Los Cuentos del mago Tesledo y la Dama Blanca (I): El Ladrón del Corazón del Río.
Las tablas del techo de paja
de la baiuca se estremecieron con una nueva ráfaga de viento cuando la puerta
principal se abrió, dejando entrever una pequeña figura azotada por el
temporal. Sorprendidos, los parroquianos de la pequeña aldea de Ardovello se giraron
interrumpiendo sus conversaciones para observar al recién llegado que se había
atrevido a desafiar la furia de la tormenta.
La figura cerró tras de sí
la puerta con esfuerzo y se desprendió de la capa con capucha empapada antes de
arrojarla al suelo y agitarse la melena de rizos negros para secarla. El agua
goteaba por su cara de piel oscura y los vivaces ojos anaranjados recorrieron
la amplia estancia antes de hablar.
-Pan y algo de comer... y
vino, que no falte vino. Buena fortuna a todos los presentes en esta bonita
mañana- saludó antes de acercarse a la mesa más cercana donde el generoso hogar
crepitaba alegremente.
Las dos jóvenes que la
ocupaban hicieron una mueca y se levantaron sin hablar, buscando otro asiento.
Un silencio incómodo se adueñó de la estancia, mientras los parroquianos intercambiaban
miradas irritadas entre ellos pero nadie habló y si al recién llegado le
molestó, tampoco dio muestra de ello.
Al final, el enjuto hombre
que regentaba el negocio se acercó y rompió el silencio con voz insegura
–Normalmente no recibimos a los de tu clase…-
-Cierto pero has dicho
normalmente, lo que significa que no me arrojarás de vuelta a la tormenta y si
no me vas a expulsar de tu casa creo que puedo confiar en que me atenderás como
a un cliente con dinero, Brego de Muíñofrío- respondió el joven haciendo
tintinear con una mano oculta la bolsa de monedas.
-¿Cómo sabes…?- balbuceó
sorprendido el hombre al escuchar su nombre completo.
-Le pregunté a las piedras
del camino quien en esta aldea tenía el corazón bondadoso y cama para un
viajero y por lo que veo no me mintieron, manteniendo su ancestral costumbre- contestó
colocando las manos cerca del fuego.
El tal Brego sintió las
miradas de sus paisanos clavadas en él, pues era por decreto real potestad del
dueño del establecimiento decidir si admitir o no a un miembro del pueblo
errante. Pero como siempre, las piedras nunca mentían.
-Está bien, ponte cómodo
viajero-
-Contaba con ello, gracias-
respondió sin apartar la mirada del fuego, hipnotizado en el baile de las
llamas.
-Un poco más de humildad y
agradecimiento, sadradin- gruñó un hombre de larga barba enmarañada con restos
de comida suficientes para alimentar a una familia pequeña –O dormirás fuera,
aunque te acoja Muiñeiro, con la aprobación de todo el pueblo-
-Aprobación o no, los tuyos
no son bienvenidos aquí- Añadió un viejo de aspecto malévolo y nariz torcida
aprovechando la valentía de la multitud. Varios de los presentes asintieron.
-Seguro buenas gentes que si
fuera otro errante encontraríais un crimen para inculparme, no me cabe duda y
seguro que podríais seguir vuestra velada en silencio, seguros de que la leche
no se volvería agria, los espíritus no os acosarían y los partos no se
malograrían pero… eso no pasará hoy, pues tengo muchas historias que contar ya
que tal es mi oficio- Replicó con aire teatral levantándose del asiento y
encarando a los parroquianos.
-¿Acaso sois un bardo de la
escuela de Eós?- preguntó con curiosidad la mujer del hombre de barba sucia.
- Un farsante es lo que es,
ya lo veréis- Insistió el viejo dando un golpe en el suelo con el cayado-
Fijaos en sus ojos; Ojos de la corte del verano, ojos de fuego embaucadores y
embusteros que traen la ruina a todo aquel que los ve…-
-E hipnotizan a las mujeres,
haciéndolas parir…-
-Niños sin ojos, con cola de
serpiente o monstruosos híbridos que solo se pueden ahogar en un río, ¿No? ¿Era
así o acaso me he saltado algo? Respondiendo a su pregunta, señora, en efecto
soy un bardo licenciado en la escuela de Valefor Eós, capital de nuestro amado
reino de Corverra. Mi nombre real no lo conocen ni las piedras del camino pero
todo el mundo me llama Grumo, en referencia a mi pequeño tamaño-
El recelo grabado en el
rostro de los presentes retrocedió hasta estar a la par con la curiosidad, ya
que no acostumbraban a ver a bardos ni artistas a excepción de en la fiesta de
la cosecha o alguna que otra ocasión ceremonial. Además, pagar los servicios de
un bardo licenciado era, incluso en las ciudades. algo que muy pocos podían
permitirse.
-Y hoy traigo historias a
cambio de fuego, cama y vino. Historias antiguas, olvidadas y perdidas. Historias
que solo los árboles conocen y algunas que el fuego con paciencia se atreve a
desvelar a quien sepa desentrañar sus ardientes palabras- Entonó con una voz
misteriosa y poética, la voz perfecta para que las dudas se extinguieran y las
lenguas se aflojaran. Bajo la influencia de aquella voz, hasta el viejo
atrapado en las antiguas costumbres pareció quedar desarmado.
Y a la curiosidad se la
tragó la expectación.
-Cuenta la historia de
Valefor, bardo. ¡Cántanos como el demonio doliente fundo la capital!- Pidió la
única parroquiana que no lo había mirado con desprecio. Una mujer madura, de
cabellos negros rizos y ropajes sencillos.
-No seas siesa, Fror- Gruñó
su marido dándole un suave codazo- Esa historia la saben hasta los niños de
teta; Cántanos la canción de Breo I el Magno, de cómo fundó la lejana tierra de
Odagal mucho antes de que la abandonáramos…-
-Ese canto lo escuchamos
todos los años en la noitenegra, Mairo- Replicó otro hombre de aspecto frágil,
cabellos blancos y al que le faltaba un brazo.
-Pero nunca lo he escuchado
de un bardo licenciado y tengo curiosidad por saber porque vale cuatro veces
más-
El hombre de la barba sucia
se aclaró la garganta antes de hablar, designándose mediante aquel gesto como
líder de los presentes.
-Debería contarnos una
historia que no conozcamos, una que nos hiciera reír y llorar como haría un
bardo licenciado de la capital- La forma de pronunciar las últimas palabras
dejó muy claro a todos los presentes que no le creía pero el joven no se
retractó.
-Muy cierto mi dudoso amigo,
muy cierto. Y es por eso que debe ser una historia que acaricie y apuñale el
alma, encoja el cuerpo y humedezca los ojos hasta hacerlos llover. En otras
palabras: una historia de amor- Respondió, antes de tomar la jarra que el dueño
de la baiuca le había pasado. El vino estaba aguado pero no le importó y dio
tres largos tragos mientras los campesinos de Ardovello murmuraban.
-Aquí tienes, cuidado que la
sopa aún hierve- le advirtió dejando las viandas sobre la mesa.
-Le enfriará mientras nos
cuenta la historia, Muiñeiro- Dijo una de las mozas que se había levantado con
desagrado, ahora impaciente por escuchar al errante.
-¿Historia? ¿Qué
historia?-
-Según él…- Respondió el
hombre de barba sucia- tenemos ante nosotros a un bardo licenciado y le estamos
pidiendo que nos lo demuestre- Remató con desagrado. El errante respondió con
una sonrisa traviesa antes de atacar el pan recién salido del horno.
Brego de muiñofrío se
encogió de hombros en un silencioso “Mientras pague…” antes de sentarse entre
el grupo de parroquianos que ahora rodeaban al joven. Este, consciente de la
situación, apuró un par de bocados más y se estiró haciendo crujir la espalda
antes de comenzar.
-Me pedís, buenas gentes,
que os cuente una historia de amor de las que hacen suspirar a las damas,
sonreír a los niños y soñar a los viejos. Pues bien, existen muchas historias
que, como las gotas del rocío sobre una hoja, han ido a parar a mis recuerdos
sobre esta tierra…-
-¡Pero bueno!- Resopló la
voz del viejo desde las sombras proyectadas por las espaldas de los
parroquianos –¡¿Vas a contarla de una buena vez, chico?!-
-Muy bien- respondió con
seriedad mientras por dentro se regocijaba ante la impaciencia del público- Os contaré una historia de Tesledo de
Tresrríos; el desaparecido hechicero de la corte y el mejor arcanista que esta
tierra haya visto-
-Ya conocemos historias del
mago Tesledo- Replicó el joven de voz débil- Son historias que todos oímos de
niños- La multitud asintió con la cabeza y las muchachas intercambiaron miradas
decepcionadas.
-Hechicero- corrigió el
errante- Y sí, todos conocéis las historias clásicas de Tesledo pero dudo mucho
que conozcáis la historia de amor entre Tesledo y La Dama del Bosque, pues a mí
me la susurraron los árboles en una noche de tormenta tan fuerte que ella no
pudo oírla-
Se hizo un silencio mortal
que solo se atrevió a romper la tormenta y el crepitar del fuego. Los
campesinos se miraron asustados sin atreverse a hablar hasta que el dueño de la
casa se pronunció.
-Bébete el vino y lárgate,
bardo- Gruñó retirando el cuenco de sopa de la mesa- Nadie habla de la dama del
bosque tan cerca de sus dominios-
-¡Os lo dije!- Exclamó
triunfante el viejo dando un bastonazo en el suelo- Es un embustero y un
intrigante. ¡Quiere atraer la ira de la dama sobre nosotros!-
La expectación desapareció
engullida por el recelo y la sospecha, ambos nacidos de un miedo antiguo
enraizado con fuerza en los corazones de todos los presentes.
-¡Señores!- Bramó el errante
con una voz mucho más autoritaria a la que le correspondía por edad –La dama
del bosque no ve esta historia con ira, si no con pena. Siente lástima por la
pérdida de su amado…-
-La Dama no puede sentir
lástima, caminante. Es un ser del bosque cuya risa se escucha cuando alguien
muere ahogado en las rápidas corrientes del río…- Quiso interrumpirle el hombre de barba
mugrienta pero al escucharlo el joven no lo dejó terminar.
-No es la risa de la dama lo
que escucháis en el río, pero esa es otra historia que ahora no es seguro
relatar-
Se aclaró la garganta y con
un pisotón se alzó de su asiento, paseando sus ojos del color de las brasas por
los presentes hasta que todos callaron para escucharle.
-Buenas gentes de Ardovello.
La Dama del Bosque que vais a ver aquí no es la que conocéis pero es la misma
que teméis y si creéis que esta historia os traerá algún mal… ¡Perded cuidado!
Porque el ruido de la tormenta de hoy nos protegerá de los oídos del bosque,
tal y como me protegió a mí de su cólera cuando los árboles me la contaron-
Los parroquianos
intercambiaron miradas y susurros intranquilos, algunos hicieron signos de
protección y entonces, la voz del viejo destacó entre las sombras con un tono
indescifrable:
-Dejad que hable. Si la dama
se enoja su cólera le perseguirá a lo largo de la tierra y nosotros estaremos a
salvo de su maldad durante un tiempo. Adelante, sadradin; Cuéntanos la historia-
Y así lo hizo.
Lo que os voy a contar
aconteció hace mucho tiempo, en los años en los que mi abuelo era joven. En
aquella época los gruesos árboles que me hablaron en la tormenta eran jóvenes y
esbeltos, engalanados de un manto de hojas verdes que el viento no arrancaba
fácilmente. Pues bien, bajo su mismo manto se refugió el propio Tesledo de una
tormenta más amable que la que hoy ameniza este relato.
-¿Los árboles son capaces de
recordar al mago Tesledo? ¿Cómo era?- Preguntó el hombre de voz débil.
-Muy distinto a los retratos
que nos quedan- Respondió el errante sin que le molestase la interrupción.
Como os digo, el joven
hechicero se ocultó bajo las mismas ramas que lo hice yo y apoyó su calva en el
mismo tronco nudoso. Desde allí, los árboles al otro lado del río cuchichearon
entre sí y el mensaje de su llegada se extendió por el bosque.
Debéis entender, que antaño
el acceso al bosque de norte no estaba prohibido por las leyes de los árboles y
los hombres. Antaño, el pueblo de los Breós gozaba de la tolerancia de los
espíritus del bosque, del río y de la montaña y aunque el hechicero era un
intruso en un reino extranjero, no era considerado abiertamente un enemigo.
Por ello el joven arcanista
abandonó la villa de Tresrríos, cruzó el gran río Breo y se internó en el
bosque bajo la vigilancia de las bestias y las aves. Sobrecogidas e indecisas
por el poder de aquel robusto humano capaz de inquietar al bosque.
-¿Fornido Tesledo de
Tresrríos? ¿Es una broma o doble sentido?- Preguntó barbasucia confundido-
Todas las historias que he oído lo describen como alto y flaco como una estaca-
El resto de parroquianos asintieron pero Grumo solo sonrió.
El joven Tesledo era muy
distinto a la imagen que hoy en día ha quedado de él; académica y formal. Los árboles
lo describieron como un hombre bajo, con unos brazos gruesos y musculosos
cubiertos de símbolos y extraños tatuajes que contenían un gran poder. Estos,
corrían como una cascada por su calva, descendiendo por la nuca y abriéndose en
la espalda desnuda y afeitada hasta desaparecer bajo su falda y terminar en los
pies. En el pecho, una intrincada telaraña de cicatrices rojas aprisionaba en
su interior un extraño glifo afilado que parecía moverse cuando nadie miraba.
La cuidada barba del color de las sombras del atardecer se anudaba en trenzas
con dos anillos de bronce grabados que brillaban a la luz del sol. Solo sus
ojos; Verdes y brillantes como esmeraldas guardan algo de parecido con lo que
se nos ha contado.
Este joven hechicero que hoy
es leyenda, penetró en el bosque descalzo y desarmado tal y como demandaban las
antiguas costumbres. Y en su largo viaje a lo largo de la floresta, evitó matar
o dañar a ningún ser, alimentándose de queso y bayas para conservar la
curiosidad del bosque.
Así, su camino lo llevó siguiendo
el río fervenzil hasta que la senda terminó en sus rápidos y entonces se
internó en la espesura, fuera de los límites de los antiguos pactos entre los
reyes y el bosque. Un territorio que hoy ni siquiera los cazadores más
experimentados se atreven a pisar: La frondafierra. En aquel momento, los
árboles me contaron que la curiosidad del bosque se convirtió en sospecha y la
vigilancia en una prueba que el bosque puso en el camino del hechicero para
averiguar sus auténticas intenciones.
Aquel era el octavo amanecer
que veía en el bosque y como todos los anteriores, el sol lo encontró caminando
a través de los ancianos robles que guardaban silencio. Los pájaros cantaban
con nerviosismo y las bestias merodeaban furtivamente lejos de su vista hasta
que el hechicero alcanzó un claro.
El lugar, que parecía haber
surgido de la nada, era una pequeña pradera radiante bajo la luz del sol en la
que brotaba un manantial de aguas limpias y claras. Allí, los pájaros trinaban
con dulzura y las flores eran agitadas por un suave viento matinal que
transportaba su aroma hasta el hechicero. El único punto discordante de aquel
idílico paisaje era una enorme roca, dos veces más alta que un hombre y negra
como el carbón, que se hundía parcialmente en el estanque.
-De todas las cosas que
esperaba encontrar en mi camino, la amabilidad de la oscura frondafierra era la
última en mi pensamiento: Aeinsenna, espíritus del gran bosque- agradeció el
arcanista antes de acercarse.
-¿Aeinsenna? ¿El mago
Tesledo era seguidor de los dioses muertos?-
Inquirió el viejo más extrañado ya que beligerante.
-Si lo era, debía de ser en
secreto- Contestó un hombre de nariz aplastada y torcida como si le hubiera
pasado por encima la rueda de un molino.
-Lo diría por cumplir, ya
sabéis; El bosque recuerda- Añadió el dueño de la casa con tono de plegaria
como si temiese que los propios árboles pudieran oírlo.
-El bosque recuerda-
murmuraron unos pocos a su alrededor.
-El bosque siempre
recuerda…- Corroboró el errante- pero si queréis mi sincera opinión, creo que
el joven Tesledo dijo esas palabras con una intención muy distinta a la que uno
podría imaginar.
-¿A qué te refieres,
sadradin?- preguntó el viejo desde las sombras.
Los ojos del errante
brillaron como respuesta de forma enigmática.
El joven hechicero no dudó y
atravesó la hierba alta de la pradera a buen paso hasta alcanzar el estanque. Y
allí, sin perder un instante, sumergió la cabeza en el agua, agarrándose la
barba para evitar que el codicioso fango reclamase los anillos. Refrescado,
agitó las aguas para que cayeran sobre su blanca piel sudorosa y ya se había
decidido a darse un baño… cuando se dio cuenta de que el agua le devolvía la
mirada.
Dos grandes ojos, negros
como el carbón y engastados en la roca parpadearon furiosos, dando el tiempo
justo a Tesledo para rodar hacia un lado antes de que la gigantesca roca negra
se lanzase hacia él y lo aplastase por completo.
La roca alzó la cabeza de
las aguas, revelando una forma que recordaba a la de un oso imposiblemente
grande y rugió con furia, acallando todas las voces de la pradera y asustando a
la brisa que huyó sin dudar del claro.
-Debí haberlo imaginado-
gruñó el embarrado hechicero poniéndose en pie con actitud desafiante- El
bosque de hierro nunca es amable con los extraños- El ser de roca se agitó,
sacudiéndose de encima décadas de polvo, vegetación y hongos antes de abrir
unas fauces llenas de dientes romos del tamaño de una cabeza de maza- Pero no
esperaba haberlo cabreado tanto como para conducirme hasta la guarida de un
litur umbrío dormido- masculló dando un paso atrás ante la criatura.
-Un litur… el horror negro
del bosque- susurró temerosa una mujer solitaria.
-La ruina del minero-
confirmó barbasucia, más interesado en la historia- mi padre vio a uno beber en
el río cuando era joven, dijo que había sido lo más aterrador que había visto
en su vida-
-¿Cómo lo derrotó Tesledo?- Preguntó
el joven de voz débil.
-¡Por favor, dejad de
interrumpir al bardo o no sabremos nunca el resto de la historia!- les reprendió
con voz severa la mujer de barbasucia dando un golpe con un cuenco vacío en la
mesa.
Los ojos del joven
chispearon llenos de júbilo.
El litur umbrío, una bestia
casi tan terrible como un urco, embistió al joven de frente abriendo un surco
en la tierra mucho más profundo que cualquier arado. Pero Tesledo fue más
rápido y con la confianza propia de un héroe dejó caer un pergamino que levantó
un viento huracanado tan fuerte como para lanzarlo por los aires antes de
desaparecer de la vista del monstruo.
La bestia elemental se giró
rabiosa, buscando a su presa y lanzándose en una loca carrera que devastó el
claro hasta convertirlo en un erial roturado por el paso de la criatura. Los
árboles más cercanos quedaron heridos de gravedad, con los troncos perforados y
arañados por las afiladas rocas de obsidiana del lomo del litur, que agotado,
se alejó rumbo a las montañas quizás en busca de otro lugar para descansar
hasta que su fuerza estuviese totalmente restaurada.
A su marcha, el silencio se
prolongó durante varios minutos más y solo cuando el primer verdecillo se
atrevió a cantar, la cabeza ilesa de Tesledo surgió entre las raíces y la
tierra no demasiado lejos del claro.
-Ahí tienes el resultado,
vieja arboleda- Se desquitó dando un fuerte puntapié a una piedra-
¡Devastación! ¡Calamidad y desolación! Miles de vidas segadas para impedir una
simple peregrinación a las montañas- Y dicho esto, se sacudió la tierra como
pudo antes de internarse de nuevo en la vegetación.
Así, el joven hechicero continuó
avanzando a través del bosque prohibido buscando en todo momento el sonido
reconfortante del cada vez más angosto río. Tras su encuentro con el litur, ya
no solo las aves y las bestias seguían sus pasos si no que los siviscos; los
hombres serpiente que habitan las zonas más profundas del bosque y los
nacimientos de los ríos. Seguían su estela a una distancia prudencial para
evitar ser vistos, mientras en las noches que siguieron, convocaban cónclaves
para decidir qué hacer con el humano que peregrinaba en dirección al nacimiento
del río.
Primero, trataron de
obstaculizar su camino con maleza y rocas afiladas pero el joven Tesledo no
tuvo miedo en usar los árboles para cruzar el río y seguir por su otra orilla.
La siguiente noche, trataron de ahuyentarlo con un coro de horribles gritos,
golpes embravecidos y el siseo furioso de toda la tribu. Pero el hechicero se
limitó a crear una burbuja de silencio en torno a su cabeza y a dormir
tranquilo.
-Esa me haría falta a mí,
más de una y de dos veces- indicó la mujer llamada Fror desatando una oleada de
risas a la que se unió el bardo, hasta su marido sonrió.
-Hay una cosa que no me
cuadra- inquirió el joven de aspecto débil – Dices que los siviscos
obstaculizaron a Tesledo e intentaron asustarlo pero los siviscos que yo
conozco son una tribu fiera y peligrosa que mata a cualquiera que traspase sus
dominios. No parecen los mismos de los que hablas en tu relato-
A diferencia de con las
anteriores preguntas, Grumo se sumió en un silencio reflexivo antes de
contestar con una voz teñida de tristeza.
-Pues lo son. La historia
que os estoy relatando es, en cierto modo, culpable de la actitud actual de los
siviscos hacia el pueblo de los breós y lo mirandos. Aunque existen otras
razones, muchas en realidad, que son otra historia mucho más amarga que la que
nos ocupa-
-¿Nos la contarás después de
haber terminado con esta?-
-Esta, son en realidad tres
que son una pero sobre los motivos que llevaron al pueblo serpiente al odio y
al rencor, mejor no me preguntéis a mí- Contestó con voz apagada, como si
estuviese recordando una gran pena- Preguntadle a la corona de Corverra y a los
magos de la Tresinpía, aunque tendríais más suerte intentando sacar las
respuestas de este cuenco de sopa- concluyó antes de continuar con el relato.
Al final, cansados de la
terquedad y el ingenio del mago y asustados ante su rápido avance. Los siviscos
prepararon una partida de guerra para atacar y capturar al hechicero, pero los
árboles me contaron que entonces llegó al cónclave una solitaria perdiz nival,
portadora de un mensaje que no esperaba respuesta:
“El bosque y el río han
fallado a la hora de detener al hechicero Tesledo pero la primera hija de la
montaña, se encargará de ejecutar el castigo por quebrantar la ley de la
frondafierra.”
Y desde aquel preciso
instante, los siviscos se limitaron a vigilarle desde el río, pero no lo
molestaron más.
Liberado de sus perseguidores,
el mago siguió viajando cerca del fervenzil por las tierras altas que rodeaban
las imponentes montañas conocidas en Corverra como las Piornas. Lugar en el que
acaba el norte de la mayoría de los mapas del reino, a pesar de que ni la
frondafierra, ni muchos otros territorios como los Cauros o los páramos del
Cuervo están a día de hoy bajo la autoridad real. La sombra de los enormes
picos, hacedores de nubes y tormentas, se cernió amenazante a partir de
entonces sobre el viaje del infatigable joven que, ignorante de su destino,
seguía el curso del arisco río hasta su mismo nacimiento.
Finalmente y tras más de dos
agotadoras semanas y media de viaje, el hechicero terminó su periplo en una
enorme laguna elevada por la que las aguas del río se vertían rebosantes de
vigor a través de una alta cascada, que el agotado viajero no tuvo otra opción
que escalar.
-Aquí estoy, superadas todas
las pruebas, en el lugar idóneo para descansar. El final del viaje de ida; La
cuna del río- Pensó mientras inspiraba profundamente y se dejaba caer sobre la
empapada roca, con la cabeza colgando en el vacío que acababa de salvar –Un
lugar al que no le hacen justicia las viejas historias- Y quizás pensó algo más
pero la verdad es que el incesante sonido de la cascada pronto lo hizo caer en
un profundo sueño.
En aquel sueño arcano,
alterado de su curso normal por el lugar de poder en el que se encontraba,
Tesledo se vio a si mismo dormido plácidamente mientras un denso manto de
niebla descendía de las montañas, cubriendo poco a poco los bosques
circundantes y extinguiendo el sonido por allí por donde pasaba. Vio también
extrañas formas en la niebla, con vagas siluetas lupinas, movidas por el hambre
y contenidas por una voluntad mayor que descendía, con absoluta majestad, hasta
donde se encontraba.
Despreocupado, su espíritu
se zambulló en la laguna y observó divertido como pequeñas ardillas, un par de
comadrejas y hasta una cierva dubitativa se acercaban hasta su cuerpo,
olfateándolo primero y empujándolo suavemente al ver que no reaccionaba.
-Es inesperado pero
agradable que los habitantes del bosque vengan a despertarme- pensó mientras
veía como su cuerpo, poco a poco, se deslizaba hacia el abismo empujado por las
pequeñas alimañas.
-Buen intento…- susurró
abriendo los ojos- pero me parece que no- Los animales, asustados ante su
despertar, se dispersaron por el claro pero el hechicero no los persiguió; En
realidad había sido un buen intento por parte de las bestias tratar de matarlo
de aquella manera.
Todavía agotado, Tesledo se puso
en pie y se abofeteó para despejarse, sintiendo que su cuerpo y su espíritu
tenían dificultades para alinearse; A su alrededor, la impenetrable y antigua
arboleda se mecía suavemente por el viento, invisible más allá del denso manto
de niebla que descendía desde lo alto de la montaña.
Durante un instante se
concentró, tratando de superar el influjo del lugar de poder usando la
fortaleza de su alma. Los símbolos y las cicatrices de su cuerpo comenzaron a
brillar con una tenue luz verdosa, rebosantes de energía arcana. Y entonces, con un grito de autoridad, su
cuerpo físico y su cuerpo espiritual se alinearon por completo dejando entrever
el auténtico poder que había ocultado del bosque.
Dos pies descalzos, blancos
como la nieve y silenciosos como la bruma, descendieron majestuosamente sobre
un peñasco a espaldas del hechicero, que se había sentado al pie del agua en
actitud reflexiva. Cautos; Saltaron de puntillas sobre las rocas con agilidad
felina y se detuvieron al pie de la tatuada espalda del intruso.
La mano que sostenía la
larga daga de piedra ceremonial hizo un giro experto y apuntó hacia el cuello
del hombre antes de lanzarse sobre él.
-Dicen las historias más
antiguas que en lo más profundo de las montañas, la roca madre, cansada de su
imposible soledad; dio a luz a una hija. Blanca como las nubes, hermosa como el
amanecer de los moribundos y cruel con el hombre como la noche- recitó Tesledo
solemnemente con los ojos cerrados- La mano se detuvo sorprendida, dejando la
daga a menos de un palmo de su destino- Dicen que es un ser antiguo, implacable
como la tormenta y doliente como la lluvia, que llora las lágrimas que más
tarde serán ríos. Y yo, pobre y simple hechicero de las calles de Tresrríos,
soy feliz de ver que los cuentos antiguos son ciertos. Yo te saludo: Dama
Piorneda, señora del bosque, la montaña y el río- terminó abriendo los ojos.
Los pies se relajaron y la
mano se retiró impulsada por la curiosidad y entonces habló, como hablan las
hojas susurrantes arrastradas por la tormenta –Conoces mi nombre, quebrantador
de la ley antigua, a pesar de que creía que los tuyos lo habían perdido con el
paso de los siglos- Hizo entonces una pequeña pausa en la que colocó la daga en
el cuello del hechicero- Pero yo no conozco el tuyo… ¿Me lo dirás antes de que
te quite la vida?-
Apretó y un ligero hilo de
sangre, fino como una aguja, corrió por el cuello del joven que tragó saliva
antes de contestar.
-Sois muy generosa al solo
quitarme la vida cuando podríais, según las historias, arrancarme el alma. Tesledo
de Tresrríos es mi nombre-
-El bosque quiere solo tu
sangre, hechicero- dijo con una boca roja como la sangre que se derramaba sobre
las rocas- ¿Para que querría yo tu alma? –
-Podrías guardarla en una
jaula para que te amenizase la soledad en las mañanas, así tal vez no tendrías
que llorar escondida por la tormenta. Si es cierto lo que cantan los sadradin
cuando el viento y la lluvia muestran su cara más cruel…-
El silencio llenó el claro
durante unos segundos, la mordedura de la daga se aflojó- No todas las
historias son ciertas, Tesledo el vagabundo- de nuevo, silencio aunque esta vez
tan solemne y primitivo que el hechicero no se atrevió a responder. – Dime,
intruso temerario: ¿Cómo te gustaría morir?-
El joven se estremeció:
Notaba el frío del cuerpo de la Dama como el abrazo de una tormenta invernal.
Una fuerza mucho más poderosa que sus débiles símbolos arcanos que ahora eran
tan inútiles como una espada o una daga contra aquel ser elemental.
-Anciano, la verdad. Con una
torre de hechiceros bajo mi mando y aprendices que me atormenten a todas horas
porque no saben cómo avanzar en sus estudios. Con una larga barba blanca, con
pelo y una familia que celebre un buen banquete cuando me toque marchar. Quizás
con un perro a mis pies y una copa de vino en mi mano que se derrame sobre
alguna alfombra cara que alguien tarde mucho tiempo y esfuerzo en lavar-
Contestó con total solemnidad.
La dama rio, sin poder
evitarlo, y su risa agitó las aguas de la laguna provocando que su larga
cabellera rizada golpease al hechicero que se levantó de un salto y la encaró
sin dudar
Inmensa, cuatro veces más
alta que el joven. Desnuda sin vergüenza con una muralla de rizos negros como
toda vestimenta. Coronada con un velo de brumas que ocultaba unos ojos del
color del fuego y el sol, más profundos que la laguna que reflejaban. Con una
boca de labios rojos y dientes afilados como los de una bestia de la que
brotaba una risa cristalina y sincera con una musicalidad imposible de
descifrar. Allí estaba, blanca como la nieve fresca, sentada y con la mano
sobre una rodilla, la criatura más peligrosa que el hechicero había visto
jamás.
-Pero si eso no es posible,
cualquier muerte a manos de la más hermosa de las bestias será mucho más de lo
que jamás habría imaginado aspirar- Remató antes de dar un paso atrás y
tropezar.
-Eres un hombre muy extraño,
Tesledo de Tresrríos- Susurró acercando su cabeza para verlo mejor- Empiezo a
pensar que sí podría ser divertido tomar tu alma para que me cante en medio de
la tormenta, como dicen los errantes- El tono juguetón de su voz era tan
aterrador que el hechicero sintió como el vello de sus brazos se ponía de
punta.
Entendió entonces como se
sentía la liebre atrapada cuando veía por última vez los ojos del lobo.
Aquellos ojos amarillos que más que mirar, parecían a punto de devorarlo. Ante
aquellos grandes ojos bestiales Tesledo se sintió desnudo, impotente y
desarmado frente al destino que le observaba.
-Desnudo pero no sin
opciones- susurró cortando el contacto visual momentáneamente.
Con un rápido movimiento la
daga ritual atravesó su pecho sin esfuerzo y se agitó, dispersando la
convincente ilusión que se deshizo en el aire. –Ya veo… Entonces, Tesledo el
vagabundo… ¿Quieres morir en cacería?- Preguntó la Dama al aire mientras su
forma quedaba oculta bajo la niebla que le hacía de velo.
Bajo la niebla su forma cambió y creció, alterando su aspecto humanoide
en uno bestial, de pelaje blanco y aspecto tan grácil y etéreo como mortal. Con
tres grandes cabezas que se estiraron para acariciar el aire antes de volver a
su posición original.
–Así sea- pensó antes cruzar de un potente
salto la laguna y detenerse al pie de la cascada para aspirar todos los olores
que le traía el viento.
La bestia descendió la
cascada con tres grandes saltos y se impulsó con la corriente del río buscando
el olor del hechicero. La sangre acelerada por la sorpresa y el anhelo movieron
su cuerpo a través de los árboles más rápido que el viento, agitando las ramas
del bosque en un coro de chasquidos y crujidos llenos de miedo.
Y era el miedo lo que daba
alas a los pies del joven Tesledo que se abría camino a través del bosque a
toda la velocidad que le permitían las ramas y el traicionero terreno. El
hechicero estaba magullado y exhausto pero no se atrevió siquiera a mirar hacia
atrás por miedo a ver aquellos monstruosos ojos esperándolo. Varios símbolos
grabados con cieno y sangre en sus muslos, sustituían a los pergaminos
empapados ennegrecidos por la tinta que hacía inútiles todos los hechizos que
había preparado.
Hechizos que eran sus
opciones. Opciones que ahora solo eran papel mojado.
La manada que seguía a su
señora: Los diablos de la bruma, aullaron al unísono con un lamento espectral
que sacudió el bosque y alimentó el hambre de la dama. La criatura se movía
como un relámpago a través del bosque, apenas tocando el suelo hasta que con un
suave golpe de sus patas derribó al hechicero fugitivo.
-La cacería llega a su fin,
quebrantador de la ley antigua- Dijo la bestia con una voz terrible que
conservaba el timbre juguetón de su forma humana. El joven se puso de rodillas
con la boca llena de sangre, dándole la espalda- ¿Así es como deseas morir, de
espaldas a tu muerte?- Gruñó algo molesta, pensando durante un momento si había
juzgado al humano que tanto valor había mostrado.
Tesledo se giró sonriente,
haciéndole fruncir el ceño al ver la chispa de rebeldía que brillaba en sus
ojos –Ni por asomo. Te has ganado mi cuerpo y mi alma, con creces- le concedió
abriendo los brazos con reverencia.
-Acepto ambos con gusto-
Contestó complacida la Dama disipando la bruma y recobrando su aspecto humano.
Alzó entonces la daga y la colocó con suavidad en su cuello –Adiós Tesledo de
Tresrríos; La sentencia por tu crimen es que tu cuerpo será para el bosque y tu
alma me hará compañía en las largas noches de invierno, como una luz más en el
tenue luminario de mi palacio-
-Como debe ser- Aceptó el
condenado ofreciendo el cuello- Aunque es costumbre en mi tierra concederle al
reo un último deseo-
La Dama sonrió: esperaba
algo así de un humano.
-¿Vas a pedirme que te deje
libre y que te reclame cuando seas viejo?-
-Se me ha pasado por la
cabeza pero no sería capaz de engañar de esta manera dos veces a la muerte- Sus
miradas se entrecruzaron de nuevo: La suya verde, cansada y serena y la de ella
amarilla, desprendiendo la intensidad de un vendaval –Solo pido un beso de esos
labios ensangrentados que no puedo dejar de mirar, esos que son fruta prohibida
de montaña y fuego. Herederos de una tormenta que nunca se repetirá-
La dama se detuvo y la daga
tembló hasta caer de sus manos y clavarse profundamente en el suelo. Justo en
el lugar que unos segundos antes había ocupado el pie de Tesledo. El velo de
niebla y su melena rizada se alzaron para ocultar su forma y en un instante el
joven Tesledo se encontró solo en el bosque. Con el antiguo cuchillo ritual
como única prueba de que lo que había pasado era real.
-Márchate, humano insolente-
resonó la voz susurrante de la dama desde muy lejos –La señora de la montaña
perdona tu vida con la condición de que regreses a tu hogar y no vuelvas jamás…-
Al hechicero le fallaron las
piernas y cayó de espaldas, respirando con dificultad. El corazón le latía con
fuerza y tuvo que usar el tronco de un viejo roble para poder levantarse. Sin
embargo, no se dio un momento de descanso y, usando la hoja de la espada ritual,
utilizó sangre, tierra y saliva para trazar un complicado símbolo compuesto por
tres espirales en su pecho.
-Si no me mata… esto…
debería servir- jadeó satisfecho antes de seguir, trastabillando, los pasos de
la criatura.
De esta forma, el joven al
que muchos podrían considerar el hombre más afortunado del reino, renunció a su
viaje de vuelta seguro y regresó al claro donde los silenciosos árboles, el
agua y los diablos de la bruma rodeaban el cuerpo encogido de la dama.
Y allí permaneció, agazapado
tras el grueso tronco de un viejo castaño mientras el mundo material y el
espiritual gemían ante la profunda tristeza que atenazaba a su hija.
-Madre, mira la luna-
trataban de consolarla los diablos de la niebla, adoptando la forma de unos
tiernos lobeznos que lamían sus rodillas- Ha vencido al día para traerte la
noche como compañía. Las estrellas antiguas te ofrecen su guía y el rebelde
domina radiante como la luz del mediodía-
-Ni la luna ni las estrellas
pueden poner luz a esta noche tan oscura- Gimió Piorneda cubriéndose de niebla
hasta desaparecer en una esfera perfecta- Hay una grieta en mi interior que se
hace más grande cuanto más se llena. Un silencio tan profundo que no es capaz
de romperlo ni la más fuerte tormenta-
Las ramas de todos los
árboles que rodeaban el estanque se agitaron sin ningún viento que las animara.
-Ha sido ese hechicero-
Gruñeron los lobeznos con las espaldas erizadas- Su corrupción humana ha hecho
llorar a la hija de la montaña. Vamos a matarlo y a despedazarlo como ofrenda a
nuestra ama-
La voz de la dama fue como
un trueno retumbando en la cima de la montaña.
-A Tesledo de Tresrríos se
le ha permitido marchar amparado por mi gracia y por ello no debe sufrir ningún
daño en su regreso a casa… si el bosque no quiere ver mi cólera desatada-
-En realidad, no soy de los
que abandonan a la primera amenaza- Contestó el Joven rompiendo el hechizo que
lo mantenía oculto y abandonando la seguridad de la arboleda.
Los diablos de la niebla quisieron abalanzarse sobre él, pero la esfera
los atrajo con la fuerza de una tempestad hasta engullirlos en tu interior.
Algunos trataron de resistirse, clavando las garras en la roca y aullando de
forma lastimera, pero al final desaparecieron y con ellos cualquier sonido de
la laguna y el claro.
Hasta árboles y bestias contuvieron la respiración, aterrados.
La esfera de bruma se quebró
y la bestia de cuatro cabezas lupinas y draconianas se abalanzó sobre Tesledo estampándolo
con el morro contra el viejo castaño.
-¡Tú, estúpido hechicero
trastornado!- Rugió la bestia abriendo las fauces y lanzando nubes de saliva y
vaho sobre el pequeño humano - ¡¿Cómo te atreves a despreciar la gracia del
bosque, del fuego, del río y de la señora de la montaña?!- Las otras cabezas
chasquearon las fauces iracundas, arrancando trozos de corteza del árbol y
golpeando las aguas- Esta vez, voy a devorar tu cuerpo y torturar tu alma hasta
que el bosque muera y cubra de ceniza las montañas-
-Adelante, ya te dije que mi
vida era tuya si era lo que tu corazón buscaba- Resolló tratando de recuperar
el aliento. Dolorido, levantó el brazo y acarició con suavidad el gélido pelaje
de la bestia – Siempre y cuando me concedas el beso que te pedí como última
gracia-
Las grandes fauces se
cerraron en el aire con una fuerte dentellada y la cabeza que lo aprisionaba se
sacudió con fuerza, arrojando el cuerpo del hechicero a las aguas sagradas.
Aturdido y sintiendo como los nudos de su vientre se aflojaban, el agotado
joven nadó a la superficie y observó en silencio como la iracunda criatura destrozaba
el árbol que le había servido de refugio.
-Es una pena- lamentó al
escuchar el destrozado tronco chocar contra el suelo del bosque, agitando por
última vez las ramas –Ese árbol tenía un espíritu amable, libre de odio y con
un respeto…-
-Será mejor que guardes
silencio, hechicero- Siseó con el gigantesco lomo erizado, sentada mirando al
cielo – Lo que te haré a ti será mucho peor si no te marchas ahora que aún te
lo concedo. Si esta vez desobedeces, te impondré un castigo ejemplar que hará
temblar a la tierra y el cielo-
-Creo que te he dicho que
las amenazas no me causan miedo- Respondió obligando a cada fragmento de su ser
a avanzar hacia aquella fuerza natural.
-Mentiroso- Chasquearon
cuatro voces susurrantes con desprecio- Tu corazón late como el de un
ratoncillo asustado y tu mirada es como la de un cervatillo delante de un lobo
hambriento-
-Puede ser, es una sensación
que siento a menudo-
-¿¡Entonces por qué sigues
aquí?!- Rugió volviéndose con ferocidad, derribando al hombre de un fuerte coletazo-
¡Te he perdonado la vida, dándote mi gracia para que nada del bosque te
molestara en tu regreso a casa! ¡¿Por qué sigues aquí, probando la paciencia de
la bestia más peligrosa de la montaña?!- La cabeza draconiana se pegó a él,
resoplando con fuerza.
-Porque…- respondió
escupiendo agua- Reconozco el dolor que padeces, ese que ahora mismo llevas en
el pecho, al llevarlo yo también conmigo-
Y entonces, alzó las manos
atrayendo hacia sí la atónita cabeza del monstruo y lo besó con suavidad en los
labios.
En el claro se hizo el más
absoluto silencio. Hasta el agua, cantarina ante la muerte y la vida, se
convirtió en nada más que un leve rumor mientras bestias, plantas y espíritus
observaban como la señora de la montaña se había quedado paralizada. Hasta que,
una a una, las cabezas se hicieron bruma dejando a su forma humana temblando en
el agua.
-La soledad es una fisura
que no entiende de piel y no discrimina ningún alma- Le susurró el hechicero
antes de abrazar su piel helada- Tal vez no cure, pero este es un buen remedio
para aliviarla-
-No lo entiendo- Se
estremeció la dama- Eres un humano, separado de tu tierra natal por leyes
antiguas que esta tierra todavía recuerda…- Hizo una pequeña pausa, como si le
costara reunir las palabras- ¿Cómo puedes dominar una magia tan extraña?-
-Por una vez solucionaré un
problema del mundo espiritual sin usar un arte arcana. Aquí no hay magia, más
allá del afecto mutuo de dos almas solitarias-
-Los humanos vivís en aldeas
y ciudades, amontonados unos encima de los otros... No entiendo cómo puedes
entender mi soledad-
-Puede que no lo aparente,
pero no suelo encontrar consuelo entre los míos- El hechicero suspiró,
ignorando el intenso frío que sentía en todo el cuerpo- Soy Tesledo de
Tresrríos porque me crie donde el gran río pasa de ser tres a uno, en una
cabaña alejado de la gente. Mis padres me abandonaron porque no querían que mi
poder dañase a la familia y he tenido que aprender a ganarme el sustento y
hacer grandes sacrificios antes de convertirme en hechicero-
-¿Los tuyos creen que os
arrancáis el corazón y lo cambiáis por un cristal arcano? Al menos eso he oído
en las conversaciones que el viento del sur me trae como regalo- Preguntó la
dama cambiando de tema.
El hechicero se incorporó
riendo –No, en Tresrríos disciplinas como la hechicería, la hermética y hasta
la necroducta son vistas con bastante normalidad. Además, gracias a la magia la
ciudad ha ganado una importancia que a día de hoy solo supera la capital-
Ella también se incorporó y
las gotas de agua de su cabellera rizada los salpicaron a ambos. Los ojos rojos
de los diablos de la niebla relucían con desconfianza más allá de los árboles
pero una sola mirada de la dama los hizo retroceder de vuelta a la montaña,
dejando penetrar en el claro los rayos plateados de la luz de la luna.
-Joven Tesledo, hay algo que
necesito saber- Le dijo con un tono de voz mucho más serio, posando sus ojos
bestiales sobre él- No creo que esperaras toparte conmigo, aunque con lo listo
que eres seguro que contabas que algo así podía pasar-
-No te equivocas, la verdad
es que no esperaba atraer tu ira, pero me preparé como pude para esa
posibilidad-
-El
bosque ya lo ha preguntado antes y yo también quiero saberlo: ¿Por qué has
venido hasta un lugar que ningún humano ha pisado en siglos? Ya debes saber que
estás en un lugar sagrado, pero no creo que este sea tu destino-
El
joven se esforzó en no desviar la mirada a aquellos ojos monstruosos y
brillantes, pero se mantuvo en silencio unos segundos antes de responder. Bajo el
agua, movió ligeramente los pies.
-El
motivo de mi viaje me impulsaba a visitar el corazón de la montaña, que según
las leyendas es tu lugar de nacimiento. He escuchado mucho acer…-
La
risa de la dama lo interrumpió, llenando con su eco el claro, como si el
hechicero hubiese contado el chiste más gracioso del mundo. Las orejas de
Tesledo enrojecieron cuando se dio cuenta de que se reía de él.
-¡He
escuchado grandes leyendas acerca del corazón de las Piornas y soy una persona
que no se echa atrás cuando hay algo que me propongo hacer!- Protestó Tesledo,
provocando una carcajada aún mayor por parte de la dama - ¡No veo donde está la
gracia!-
-Escuchas…
y das… demasiada importancia a las leyendas- Respondió con dificultad- Y tienes
poco seso si crees que mis cachorros y yo te permitiríamos llegar allí con
vida-
-Como
dije, estoy casi desnudo, pero no indefenso- Dijo Tesledo medio en broma, medio
en serio- Tengo mis artes para hacer frente a casi cualquier problema-
La
dama soltó una risita que sonó como el caer del agua fresca de un manantial
alegre- ¿Ah, sí? ¿Quieres decir que eres más poderoso que yo? Eres muy gracioso
hombrecillo…- Colocó la afilada uña de su dedo índice sobre el pecho del
hechicero, recorriendo con suavidad las cicatrices –Pero deberías saber que no
he utilizado ningún arte arcano para vencerte-
-Ni
yo para hacerte frente- Desafió el hechicero acariciando con suavidad aquel
gran dedo blanco como la nieve- Pero tienes razón, mi poder está tan lejos del
tuyo que ni cinco como yo podrían vencerte-
-Que
modesto, Tesledo de Tresrríos. Al menos deberías admitir que no podrían ni
diez-
-Puede
ser- Concedió el hechicero bostezando, algo que no pasó desapercibido a
Piorneda- Pareces totalmente exhausto. Creo que ambos deberíamos descansar y
seguir conversando mañana- Sugirió estirándose imitando al joven, dejando
entrever a través de su cabellera dos pequeños pechos del tamaño de su cabeza.
-Será
lo mejor, que tengas muy buenas noches- Se despidió el joven Tesledo comenzando
a salir del estanque, pero ella lo agarró con suavidad y riendo lo arrastró en
una imposible pirueta que los hizo ascender hasta una gruesa cama de musgo, en
la parte alta del manantial, desde donde el agua caía suavemente hasta la cuna
del río.
Mareado,
Tesledo se tambaleó y se dejó caer sobre la gruesa alfombra bajo la que bullía
el cantar del río. La dama piorneda se estiró suspirando en toda su estatura,
tocando con los dedos las copas de los árboles y se acurrucó con cuidado a su
lado, abrazándolo.
-Podías
haberme avisado- Refunfuñó con dificultad, tratando de apaciguar a su estómago.
Piorneda le lanzó una amplia sonrisa mostrando su dentadura afilada.
-Considéralo
tu castigo por haber ensuciado la cuna del río-
-Entonces,
en verdad esta es la cuna del río Fervenzil, el berce de milfíos…- Susurró el
hechicero con asombro y una sonrisa aventurera de oreja a oreja.
-Cuando
el sol se alce, te llevaré lo más cerca posible del destino que aspirabas
alcanzar con este viaje…- Bostezó sonoramente dejando caer su gélido aliento
sobre él- Pero ahora ambos debemos dormir así que buenas noches, pequeño
hechicero- Susurró antes de cerrar los ojos.
-Buenas
noches, dama Piorneda- Le respondió cerrando los ojos también.
A
su alrededor el bosque guardó silencio hasta que ambos se quedaron profundamente
dormidos. Entonces, los árboles me contaron que durante la noche se propagó la
noticia de lo que había sucedido. Las aves nocturnas volaron río abajo y
contaron lo que en silencio habían visto, tranquilizando a los siviscos que
habían retirado sus ojos del río al ver la presencia de la dama. Tan solo los
árboles más rencorosos, que habían cultivado su odio durante generaciones,
maldijeron por igual al humano, a la dama y al agua por dejar semejante crimen
sin castigo.
En
lo alto de la montaña, donde esculpido en nieve y hielo mágico se alzaba el
palacio de la dama, los diablos de la niebla observaban las estrellas aullando
débilmente por su ama. Según se relata: Ellos habían nacido mucho tiempo atrás
de sus lágrimas y no había pasado una sola noche en la que no la hubieran
acompañado en su soledad, escudriñando los misterios de las estrellas. Buscando en el poder antiguo de las
ascendencias respuestas a preguntas más antiguas que el tiempo.
Aquella
noche la antigua constelación del rebelde había brillado con una rojiza fuerza
inusual, representando claramente en el firmamento la osadía del mago por
romper una ley prohibida que había perdurado intacta durante siglos. Ahora, no
obstante, las estrellas cambiaban, alejándose poco a poco para dar paso a una
nueva ascendencia dominante de un brillante color verdoso: La de la serpiente.
Tesledo
abrió los ojos y observó el rostro durmiente de la dama con deleite,
mordiéndose el labio con fuerza suficiente para provocar un leve sangrado. Con
cuidado, mojó el dedo en el corte y perfiló el complicado símbolo en forma de
espiral que había dibujado hasta renovarlo por completo. Y sin perder un
instante, aplastó el pecho contra la gélida carne de su acompañante hasta
tatuar un símbolo gemelo.
-Sello
del pacto de la vigilia… ¡Despertado!- Murmuró antes de levantarse y apartar
los brazos de la durmiente señora de la montaña, ahora incapaz de despertar.
-No
me puedo creer que haya funcionado…- Dijo en voz alta rompiendo el silencio del
claro – Lo cierto es que me encantaría pasar la noche a tu lado, pero el
destino de mi viaje y el premio que busco están a mi alcance, a la espera de
ser reclamado-
Se
inclinó para robar un beso de la fría frente de la mujer y la contempló un
instante con tristeza. Una parte de él deseaba cumplir lo acordado y acostarse
de nuevo para ver el amanecer junto a ella… pero en el fondo sabía que aquel
pensamiento no era más que una ilusión que debía desterrar.
-Es
curioso que lo mencionaras, ya que es gracias a las leyendas que tuve
conocimiento de la soledad de la dama blanca. Una pena oculta a los mortales y
al propio bosque detrás de una ferocidad desatada…- Suspiró, sintiendo
momentáneamente el peso de la cadena de acontecimientos que acababa de provocar-
Quien sabe si alguna vez alguien usará una leyenda para vencerme como te ha
pasado… Adiós Piorneda, me duele marcharme, pero debo hacer lo que es
necesario-
El
hechicero se dejó caer sobre las aguas que lo aguardaban más abajo y emergió a
la superficie de la laguna antes de nadar hacia la orilla, buscando el lugar
exacto en el que horas antes había alineado su cuerpo y su espíritu. Los
tatuajes que contenían un potente hechizo de sutileza en los antebrazos
brillaron con una oscura luz verdosa, ocultando su presencia al bosque
silencioso que lo rodeaba.
Tomando
cieno del río y rompiendo un pequeño recipiente de tinta que había sobrevivido
a su baño, el hechicero trazó un complicado e intricado símbolo entrelazado en
cuyo centro surgía una conexión perfecta con los tatuajes de su espalda. Una
vez lo hubo terminado, se colocó con mucho cuidado para alinear correctamente
los símbolos y respiró profundamente.
Estaba
preparado.
-Glifo
de arrancar espiritual… ¡Despertado!- Al instante sintió como una gran parte de
su energía mágica era absorbida y se inclinó sintiendo un intenso dolor a
medida que los glifos ardían en su carne hasta consumirse por completo, dejando
un fuerte olor a grasa quemada en el aire. De la flecha que marcaba la
dirección del hechizo surgió una maraña de tinta y fango que desapareció bajo
las aguas en un instante.
-¡Ven!
¡Ven a mí, corazón de milfíos!- Gritó volcando toda su voluntad en un profundo
alarido de dolor que hizo estremecerse a toda la arboleda como si estuviera
bajo el embate de un vendaval. Los árboles entraron en pánico y las aves
nocturnas y diurnas volaron en todas direcciones para pedir ayuda, mientras
insectos y pequeñas alimañas mordisqueaban el cuerpo de la dama tratando de
despertarla.
-Es
inútil- Gruñó el hechicero sintiendo la inquietud de la señora de la montaña en
el tatuaje de su pecho- Ella permanecerá dormida mientras yo esté despierto y
no tengo intención de dormirme, lo siento…-
Tratando
de resistir el poder del hechizo, las aguas se encabritaron y retorcieron, pero
la voluntad de Tesledo sumada a la magnitud de su hechicería eran una
combinación demasiado poderosa para ser repelida. En un último intento, los
espíritus cercanos se manifestaron en la forma de un torrente de agua que
barrió la orilla con furia tratando de detener con todas sus fuerzas el ritual
blasfemo.
Sin
embargo, justo antes de que la primera gota de agua tocase la carne del
hechicero, el símbolo de su calva brilló con un resplandor azulado y Tesledo se
desvaneció para volver a aparecer al instante en la orilla opuesta.
-Ha
sido un digno esfuerzo por proteger lo que es vuestro- Alabó al ver las grandes
oquedades que la furia del río había esculpido en las rocas –Y deberías dejarte
de bravatas, Tesledo. Porque si no fuera por el emblema de los portales la
furia del río te habría arrancado la carne de los huesos- Se reprendió mientras
buscaba refugio en lo alto de una gran roca.
Las
aguas se agitaron una última vez y burbujearon desesperadas antes de comenzar a
abrirse en un profundo torbellino de tinta y fango, cediendo su forma al efecto
del hechizo que las había dominado. Y con un intenso sonido de succión, un
tenue resplandor azul surgió de las profundidades del lago.
Palpitante,
la gran esfera envuelta en el hechizo era cascada al tiempo que aguas calmadas y
también los rápidos de la montaña. El rugiente géiser que sostenía su base se
separó con un estallido en cuanto superó el nivel del agua y casi al instante
comenzó a llorar gotas de agua turbia más grandes que el cuerpo de la dama.
Extasiado,
el hechicero contempló con la boca abierta la fuerza natural ante la que se
encontraba, temeroso de dar el siguiente paso que el hechizo demandaba.
Temblando, extendió el brazo derecho hacia la masa de agua e inspiró
profundamente, sintiéndose incapaz de pronunciar la palabra.
-¡Tesledo!-
Rugió en su interior la horrorizada voz de la dama- ¡¿Qué has hecho, criatura
desalmada?!-
-Debo
admitir que eres mucho más difícil de someter de lo que pensaba…- Gimió el
hechicero sintiendo como la voluntad de la dama luchaba por liberarse del
hechizo que la apresaba –Pero no vas a poder liberarte de este sello, hagas lo
que hagas-
-¡Embustero
despreciable!- Aulló la bestia llena de ira, forzando al hechicero a inclinarse
por el dolor que le infligía el sello- ¡Planeabas robar desde el primer momento
el corazón del río!-
-¡Así
es!- Gritó el joven, tratando de incorporarse para completar el hechizo-
Necesito el corazón del río para dar a mi pueblo un porvenir seguro ante la
guerra que se avecina y estoy dispuesto a quebrantar todas las leyes antiguas
que sean necesarias para conseguirlo…-
-Te
arrancaré el alma y la quemaré en el corazón de la tormenta antes de
consentirlo…- Lo amenazó, presa de una ira ardiente tan intensa que el símbolo
de su pecho comenzó a humear.
-Lo
siento Piorneda, pero no puedes hacer nada- Respondió él con tristeza
poniéndose de pie con gran esfuerzo. La laguna se había desbordado y el agua
corría en torrentes a través del bosque, impidiendo el paso o arrastrando a los
valientes paladines bestiales que acudían a defenderlo.
Alzó
el brazo y tensó los labios: Listo para terminar lo que había empezado.
-¡Corazón
de milfíos! Yo…- Exclamó antes de sentir un fuerte dolor punzante en el brazo.
Un cuervo negro como la noche se había lanzado en picado sobre él, ensartando
su pico profundamente en la carne de Tesledo. Antes de que pudiera reaccionar,
unas afiladas garras se clavaron en su espalda.
-¡Nooo!-
Aulló el hechicero golpeando el símbolo de la hebilla del cinto con fuerza-
¡Blasón del Escudo de Vendaval!- Gritó justo a tiempo para evitar que
centenares de aves que descendían en picado lo ensartaran. Una ráfaga de viento
huracanado se alzó alrededor del hechicero, rompiendo las alas de las más
pequeñas y obligando a las más grandes a huir en desbandada.
-¡Detente,
humano!- Rogó desesperada la dama retorciendo su cuerpo durmiente. Sobre ella,
una alfombra de roedores e insectos trataba sin éxito de arrancar piel y carne
donde el sello había sido grabado- ¡Todavía estamos a tiempo de devolverlo sin
que el río resulte herido! ¡Yo te ayudaré a repararlo!-
-Aunque
me ayudes, el bosque querrá mucho más que mi sangre para reparar el agravio que
he causado- Respondió el hechicero alzando el otro brazo- Ahora que he llegado
hasta aquí, no puedo detenerme pase lo que pase…-
-¡Corazón
de Milfíos! ¡Yo… Tesledo de Tresrríos…-
La
dama gritó, tan fuerte que su cuerpo durmiente se retorció entre espasmos,
espantando a las criaturas que la rodeaban. Sobre ella, la niebla de la montaña
se alzó furiosa, comenzando a ocultar la luna y monte arriba atravesando el
bosque con la ferocidad de una avalancha.
-¡Te
reclamo!- Finalizó volcando cada fibra de su voluntad y poder arcano en aquella
orden. De la mano extendida del hechicero brotaron pequeños chorros de tinta
que treparon sobre sí mismos en una fina línea hasta alcanzar el corazón
palpitante del río. Y como en un sueño, la pequeña esfera de un color azul tan
intenso que dañaba la vista de quien la mirara, se dejó caer en la palma de
Tesledo.
Brillando
durante un instante, hasta apagarse por completo.
-¡Maldito
seas, tú y todos los habitantes de tu reino corrupto!- Sollozó la dama en el
interior de su pecho, abrumándolo con su dolor, su rabia y su desesperación.
Horrorizado, observó la preciosa gema líquida que descansaba en su mano y tuvo
que resistir la tentación de no arrojarla de nuevo al lago.
Pero
no tuvo tiempo de sentir más remordimientos. Como si de un huevo deforme se
tratara, el exterior del corazón se agrietó, aplastado por la imposible
cantidad de agua que albergaba. Ríos de agua turbia surgían de las grietas cada
vez más grandes que lo atravesaban, anegando el bosque y colapsando la laguna
que se desplomó con un estruendo ensordecedor hasta la base de la cascada.
Agotado
y sin un ápice de magia en su cuerpo, Tesledo buscó una rama a la que subir en
busca de refugio, pero los árboles, algunos pagando como precio su propio
sacrificio, se alejaron del asesino del río sin dudar ni un instante.
-Ahora
sí que estoy desnudo y sin opciones- Maldijo observando el desastre que había
provocado: Cada vez manaba más agua de las grietas del corazón destrozado, como
si se hubiera abierto una puerta directa al fondo del océano. La riada era tan
violenta que trepaba con fiereza por las rocas en las que se encontraba, incapaz
de fluir monte abajo por la cascada.
-¡Tesledo!-
Rugió la señora de la montaña despertando de su hechizo cuando uno de los
diablos de la niebla rajó el sello de su pecho de un zarpazo.
La
potencia del grito hizo que el corazón del joven casi se detuviera. De pronto,
la idea de lanzarse al agua y confiar en que el agua lo arrastrase fuera del
alcance de la dama se hizo mucho más atractiva.
-Mejor
tener una posibilidad de vivir…- Se mentalizó respirando profundamente –Aunque
sea remota-
La
bestia y el hechicero saltaron a un tiempo: Uno, rogando al destino que aquello
no fuera el final. La otra, demasiado furiosa para pensar en otra cosa que no
fuera destripar al joven por el crimen que había cometido y por haberla
engañado.
La
corriente se tragó el cuerpo del asesino del río en un instante y la bestia
agitó sus cuatro cabezas completamente enloquecida, incapaz de aceptar que la
presa hubiese escapado. El rugido de una decena de truenos restalló en la
montaña con tanta fuerza que hasta las piedras se encogieron de miedo y el
bosque enmudeció aterrado al sentir como la ira de la montaña crecía hasta
temblar de pura furia, ocultando la luna entera tras un cielo negro como un
velo funerario.
-¡Madre!-
Gimieron asustados los diablos de la niebla - ¡Detente! ¡Debes controlar o tu
ira o harás trizas el palacio!-
Pero
Piorneda no los escuchaba. Las doce cabezas de su forma bestial desatada
mordían el aire llenas de ansia a asesina y su poder crecía todavía más con
cada rayo que besaba la montaña. Dejando atrás a sus cachorros, cruzó de un
salto hasta la base de la cascada, buscando enloquecida el olor del retorcido y
miserable humano que había provocado aquel desastre.
Sin
embargo, el viento solo le trajo el olor de la tragedia y el profundo miedo que
sacudía el bosque.
-¡Madre!-
Llamó la atención uno de los diablos mordiéndole con fuerza en el cuello de la
cabeza central- ¡Debes detenerte de inmediato o le harás más daño al bosque y a
la montaña del que ese humano ha provocado!-
La
dama trató de apartarlo de un coletazo pero todos sus hijos cayeron sobre ella,
mordiendo sus patas para intentar calmarla. Entonces, cuentan los árboles
que resonó un último y terrible trueno
sobre la montaña y la atención de la bestia se vio atraída hacia sus cachorros
antes de recobrar de nuevo su aspecto original.
-Tienes
razón, Draedros-Suspiró derrotada observando con preocupación la cima de las
montañas- El bosque no puede pagar por mi falta, menos aún recibir todavía más
daño por culpa de mi rabia-
-La
aldea de los siviscos ha sido destruida- Gruñó otro de los diablos, pues eran
conocedores de todo lo que sucedía en el interior de la niebla y esta había
alcanzado a los supervivientes que atravesaban el bosque anegado buscando un lugar alto donde refugiarse de
la ira del río.
-Si
ese humano ha sobrevivido, debemos cazarlo antes de que abandone el bosque con
el corazón del río…- Dijo Draedros, el líder de la manada, con un tono de odio
apenas contenido.
-No-
Contestó la dama colocando el velo de bruma de nuevo en su frente y mirando a
los cachorros de su vacío casi con ternura- Aunque nada me gustaría más que
calmar a mi corazón con sus gritos, la ascendencia de la serpiente y la fortuna
están de su parte…- Los diablos de la niebla aullaron y gimotearon confundidos-
Y nosotros ahora tenemos otro cometido; Debemos dispersar la tormenta que he
convocado antes de que se convierta en un cataclismo-
Los
diablos aullaron en respuesta y acatando la orden, se disolvieron en la espesa
niebla que comenzó a retroceder de vuelta a la cima de la montaña, para ocupar
una vez más su lugar como el velo que la coronaba. Antes de partir, la dama
observó sus pies llenos de agua, las hojas muertas y los cuerpos de los
pequeños animales que la rodeaban, ahogados sin remedio ante el poder
destructor de la riada que había arrancado miles de vidas. Dejando la
frondafierra convertida en un campo de batalla.
-Volveremos
a vernos, Tesledo de Tresrríos- Escupió con odio y tristeza mirando al lejano
sur, donde seguramente el hechicero ahora se escondería creyendo que ella lo
perseguiría- Pero hasta entonces… Yo te maldigo- Se detuvo durante un instante,
al sentir el peso que tendrían las palabras que brotaran de sus labios para
formar el maleficio, pero el odio la impulsó a continuar.
-La
comida se hará cenizas en tu boca y el agua será sangre en tus labios. No
hallarás descanso y ni tú, ni tu gente recibiréis nunca más los frutos del
bosque e incluso los peces huirán de las redes de tu ciudad. En la bruma de la
noche escucharás siempre mis gritos y ellos serán mi heraldo cuando acuda a
cobrar tu deuda. Yo, la hija de la montaña, escupo sobre tu nombre y tu alma.
Yo, madre de la tormenta, pasearé triunfante tu cuerpo decapitado por los
lugares más oscuros de mi palacio y haré caer sobre ti tantos tormentos que
desearás nunca haber sido engendrado-
El
viento sopló con fuerza, agitando su cabellera empapada y sobre ella brilló la
retorcida forma de la ascendencia de la serpiente, como si las propias
estrellas disfrutaran del espectáculo.
-Pero
sobre todo… lamento haberte conocido- Se despidió resistiendo las lágrimas ante
la enorme pena que la abrumaba, una fuerza mucho más fuerte que cualquier
riada.
En
la sala de la baiuca el rugido de la tormenta solo era roto por los sollozos
desconsolados de todos los presentes. Grumo reparó entonces en que incluso él
estaba llorando.
-Si
la historia que has contado es cierta…- Comenzó el viejo sonándose ruidosamente
la nariz con un trapo- Es cierto que la dama del bosque tiene derecho a sentir
un odio profundo hacia nosotros, aunque solo sea por instinto-
-Yo
no lo creo- Negó el joven de aspecto frágil que había permanecido hasta
entonces en silencio secándose las lágrimas- La culpa y responsabilidad es solo
de Tesledo, él es el único que debería pagar por lo que hizo…-
-¡No
digas estupideces!- Bramó barbasucia con voz ronca y beligerante- El muchacho
hizo lo que pudo para sobrevivir, aunque en su lugar yo habría aceptado el
salvoconducto y me habría vuelto directo a casa-
-Es
terrible…- Sollozó una de las muchachas buscando el abrazo del bardo- Pensar que
la dama solo quería amistad, compañía y como se aprovechó de ella...-
Algunos
asintieron, respaldando las palabras de la muchacha, pero la mayoría negó con
la cabeza o desvió la mirada con incomodidad.
-Está
claro que les ha impactado mucho saber que fue un héroe del reino quien tiró la
primera piedra en la liza contra el bosque…- Se dijo Grumo observando a los turbados
aldeanos de Ardovello. De todos ellos, solo el dueño de la casa parecía
tranquilo y pensativo.
-Me
pregunto… si esta historia hará que los míos sean mejor recibidos aquí y en las
aldeas circundantes- El pensamiento del bardo, brillante durante un momento,
fue cubierto con la tormenta de la realidad- A quien quiero engañar... Tal vez
durante un tiempo sientan menos recelo, pero nuestras diferencias no nos
hicieron hermanos en el pasado y no creo que la mejor de las historias pueda
conseguirlo en el futuro-
-Tengo
una pregunta, errante- Dijo el dueño de la baiuca sacándolo de sus pensamientos
sombríos- ¿Qué fue de Tesledo? ¿Consiguió llegar de vuelta a Tresrríos?-
-Esa
es una muy buena pregunta, aunque creo que podéis imaginar la respuesta. De lo
contrario sería imposible que Tesledo hubiera perecido en la guerra del Puño
Garuga-
-¿Pero
nos contarás que te dijeron los árboles, verdad?- Preguntó la mujer de
barbasucia con sus ojos grises todavía brillantes. Varios de los presentes lo
miraron con ojos húmedos y suplicantes.
El
bardo permaneció en silencio durante un instante, escuchando con atención el
sonido de la tormenta. Satisfecho con la furia del vendaval sobre el pueblo,
paseó la mirada entre su audiencia, deteniéndose en cada una de las jóvenes
antes de acallarlos a todos con un gesto.
-Me
gustaría pero no fueron los árboles quienes me contaron el resto. Después de
mostrarme como la dama maldecía al hechicero, en lugar de continuar, se
empeñaron en guardar silencio-
-Entonces…
¿Quién te relató el resto de la historia?- Preguntó el viejo que ahora parecía
el más interesado.
-No
me la contaron a mí, sino a mi abuelo- Explicó- Y si preguntáis quien lo hizo…
fue el propio Tesledo-
Las
aguas recibieron el cuerpo del hechicero con la fuerza de la bofetada de un
gigante. En un instante, el agotado joven se vio arrastrado al fondo lleno de
lodo y antes de que pudiera contar hasta cinco sintió como caía por la cascada.
Sin embargo, lo que debería haber sido su muerte no fue el final. Aunque el
golpe fue tan fuerte que creyó en un principio que se había roto las piernas y
la espalda, pronto se dio cuenta de la fina burbuja de energía que lo rodeaba y
lo protegía de la ira desatada del agua.
La
gema líquida aferrada en su mano derecha brillaba con fuerza, derramando
energía elemental que formaba la burbuja que lo escudaba. Por desgracia, como
comprobó más tarde cuando se estrelló contra una pared de roca afilada, la
protección de otros elementos era limitada.
-No
seguiré vivo mucho más tiempo si las rocas me dan otra pasada- Pensó observando
las manos despellejadas donde había tratado de protegerse la cara.
Entonces,
como si el corazón lo hubiese escuchado, el torrente lo alejó del cauce natural
del río y lo arrastró por el anegado bosque, donde observó cómo lo árboles
resistían la fuerza del agua, inclinados por el esfuerzo. Centenares de
pequeños animales se estremecían en sus copas mientras sus madrigueras y
aquellos infortunados que no podían escapar eran sumergidos bajo las aguas
turbias del desastre que había provocado.
Hasta
detenerse, horas más tarde con el amanecer, en una pequeña dolina que se había
convertido en una tranquila laguna.
Agotado
más allá de cualquier palabra, Tesledo se incorporó sintiéndose como en un
sueño. Como si todo aquello lo hubiera provocado otro ser que había ocupado su
cuerpo. El peso de la maldición de la dama repicaba en su pecho y aunque sabía
que con el tiempo podría atenuar su efecto, un dolor que nada tenía que ver con
la magia y del que nada podía hacer para librarse se había adueñado de él por
completo.
-Y
todo… por esto- Sollozó observando la preciosa gema que relucía entre el cieno.
Cuando
se hubo calmado, se restregó los ojos enrojecidos, guardó la gema y se levantó
tambaleándose antes de buscar la dirección que debía seguir en el cielo. Desde
el agonizante firmamento, la ascendencia de la serpiente brillaba como un orgulloso
estandarte de los crímenes del hechicero.
“Y
aunque días más tarde, cuando desperté al cuidado de los míos, fui reconocido
como el héroe de mi pueblo. Yo sabía que no habría tiempo que me convenciese de
que aquello era cierto.”
“Y
que, para las estrellas y el bosque, yo siempre sería el ladrón del corazón del
río”
Es un bello relato, de como un hombre puede entender el sentimiento de un ser primordial y bestial, uno que podía destrozarlo sin piedad, que podría tener forma de bestia o de una dama pero que su poder inmenso lo apesadumbraba. El sentimiento que une lo primordial con la carne, lo humano con lo espiritual y donde ni la magia puede llegar, y es que ni hombres, ni bestias y ni el ser mas primordial puede escapar de ese sentimiento llamado soledad. Un héroe por reconocido por todos, pero no por si mismo, por que para salvar a otros tuvo que herir a quien quiso, realmente me a tocado esta historia, nunca había oído algo igual, muchos relatos de amor hay pero esto, es algo que nunca espere encontrar. Muy bello y muy trágico el final, ya que la soledad que los unió fue la que al final igual lo separo ¿Puede uno poner su deber encima de su corazón? Unos si, otros no, yo en su lugar me hubiera rendido ante su belleza primordial y me habría dejado abrazar por ese gélido encanto que nadie más habría podido apreciar. ¿Quién sabe? Quizás algún día me vea forzado a tomar una decisión similar, me pregunto si eso pase si mi corazón cederá ante el amor o si mi temple me hará cumplir mi deber hasta el final. No lo se pero ante tal belleza, ante tal poder, ante esa alma solitaria como la mía, quizás yo habría dormido junto a ella hasta despertar, y no herir ese corazón tan bello que nadie mas pudo ver ni apreciar. Muy bella historia Toc, me ha conmovido.
ResponderEliminarHola Legado, en primer lugar; muchas gracias por tu comentario y disculpa la tardanza en responder. En segundo lugar, este no es el fin de la historia, tan solo el comienzo y la danza de Tesledo y la dama blanca no termina con odio y tristeza, si no con añoranza y amor.
EliminarMuy pronto, podrás leer la segunda parte y espero que te guste tanto como la primera. Mientras tanto, decir que tus palabras y el hecho de ser el primer comentario que ha roto el silencio me han conmovido y motivado mucho.
Te llevo en el corazón.