son eso: Cuentos. Los espíritus de la sombra y el fango no pueden hacernos daño mientras el día salga triunfante y los demonios brasali luchan al sur, contenidos por los mejores guerreros que las trece tribus han visto jamás-

 -Idiota- pensó Yunque entrecerrando los ojos mientras el pescador consolaba a su hijo- Las cabezas de los mejores guerreros que vuestras tribus han visto jamás, sufrían la maldición del Coloso clavadas en picas cuando partimos-

 -Tu padre tiene razón, muchacho- Se limitó a decir mientras se incorporaba – Además, todos los hombres, espíritus, bestias y elementales mueren. Hasta los dioses del lago se sumergirán algún día en un sueño parecido a la muerte, cuando el agua se seque y los huesos de los baijíes gigantes formen las nuevas montañas del mundo-

 -Cierto, aunque eso sucederá dentro de mucho tiempo. Tanto que puede que ni el triunfante día lo vea- Múo besó la frente de su hijo, tomó un puñado de tripas y lo lanzó hacia las aves que atraparon algunas al vuelo – Ahora, ve a darles de comer si no quieres que sean ellos los que te devoren-

 El muchacho lanzó una última mirada suplicante a su padre y empezó a meter las tripas llenas de orín de vuelta al cubo. Yunque lo observó un instante antes de dirigirse a la borda opuesta del navío y empezar a subir las pesadas redes con la captura de la noche mientras Múo corregía el rumbo.

 

El mago auxiliar Teneb observó con impotencia la lejana silueta del Zelam desde la pronunciada pendiente rocosa, donde se había acomodado a descansar tras haber usado la magia más allá de su límite seguro. El lado izquierdo de la cara morena del muchacho estaba hinchado y enrojecido tras habérselo frotado con una planta urticante y la lesión de la muñeca, había empeorado después de haber intentado girarla como un molinillo para comprobar si volvía a su sitio.

 -Más cerca… pero sigue demasiado lejos- Se lamentó antes de apartar de su mente, por quinta vez, la idea de averiguar qué pasaría si se hacía una bola y rodaba hasta la playa.

 A pesar de haber conseguido seguir el ritmo del navío hasta adelantarlo para descansar, el rumbo del barco se había alejado demasiado de la costa, internándose en el interior del lago Ázur, y ahora su poder no era suficiente para alcanzar un lugar cercano al Zelam sin arriesgarse a morir ahogado después de nadar hasta el agotamiento.

 -Si tan solo consiguiera acercarme un poco más…- Gruñó frustrado sin dejar de mirar la lejana silueta del barco -¡Maldita sea! ¡No me voy a lanzar rodando pendiente abajo!- Estalló en voz alta abofeteándose con la mano sana para centrarse.

 Pero la brisa fresca que acunaba el lago y las aves que la surcaban no se dignaron a responderle.

 -¿Y si busco escorpiones para ver si los de esta zona son tan agresivos como los de Kázigex?- Susurró de forma muy razonable una voz en su cabeza- Podría saber si la picadura es tan vene…-

 El pensamiento intrusivo del mago se cortó cuando volvió a abofetearse con tanta fuerza que perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza contra una roca afilada. Aullando de dolor, retorció los pies y las manos tratando de aguantar las lágrimas de desesperación y rabia, pero al final cedió y se cubrió la herida con la mano buena, encogiéndose en posición fetal hasta que el dolor le permitió incorporarse de nuevo.

 -Jodido- Susurró al ver la silueta del barco alejándose a su derecha, abandonando la línea de costa para trazar una ruta más rápida hacia su destino- Estoy soberanamente jodido-

 Por un momento casi pudo oír cómo habrían silbado Esquivo o Tecla de haberlo escuchado decir aquellas palabras –¡Mirad!- habrían dicho burlones atrayendo la atención de los demás sobre ellos –¡El niño prodigio ya habla como uno más del ejército!- Ánfora lo habría mirado con severidad, sacudiendo la cabeza y tal vez Ristra le habría guiñado un ojo o le habría atizado con un cucharón, lo cierto es que no tenía muy claro cuál sería su reacción.

 Aquel pensamiento instaló en su cabeza la horrible posibilidad de no volver a ver a la que ya comenzaba a considerar como su nueva familia, haciéndolo jadear mientras luchaba por tranquilizarse. Ignorando el calor, se recostó boca arriba sobre el peñasco que le había servido de almohada y respiró hondo, tratando de recobrar el control.

 -Vale, recuerda las enseñanzas de la academia: Un mago sin magia sigue siendo un erudito- Su estómago gruñó una vez más, recordándole el pescado seco que había comido hacía ya casi un día en la cubierta del Zelam –Como si eso me fuera a servir de algo para sobrevivir aquí fuera-

 -¿Qué haría Ánfora en esta situación?-Se preguntó, recordando el anciano rostro ajado del alquimista- Posiblemente inmovilizarse la mano y buscar plantas comestibles…  lástima que no conozca ninguna de las que hay en esta costa-

 Su estómago gruñó de nuevo cuando el hambre le trajo a la mente los árboles frutales que crecían en el jardín de la academia de Ishvilla y de los cuales, los alumnos podían comer libremente hasta reventar. Eso le recordó como él mismo había preparado su examen de adepto de la academia, bajo un árbol de jugosas carambolas en una cálida y tranquila noche de verano. Y si se concentraba, casi podía notar el sabor fresco y ácido de la fruta en la boca, el suave tacto liso de la hierba acariciando sus limpios pies descalzos y el claro sonido de los cuatro campanarios que marcaban las horas nocturnas con una única y delicada campanada.

 No había pasado ni un año de esa noche.

Las lágrimas de sus ojos dejaron de ser solo de rabia y se impregnaron de tristeza. Una sensación de ahogo familiar comenzó a invadirle, la misma que había tenido los días siguientes a la caída de Dallan: Una presión en el pecho que le arrancaba el aire, aplastaba su estómago y le daba ganas de echar a correr o tirarse al suelo hasta que todo el mundo desapareciera.

 -¿Por qué a mí? No lo entiendo…- Se torturó, mirando con desconcierto al día radiante que parecía ajeno a cualquier desgracia o preocupación -¡¿Por qué soy yo quien está aquí y no otros?! ¡¿Por qué solo encuentro muerte, sed y polvo a donde quiera que miro?!- Miró al barco, cada vez más lejos hacia un rumbo desconocido.

 -¿Por qué no puedo volver a casa…?- Sollozó dolorido, hambriento y desesperado.

 Las palabras de Ánfora resonaron en su mente como una pequeña luz entre la negrura de sus pensamientos –Nada te impide pensar eso, joven mago. La marca que la muerte y la injusticia dejan en nuestras almas es muy profunda, a veces incluso eterna. Sin embargo, cuando te venza el desánimo, recuerda que incluso en el desierto nacen flores; Mientras se mantenga en movimiento, la vida siempre prevalecerá, encontrando la forma de abrirse paso-

 -Y si hay vida, hay esperanza- Completó el mago con un susurro, sintiendo el abrazo del viejo alquimista cubierto de polvo, cuando la losa que supuso el destino de Dallan cayó sobre él con fuerza suficiente para quebrarlo por completo.

 -No es momento para rendirse…- Gruñó entre dientes tratando de hacer frente al dolor y el hambre hasta que consiguió levantarse. La vela del Zelam apuntaba ya en dirección opuesta y el barco estaba tan lejos que tenía que entrecerrar los ojos para verlo.

 -Me da igual lo lejos que esté- Exclamó con tono combativo-Soy Teneb, adepto de la esfera de la humanidad y mago auxiliar de la Última de Dallan... y volveré con mi misión cumplida aunque tenga que ir a pie hasta la mismísima Kavashtán-

 Envalentonado por sus propias palabras, el joven mago se calzó de nuevo las sandalias e ignorando los pensamientos que le recomendaban lanzarse rodando pendiente abajo, comenzó a descender al trote hasta la apacible playa.

 

 En el Zelam, la fatigada mirada de Ánfora recorría sin descanso la cada vez más lejana línea de costa. Asomado a la borda, el viejo alquimista de la brigada fingía orar al día triunfante mientras por dentro discurría alguna forma de sacar al miembro más joven de la brigada del apuro en el que estaba metido.

 -Mantente cerca de la playa, muchacho. No se te ocurra internarte bajo ninguna circunstancia en el desierto- Pensó en silencio por quinta vez a modo de plegaria por si alguien quisiera oírla.

 Tras él, Ristra destripaba los pescados de la captura nocturna estratégicamente colocado para poder conversar en susurros con el alquimista y el recluta Murmillo, que separaba las tripas más gruesas y los ojos de los peces en dos cubos de madera con la mirada perdida.

 -¿Ves algo?- Preguntó por décima vez el cocinero, crispando los nervios del alquimista.

 -¿Si viera algo crees que estaría aquí rompiéndome la espalda?- Gruñó en voz baja- Si el muy idiota no se hubiese llevado el catavistas podría encontrarlo mucho más fácilmente- Suspiró, dejando entrever que lo que menos le importaba era su invento-  Pero te aseguro que si lo veo, serás el primero en saberlo-

 -Pero si queremos encontrar a Teneb para que regrese al barco… ¿Por qué nos alejamos?- Preguntó Murmillo explotando el ojo de un pez plano por accidente. Ristra sonrió al ver la expresión de asco en el rostro del joven.

 -Eso es fácil; por los bajíos- Respondió Tecla desde las profundidades del largo sombrero ancho burdeni bajo el que se cobijaba- Esta zona de la costa está llena de bancos de arena creados por las corrientes y rocas afiladas como cuchillas- Soltó una risita antes de proseguir- Si el barco se acerca demasiado, le harán lo mismo que Tarja quiere hacerle a Yunque desde que el muy imbécil se burló de su unidad-

 -¿Y no hay forma de navegarlos?- Quiso saber Murmillo extrañado por el aspecto apacible del lago.

 -Por supuesto, pero no hay necesidad de hacerlo- Contestó Tecla desperezándose bajo el sombrero –Y menos para nuestro anfitrión, que no sabe nada acerca de…-

 Se hizo el silencio cuando la mujer de Múo se acercó a ellos para examinar sus progresos con el pescado e intercambiar unas pocas palabras educadas antes de alejarse hacia su marido, que se encontraba en la popa del barco atendiendo a la caña del timón.

 -Que no sabe nada acerca de cierto mago atrapado en tierra de nadie- finalizó.

 -La verdad, me da bastante pena- Comenzó de nuevo Ristra en voz todavía más baja.

 -¿Teneb? Es un chico listo, seguro que todavía no está muerto- Bromeó Tecla, por supuesto nadie se rio.

 -No, ella- Dijo el cocinero de la brigada señalando a la mujer del pescador- Ni siquiera tiene un nombre al que aferrarse si lo pierde todo-

 Ánfora abandonó su incómoda posición y se sentó en el suelo con ellos, estirando su corto cuello con un sonoro crujido que delató su avanzada edad.

 -No hay nada que hacer hasta que volvamos a la costa… - Gruñó lanzando una mirada furiosa al inocente pescador- En cuanto a lo que dices; Es una costumbre Burdeni. Solo tienen nombre…-

 -Aquellos que tienen una ocupación importante que se lo otorga, sí, lo sé- Interrumpió el cocinero- Pero eso no significa que no pueda sentir pena por alguien que vivirá toda su vida sin algo tan primario y básico como un nombre-

 -¿Pero de qué hablas?- Le preguntó la mujer incrédula con una sonrisa burlona- ¡Si la gran mayoría de los pobres diablos que servimos en los seis ejércitos estamos en la misma situación!-

 -Pero nosotros tenemos el nombre que alguien nos dio y el servicio militar no puede cambiar eso- Respondió el cocinero abandonando el pescado y encarándose hacia Tecla con el bigote erizado- Y en los momentos más negros, podemos aferrarnos a él para conservar la cordura cuando todo se viene abajo. Esta gente en cambio, no tiene derecho a algo tan básico para el espíritu como un nombre.-

 Tecla encontró una réplica a las palabras del cocinero, pero la contuvo en sus pensamientos –No te preocupes, viejo guisador: El brasal cambiará eso- contestó con voz neutra.

 -Para bien o para mal- Apuntó Murmillo con tono amargo dejando a un lado su pescado. Con un profundo gesto de asco trató de limpiarse las manos llenas de sangre y vísceras en las tablas del barco sin demasiado éxito.

 -¿A qué te refieres, recluta? ¿Estás triste porque ahora vuestras mujeres no son esclavas?- Preguntó Tecla maliciosa antes de que Ánfora le diese un fuerte puntapié que la hizo callar.

 Murmillo la miró fijamente con una ira apagada y marchita en sus ojos color miel –No, estoy triste porque nuestras mujeres ahora ya no están vivas- Contestó antes de sumirse en un torvo silencio mientras continuaba con su tarea.

 El cocinero y el alquimista lanzaron a Tecla una mirada de reproche, pero la joven se encogió de hombros y regresó al refugio que había encontrado bajo el sombrero del pescador. Allí, invisible a las miradas del resto, observó en silencio como el fornido joven terminaba la labor y se alejaba con los dos calderos arrastrando los pies hasta desaparecer de su vista.

 -Eres un imbécil, recluta Murmillo- Pensó la muchacha airada poniendo los ojos en blanco- Con todas las personas que has matado, vas y te lamentas por el destino de unas muertes que no deben caer en tu conciencia-

 Aquel pensamiento ácido la hizo recordar cómo había actuado el joven de cabellos negros en el asedio de Dallan: Como se había abierto paso con su tridente a través de los determinados defensores del primer muro, su habilidad para infligir dolor y la frialdad que había mostrado a la hora de matar a los ancianos indefensos nacida de la experiencia.  Tecla sintió como la bilis de la ironía se agolpaba en sus labios, intentando escapar en forma de palabras hirientes.

 -¿Qué derecho tienes para decir algo de los ejércitos del Brasal con todo lo que has hecho contra tu pueblo?- Escupió en voz baja para que nadie pudiera oírla -¿Crees que por colocarte en contra de lo que hicimos vas a sentir menos culpa?-

 Durante un momento esperó, deseando casi que el joven volviese y la confrontara, pero solo el sonido de las olas y el graznido lejano de los cormoranes atravesaron la cubierta del navío hasta su improvisado refugio. Molesta, la muchacha bajó todavía más la enorme visera del gorro y reprimió un bostezo de aburrimiento.

 -Una semana más de viaje hasta llegar a Kavasthán- Se dijo – Una semana más a bordo de este cascarón sin que pase nada más interesante aparte de ver como Yunque y Tarja escalan el conflicto hasta acabar follando como animales- La imagen de ambos soldados disfrutando el uno del otro en la bodega del barco estuvo a punto de provocarle una arcada.

 -¿Y después? Solo el capitán, el estirado de Trujillo y el señor del conocimiento Lifer lo saben…- La brisa marina le recorrió la espalda, provocándole un escalofrío que la hizo pegarse a la pared de la borda, incómoda. –Joder, detesto no saber por qué voy hacia donde voy y si tiene sentido ir de esta forma-

 Esperaba que el cocinero o el alquimista la secundasen de alguna forma, pero ninguno de los dos dijo nada, limitándose a continuar con la monótona tarea lanzando fugaces vistazos hacia la lejana costa de vez en cuando.

 

El resto del día transcurrió con calma a medida que el Zelam se iba internando cada vez más y más en el interior del inmenso lago Ázur. Las aguas claras de la costa, se oscurecieron poco a poco hasta reflejar a la caída del sol un profundo color azul medianoche y los imponentes acantilados se convirtieron en una línea grisácea a babor.  Con la muerte del día, Áspera, la más grande de las ocho lunas, comenzó a alzarse en su lenta danza a través de los intensos colores de la maraña y eclipsó a su hermana pequeña Elbi, del tamaño de un guisante en el firmamento, hasta que terminó engulléndola por completo.

 El oleaje golpeaba con suavidad el casco del navío, arrojando pequeños penachos de espuma sobre cubierta, cuando Múo arrió la vela mayor y bostezando relegó el mando al sargento Trujillo antes de desaparecer bajo cubierta tras elevar una rápida plegaria por la victoria del día sobre la noche. Después de imitar sus gestos con precisión y entonar la oración de forma mecánica, el hombre de barba bien recortada y rostro severo giró suavemente la pala del timón, orientando el rumbo del barco en una lenta y majestuosa curva de vuelta a la costa.

 -Le he elegido a usted por su pericia como timonel, sargento- Le había dicho Martillo cuando le había asignado el puesto de vigía durante la noche- Asegúrese de que ninguno de los civiles se dé cuenta de nuestras intenciones, una vez dormidos las artes de Ánfora deberían hacer el resto-

 -Cuente conmigo, capitán- Le había respondido con su grave voz teñida de un orgullo sobrio- No le fallaré-

 -Sé que no lo hará, sargento- Había respondido Martillo observando el horizonte con su habitual actitud taciturna- Y antes de que se marche a regañar a Tecla, una cosa más…-

 Trujillo removió los pies, inquieto al recordar la segunda orden del capitán, una mucho más amarga y que solo él tenía la lealtad, el tacto y el estómago para realizar. Cierta parte de él llevaba la mayor parte de la tarde tratando de buscar una solución alternativa, barajando otras posibilidades que no requiriesen una solución definitiva. Por desgracia, todos los caminos lo llevaban una y otra vez a la misma conclusión: No había un camino limpio que pudiera tomar sin comprometer la seguridad de la misión.

 Lejos de donde se encontraba, Yunque, el cabo Esquivo y el clérigo Bálsamo jugaban a algún juego de cartas y charlaban en voz baja apostando horas de guardia. Por el rostro avinagrado de Yunque, las cartas no debían de sonreír demasiado al infante pesado, ni tampoco al clérigo. Por un momento, el sargento pensó en levantarse y amonestar al cabo por su comportamiento en contra del reglamento, pero no se sentía con ánimo de fastidiarles uno de los escasos momentos de diversión que habían tenido durante el viaje.

 -Guerrero Mahra- Llamó en kázino al infante. Este se giró para mirarlo con furia durante un instante antes de levantarse y acercarse a él- Sargento…- Se presentó.

 -Siéntate Yunque, tengo que hablar contigo-

 El infante se sentó en el suelo y miró dubitativo a su superior, buscando con la lengua una pequeña espina de pescado que le había molestado desde la cena –Si quiere culpables por la partida, ha sido Esquivo, yo solo he perdido doce campanadas de guardia en esa miera de juego amañado-

 -No busco culpables, solo quiero hablar contigo acerca de tu último reporte…-

 -¿El capitán ha tomado una decisión, no? Como jiempr ej el máj ápido- Respondió Yunque usando la uña del pulgar para rastrearse la boca en busca de la fuente de la molestia.

 -El capitán ha dejado la decisión en mis manos…- Hizo una mueca de asco al ver como el infante escupía sangre al suelo- Infante pesado Yunque; ¿Puedes hacer el favor de no hacer eso?-

 -¿Y por qué dudas? Solo hay que matar a tres pescadores burdeni y arrojar sus cuerpos al lago con su barco-

 -El niño también debe morir- Contestó Trujillo tras un momento en silencio, sintiendo que cada palabra pesaba como un saco lleno de plomo.

 -¿Y que acabo de decir, sargento? He dicho tre, no dos pejcadorej- Gruñó Yunque con desdén, reanudando su asquerosa tarea. Trujillo tuvo que controlar el impulso de golpear al soldado en la cabeza con todas sus fuerzas, pero respiró hondo, luchando para calmarse.

 -¿Estás seguro de que lo saben, Yunque? Porque no quiero matar a nadie que no interfiera en la misión a no ser que sea muy necesario- Preguntó, agarrando la pala del timón con fuerza.

 -Tan seguro como de que hay ocho lunas en el cielo- Contestó triunfante sujetando una ganchuda espina de baiji llena de sangre- El crío estaba hablándole a su padre de nosotros y casi se caga encima cuando aparecí-

 -¿Y el padre?- Quiso saber Trujillo- ¿Estás seguro de que el padre lo sabe?-

 -Estoy seguro de que lo sabe el hijo porque casi se meó delante de mí al verme… en cuanto al padre, tal vez sepa ocultarlo muy bien, pero a mí solo me parece un vulgar pescador- Respondió el hombre rascándose con fuerza la cabeza.

 -Es decir, que no sabes si Múo y su esposa lo saben- Resumió Trujillo con la mirada clavada en la vela izada del navío.

 -Sé que el hijo lo sabe y que eso ya pone en peligro la misión, así que creo que los tres deberían acabar en el fondo del lago con su amado barco con ellos- Le corrigió Yunque con dureza.

 Trujillo se quedó un largo minuto en silencio, observando la calma de la noche. La parte interna que deseaba elegir otro camino, se debatía furiosa contra la losa del deber; resistiéndose a ser aplastada, tramando y escurriéndose como un gusano minero a través de la planta del pie. Hasta ahora, habían tenido que hacer algunas cosas desagradables durante el viaje, cosas como silenciar y enterrar a dos venerables burdenis para hacerse con los talismanes y amuletos que el capitán y el alquimista necesitaban para la farsa. O envenenar con un ofrecimiento de hospitalidad a un sabio de la ciudad de Sazamur para robarle su libro de rezos. Ahora, no obstante, la situación era muy distinta; en la balanza del destino que debía decantar hacia la salvación o la fatalidad, pendían tres almas inocentes, con los únicos pecados en su contra de haber estado a la altura de la mayor hospitalidad y la curiosidad propia de un niño.

 -No puedo condenar a tres civiles inocentes sin pruebas más sólidas que una corazonada, Yunque… y hay que decir que no es que Tecla, Tarja y tú os halláis esforzado demasiado en pasar desapercibidos- Amonestó el sargento clavando una mirada furiosa en los pequeños ojos pardos del hombre calvo.

 -Claro, sargento- Respondió con tono beligerante- No tiene nada que ver que no hayamos tenido ni siquiera una semana para aprender el dialecto, costumbres y funciones de cada casta, además de los rezos de todos estos follapeces que piensan que porque salga el sol ya es todo un milagro-Hizo una pausa al ver las miradas de Esquivo y el clérigo sobre él –Si quieres matarlos y no quieres mancharte las manos de sangre, da la orden Trujillo y por el poder del cuarto ejército bajaré ahora mismo… y en un minuto todos podremos hablar con tranquilidad de la misión sin ponerla en peligro-

 El sargento agarró con tanta fuerza la caña del timón que se le pusieron los nudillos blancos. Ante él, la quietud y serenidad del mar de agua dulce se desplegaba casi de forma obscena, dándole la sensación de que el destino se burlaba de su papel, como se había burlado en Dallan, cuando las arenas bebieron hambrientas la sangre de sus compañeros.

 -Ahora mismo, yo soy el poder del cárcynos, soldado- Respondió con un tono rebosante de determinación y autoridad- Yo soy quien esgrime la voluntad del cuarto ejército y esto será lo que haremos…-

 El cabo Esquivo se desperezó con un bostezo y observó cómo Yunque, su compañero y víctima preferida, negaba con la cabeza con expresión de disgusto al escuchar las inaudibles palabras del sargento. Tras un último gruñido de furia, el infante pesado abandonó la popa del Zelam y se acercó con expresión de fastidio, arrastrando los pies hasta dejarse caer en el espacio entre él, Bálsamo y un recién llegado Murmillo que no podía dormir.

 -Cartas- Gruñó el gigante calvo.

 -¿Todavía vienes a por más, cabezafaro?- Pensó el cabo con una media sonrisa ladeada que hizo destacar su cicatriz a la luz de la vela que les hacía de lumbre- ¿Plata o horas?- dijo en su lugar.

 -Horas-

 -Plata- Respondió Bálsamo, resignado a dejarse arrastrar una vez más por su mala suerte.

 -Horas- Murmuró Murmillo, sacando de su bolsillo los trozos de madera que hacían de fichas.

 -Y yo horas también- Sonrió Esquivo, apartándose el pelo alborotado de la frente- Bien, caballeros ¿A qué se juega?-

 -Hurtar al molinero- Propuso Yunque al instante.

 Las miradas del clérigo y el cabo se posaron en el rostro avinagrado del soldado y Esquivo arqueó una ceja de incredulidad- ¿Ese juego, cabezafaro? ¿Te has dado un golpe en la cabeza que yo no haya visto?-

 -Igual es la tuya la que se estampa contra la popa como no repartas, muerdesables- Amenazó Yunque mientras observaba sus cartas: La más baja era un nueve.

 -Asalto al molino, pues- Suspiró Bálsamo aliviado, elevando un agradecimiento silencioso a los hilos de la diosa de la vida y a la serpiente guardiana del nacimiento. Lo cierto es que se estaba jugando el sueldo por asistir a los escasos heridos de Dallan, pero con Yunque en el juego el clérigo sabía que no perdería su dinero.

 -Ya conocéis las reglas, que comience el juego- Anunció Esquivo con tono solemne. Se hizo el silencio mientras los primos planificaban su estrategia hasta que un bostezo de Murmillo lo rompió.

 -Asalto al molino…- Pensó el cabo de la brigada observando sus cartas con cautela- ¿Por qué querrá jugar cabezafaro al juego que peor se le da?- En aquel popular juego de cartas brasali, los jugadores debían robar sacos de harina representados por las cartas, jugando el número más alto y sumando los puntos impares. Sin embargo, la última ronda el molinero buscaba al ladrón y eso se representaba con la derrota del ganador de la última baza, que perdía la mitad de sus puntos y recibía un golpe en la mano a modo de castigo. El juego, en esencia, tenía su base en el engaño y en la estrategia de averiguar las mejores manos que ganar. Y como con todo lo que tuviese que ver con la sutileza, el infante pesado Yunque era terrible y nunca había ganado una sola mano a aquel sencillo juego que hasta el idiota de Murmillo era capaz de comprender.

 Cuatro manos más tarde, una buena pila de fichas de madera descansaba al lado de Esquivo, que ya no sonreía a pesar de no tener que hacer ni una sola guardia durante todo lo que les quedaba de viaje. Por el contrario, frente a Yunque solo restaban dos pequeñas piezas que el infante movió como si fueran insectos venenosos a la zona de apuestas.

 -Voy- Masculló el gigante del cual solo se veían los sucios pies. Sobre él, las refulgentes luces de la Maraña no eran más que un leve fulgor casi incapaz de atravesar las gruesas nubes que ocultaban el firmamento y cubrían el Zelam de una agradable penumbra.

 -No voy, me retiro- Dijo Murmillo recogiendo su montoncito de fichas de madera y desapareciendo por las escaleras de la bodega tras darles las buenas noches en kázino.

 -No voy- Imitó Bálsamo apisonando la mezcla de tabaco, clavo y damadeagua en su vieja pipa galaria –Pero os observo, no temáis-

 -No voy- Le siguió el cabo, recostándose contra la borda, molesto-

 -¿Ahora tienes problemas en desplumarme, estafador?- Lo pinchó Yunque con una mirada de malas pulgas.

 -Lo que tengo es curiosidad por saber qué es lo que tramas, muerdemartillos-  Respondió Esquivo con acidez, Bálsamo les lanzó una mirada de interés y lanzó otra calada que se coló por su descuidada barba- No es que me queje, pero me pregunto para que querrás tantas horas de guardia además de para pensar en la entrepierna de Tarja, son demasiadas horas para andar perdido en fantasías que nunca se cumplirán-

 -Tal vez solo busque un poco de paz, tranquilidad y descanso de imbéciles como tú-

 -Muchachos…- Comenzó Bálsamo con un tono conciliador.

 -Claro, Yunque y a mí me encantaría volver a estar frente a la muralla interior de Dallan, justo en el momento en el que…-

 -¡Basta!- Cortó el clérigo golpeando el suelo con el enorme cayado que yacía a su lado, provocando que Trujillo les lanzase una mirada de advertencia. Los dos hombres se miraron con ira un instante antes de que Esquivo se encogiese de hombros, recogiese sus ganancias y desapareciera bajo cubierta.

 -Estúpido hereje ignorante- Maldijo Yunque observando a su alrededor en estado de alerta- Aunque sea mi amigo hay veces que me dan ganas de…-

 -Ya sabes cómo es cuando hay algo que despierta su curiosidad- Lo tranquilizó Bálsamo relajando su alargado rostro y arrancando con suavidad la pequeña mata de hierba que había surgido donde su vara había golpeado. Las briznas de hierba verde volaron arrastradas por el viento y se perdieron en la oscuridad.

 -Pero tiene razón: ¿Qué locura te ha llevado a perder tantas campanadas de guardia? Casi pareciera que lo haces a propósito…-

 -No lo sé, cabezonería o a lo mejor falta de sueño, qué más da- Yunque lanzó un gargajo para apagar la vela, pero erró el tiro y la visión de la flema sanguinolenta provocó que el clérigo tumbase la vela de sebo de baijí, sumiéndolos a ambos en la oscuridad.

 -¿Debemos preocuparnos por los espíritus?- Preguntó Yunque al cabo de unos segundos con una ligera nota de temor en la voz.

 -Calma tu alma, soldado Yunque- Lo tranquilizó tocándole la frente y dibujando sobre ella un símbolo de protección simple en forma de parra –Solo los espíritus del agua y el viento están ahora con nosotros-

 -Entonces… ¿Los caídos de Dallan no buscan venganza? Tuve una pesadilla en la que volvía a caminar por las calles de la ciudad, en la batalla- Preguntó de nuevo Yunque, todavía inquieto.

 Bálsamo dio una larga calada a la pipa antes de responder, esparciendo el humo aromático y embriagador del tabaco bolg. Los sentidos expandidos del clérigo sumados al efecto de la mezcla de hierbas le indicaban que la quietud de las sombras se estaba quebrando, pero la causa todavía era demasiado sutil para aparecer a su vista… o tal vez se esforzaba mucho en pasar desapercibida.

 -No lo sé, Yunque- Dijo tras aspirar otra larga calada- Solo soy un clérigo de la diosa de la vida, así que los misterios del reino de Tebritus están tan cerrados para mí como lo están para ti. Lo cierto es, que lo poco que sé de la esfera de la muerte proviene de libros y charlas con clérigos de los señores de los muertos- Hizo una pausa, limpiando con un pequeño paño de lino la ceniza pegada a las paredes de la pipa- Pero puedo decirte una cosa; Pase lo que pase, nos defenderemos y prevaleceremos. No hemos sobrevivido a la campaña de Kazigex, la maldición del Coloso y la ruina de Dallan para perecer ante una maldición sin fuerza suficiente para manifestarse en el mundo físico-

 -Espero que tengas razón, clérigo- Dudó para sí mismo Yunque recordando las pesadillas que le devolvían una y otra vez al momento en el que derribaron la muralla interior de la ciudad maldita- Espero que tengas razón…-


 Un poco más tarde, bajo la cubierta, en el almacén donde los cadáveres de seis enormes baijíes curados a la sal más altos que Yunque se balanceaban al suave ritmo del oleaje, la ruidosa y hambrienta tripa del chico sin nombre gruñó con fuerza. A pesar de la avanzada hora, el niño que no había comido nada más que un poco de pescado seco a la hora de la cena, era incapaz de dormir, limitándose a esperar a que las voces y los gruñidos animales que venían de cubierta se apagasen por completo.

 Colgando a su lado, el enorme cuchillo para decapitar a los baijíes lo esperaba con paciencia, como una amistad que te aguarda en silencio para no interferir a la hora de tomar una decisión importante. No obstante, la decisión ya estaba tomada y el muchacho había fingido tener sueño antes de que el sol se pusiera para poder bajar a practicar.

 -Lo haré- Había decidido observando el macabro corte en el cuello de un baijí- Salvaré a padre, el Zelam y madre con este cuchillo dando muerte a todos los demonios que habitan cuerpos de venerables y guerreros y si se levantan, usaré la luz para expulsar sus sombras de vuelta al infierno-

 En aquel momento, la luz del atardecer se había filtrado por la ventana del barco, bañándolo de calor, arrojo y esperanza como los héroes burdeni de antaño. Y durante un instante, casi se sintió con fuerzas suficientes para encarar al gigante demoníaco y como en las gestas e historias de los héroes del desierto, trepar por él para finalmente decapitarlo y cobrar su cabeza como trofeo. Ahora, no obstante, la luz se había desvanecido y lo único que daba vida al escaso valor que todavía sentía en el pecho era el profundo silencio que acababa de adueñarse del barco.

 -Tengo que hacerlo ahora, ha llegado el momento- Decidió, saltando de la red y comenzando a moverse en silencio hacia el gran cuchillo. Al llegar hasta él, se puso de puntillas para intentar sacarlo de la punta de hierro que lo sujetaba a la pared, pero tiró con demasiada fuerza, perdiendo el equilibrio y cayendo el cuchillo al suelo del almacén con un ruido sordo que atravesó todo el barco.

 Sentado en la oscuridad, el muchacho permaneció en silencio, esforzándose para dejar de temblar mientras esperaba que los gruñidos de los demonios de las sombras rompiesen el silencio que abrazaba la oscuridad. Transcurridos tres eternos minutos, se apoyó en cuchillo para levantarse y respiró hondo, tratando de calmar los aterrados latidos de su corazón.

 -No pasa nada, tranquilo- Se dijo a sí mismo, agarrando el cuchillo en forma de medialuna con fuerza con una mano mientras con la otra buscaba a tientas en una una vela de sebo de baijí que colocó en su cabeza aplastándola con fuerza- Esos demonios duermen y tampoco he podido hacer tanto ruido-

 Invocando toda su fuerza, empuñó el cuchillo a dos manos y colocó la empuñadura con esfuerzo en el hombro derecho como había visto hacer a los guerreros. El peso de la herramienta era tan grande que le hacía daño en la espalda y los brazos, forzándolo a agarrarla con las dos manos para evitar que lo derribase. Preparado, dio un paso vacilante hacia el frente y afinó el oído para tratar de escuchar cualquier sonido que indicase que alguno de aquellos demonios estuviese acechando:

 Pasaron diez latidos, veinte… y no sintió nada más que el rumor de las olas golpeando contra el casco; la primera canción de cuna que el lago sagrado, fuente de la vida para su pueblo, le había cantado. Recurriendo a todas la energías que le quedaban y lanzando una silenciosa plegaria de ayuda al día combatiente, el muchacho se encaminó con cuidado hasta la puerta y levantó el cerrojo con una sola mano, aferrando el cuchillo con todas sus fuerzas para evitar que se resbalara.

 La penumbra de la bodega apareció ante él, dibujando un pasillo entre los bultos de provisiones, mercancías y los cuerpos durmientes de los demonios brasalis. Algunos de ellos roncaban de forma sonora, mientras otros respiraban de forma tan tenue que parecían estar muertos. La hoja del cuchillo brilló cuando la débil luz nocturna se coló entre uno de los agujeros de la cubierta y el muchacho avanzó con paso vacilante hacia el bulto más cercano.

 Respirando con esfuerzo, el muchacho sin nombre levantó el cuchillo, preparado para dejarlo caer con todo su peso sobre el cuerpo que tenía ante él, tal y como ajusticiaban el mal los héroes de antaño que habitaban en los tiempos del sol eterno. Por un momento, se vio a sí mismo victorioso, siendo nombrado por los venerables como héroe del pueblo y reclamando el alfanje que sería el arma de aquel que fuese nombrado guerrero sagrado del lago.

 Pero entonces, justo cuando estaba a punto de descargar el primer golpe mortal, las sombras cobraron vida y una mano del tamaño de su cabeza le arrebató el cuchillo mientras la otra lo apresaba con una fuerza terrible, tapándole la boca para impedirle gritar. Movido por el instinto, el muchacho pataleó y forcejeó todo lo posible para liberarse, mordiendo con toda la fuerza disponible la mano captora hasta que le sangraron los dientes. Sin embargo, la presa no solo no aflojó, si no que se hizo más y más fuerte hasta que el niño sin nombre tuvo que empezar a luchar por respirar.

 Las manos siguieron apretando, hasta que el costillar del niño sin nombre crujió, cesó el pataleo y los brazos dejaron de forcejear y se relajaron, inmóviles. Sobre el filo cuarteado del cuchillo brilló indiferente la luz de las lunas mientras las ásperas manos del demonio de las sombras lo arrastraban hacia la oscuridad.

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