El Pintor de Nieblas

 

¡Oh, hola! La verdad no esperaba que estuvieran aquí tan pronto. Es más, me temo que por mi habitual procrastinación, me han pillado todavía en pijama y en mi séptimo sueño. No. No, no estimados lectores, no se disculpen. No ha sido culpa suya que yo no esté listo para satisfacer su curiosidad en el mismo momento en que hayan abierto este libro.

Sin más dilación, comencemos.

Aquella mañana de un orgulloso Octubre amaneció…

Bueno, espere un momento…

¡No! ¡No cierre el libro todavía que el escritor necesita tanto comer como ver inflado su ya dilatado ego! Solo será un momento de reflexión acerca de mi propia existencia como narrador omnisciente. Porque sí, me temo que soy ese tropo de la narrativa, que lo sabe todo de este libro pero saludo a todo el mundo y miro a los dos lados antes de cruzar la calle. Así que, tan mal individuo no seré. ¿No?

Si confían en mí y en mi verborrea, intenten hacer esto durante un momento:

“Visualicen todos los posibles escenarios en los que podrían abrir este pequeño libreto, a caballo entre la agresividad de un panfleto comunista y los clásicos titulares de internet de “No te creerás que pasa a continuación”. Piensen en momentos clásicos como esa hora de descanso superior y esfuerzo posterior que todos deberíamos realizar al menos una vez al día o en ese momento en el que el ruido de la vida es tan sofocante que uno tiene que leer algo, alguna tontería, lo que sea con tal de que a la sintonía matutina alguien le pinte algo de color azul cián sobre magenta.”

Pero seamos audaces y no nos quedemos ahí:

“Imagine que alguien abre este libro en un momento incómodo. Como un dentista a punto de hacer una endodoncia con el paciente ya anestesiado y con par de pasadas de taladro que, cansado de la monotonía de un oficio que es responsable de inspirar  terror a las mentes más sensibles durante milenios, decide abrir El Pintor de Nieblas y que le zurzan al paciente que tiene la boca abierta como un pato que ya no admite más grano en el gaznate.”

O si no le va lo sanitario:

“Un albañil que deje su bocadillo y aparte de la mente su precario salario postcrisis del 2008 con el único fin de disfrutar de un poco de caviar de oveja mañanero, de una pizca de podredumbre mental que alcalinice la toda esa masa cerebral tan ácida como para tumbar a cinco hippys de los 60 de un solo lengüetazo.”

Y porque no, saltando durante un instante a lo conyugal:

“Imagine que acaba de terminar una noche salvaje de sexo insatisfactorio con su pareja (O romance solitario) y en el momento en el que está a punto de decirle que se acabó, pues coge un libro al azar de la única estantería con libros de la prisión con ventanas en la que vive desde hace más lustros que dedos le quedan en las manos. Y con calma, se abre El Lector de Nieblas y se deja llevar por la ensoñación de un enfermo farmacofílico contrarrevolucionario que escribió esto porque…”

Por qué no. Todos tenemos derecho a tener un hijo medio subnormal por actos no por capacidad y este obseso soltero no iba a ser menos.

En resumidas cuentas lo que quiero decir como ente y no como narrador es lo siguiente;

Todas esas situaciones, al abrir el libro, me encontrarán aquí dormido: soñando con todo este monólogo para unos lectores ficticios. Y no es que me queje de mi vida como narrador durmiente pero…

Yo también quiero visitar París.

Por si no lo entienden, aunque si han comprado este panfleto yo diría que sí, me encantaría que me encontraran tomando un café bien calentito con unas pastas o cepillándome los dientes y sonriéndole con mi boca desdentada brillante. O incluso, que demonios, dando la campanada en el lecho con algún apuesto Apolo o Afrodita, o con ambos, porque al fin y al cabo yo solo soy un conjunto de letras pero…

Incluso los constructos febriles tenemos derecho a soñar.

Y hablando de soñar. Eso me recuerda que tenemos un asunto que tratar porque, aunque yo quisiera serlo; que dios mediante no es así.  No soy el pintor de nieblas que ustedes han venido a buscar.

PERO

Sí que soy el encargado mediante la voluntad del escritor, de contarles la historia de este extraño personaje que procedo a presentar.

 

Aquella mañana de un orgulloso Octubre amaneció con desgana. No con desgana porque la hora se hubiese retrasado si no con una pereza de alma y acción poco frecuente en el siempre alegre y activo astro sol.

La luz entre las nubes era escasa y más que dorada era del color de la mostaza barata de sobre y, tras ella, se dibujaba una pálida esfera que no daba la sensación de ser el astro rey.

En su lugar, parecía como si algún becario celestial hubiese querido ocultar la marcha del sol, pintando su forma con margarina y hubiese cruzado los dedos para que nadie, sobre todo sus implacables jefes, se diese cuenta.

Como el hombre al que llamaban el Pintor de Nieblas todavía duerme, creo que lo mejor será sin duda explicar cuál era y es el entorno y la época en la que vive.

Tranquilos, debido a la vagancia del autor no nos llevará demasiado.

Querido lector, permita que le dé la bienvenida al país de Ispastán: Donde cualquier parecido con la realidad no es más que pura coincidencia. Rodeado por tres mares de agua y uno interior de basura y plásticos, las gente de la monarquía de Ispastán son un pueblo sencillo con hasta tres intereses por persona: “Aunque se dice que los catedráticos (Es decir, los elevados estudiosos voladores que habitan en las catedrales) podrían llegar a tener hasta cuatro.

Estos intereses son el motor del alma de cada persona y por supuesto han sido totalmente desacreditados por la ciencia en pro de la teoría del libre albedrío. Sin embargo, como narrador, ya les aseguro que el libre albedrío no es algo que abunde en narrativas cortas y esta, por supuesto, no va a ser una excepción.

Los intereses más comunes de los Ispastaníes son sin duda todo aquello que involucre una pelota, la ganancia excesiva y grotesca de dinero y la comodidad hedonista en todas sus formas.

Sin embargo, opciones igualmente atractivas son el consumo desaforado y cruel de seres sintientes, el expolio en familia de una naturaleza a la que hace mucho que se le sonó la campana del quinto asalto o el arte de la crítica y el escarnio a sus semejantes.

Este último es especialmente común en los Ispastaníes  de mayor edad, que tienden a perder uno de sus intereses y radicalizar el resto hasta cotas sobrenaturales.

Eso está muy bien, señor narrador. Pero… ¿Podría explicarnos dónde nos encontramos?

Esa es una muy buena pregunta, estimado lector. Pues nos encontramos en un lugar común en ispastán, tan común que ni siquiera ha habido nadie que le haya puesto un nombre. Si en mi desgracia tuviera que describirlo, creo que lo haría así:

Grandes campos de cultivo cada vez más secos para alimentar a los cerdos se extienden hasta donde alcanza la vista, solo rotos por las todavía más grandes plantaciones de monocultivos forestales: excelentes para convertir en papel higiénico.

Solo que este lugar no es llano así que vamos a golpearlo con la sagrada regla recta del dios narrador para convertirlo en el lugar ideal para el paso de un río. Pero no piense por un instante que podrá zambullirse en este caldo si se aburre de la charla de mi persona. No, este no es un río normal como los que tiene en su mundo.

Este es un río Ispastaní, por tanto sus aguas son casi del color del arcoíris pero mezcladas y con un aspecto oleoso que haría que a nadie se le ocurriese poner ni la punta de un dedo en el agua. ¿La razón? Sanguijuelas fluviales.

Con más hambre que los pavos de Manolo (Que se fueron detrás del tren creyendo que era un gusano) estos horrores del tamaño del brazo de un niño obeso, se han adueñado de todos los ríos Ispastaníes y son la base y la cúspide de la nueva cadena alimentaria en aguas estancadas…

Y a veces no tan estancadas.

Y puede creerme si le digo que son seres voraces. Tanto que hasta como narrador intangible e intocable, me voy a mantener bien alejado de toda masa de agua que pueda contener vida. En serio, si impulsados por alguna filia extraña y retorcida visitan Ispastán desconfíen hasta de los vasos de agua.

Como decía, el pueblo en el que vivía El Pintor de Nieblas no tenía ni un solo rasgo que pudiera categorizarse como singular. Ya que en la escasa extensión monótona de Notemetas no había plaza, ni estrellas deportivas, ni restaurantes famosos, ni siquiera figuras públicas de cierto renombre como el tonto del pueblo y además apenas contaban solo un rico.

Un hombre llamado Don Eusebio que lleva muerto en estado de vida unos 68 años.

Volviendo a Notemetas, hay que decir que no eran más que diez casas amarillas tan agrupadas que parecía que tuvieran miedo de alejarse un poco las unas de las otras. Además de esto, tan solo un enorme casoplón reglamentario que pertenecía al único rico del pueblo (El finado Don Eusebio) y una casucha endeble ladera arriba, gris y llena de mugre completaban la mediocre descripción del pueblo.

Y es esta última la que nos interesa.

En este lugar, a caballo desnutrido entre refugio de montaña y pocilga torcida vivía, vive y seguramente vivirá nuestro hombre. Y mi consejo es que no se dejen engañar desde fuera, porque por dentro es bastante peor.

Entrando por una ventana con suficiente polvo como para ganar el poder de transformar la luz del sol en un extraño resplandor color cecina. Nuestro hombre descansa en calzoncillos y con su pecho desnudo tan robusto como su morada, en un camastro de color difícilmente identificable bajo las manchas de ceniza, matarratas de primera calidad y otras sustancias que prefiero no mencionar.

Porque a veces, ser omnisciente es de todo menos agradable.

-Grrennchememen…- gruñe en un idioma solo conocido por los ángeles dando una espalda huesuda y desnutrida a nuestros ya castigados ojos.

Lo que rodea al camastro y es categorizado como habitación o dormitorio es algo complicado de describir. En primer lugar, el hueco de una puerta y un…

-¡¿Qué demonios?! ¡¿Tú otra vez maldito bicho?¡ ¡Fuera! ¡Fuera de mi casa!- bramó una voz cascada blandiendo una almohada con la dureza adquirida de una maza medieval que casi consigue golpearme.

El hombre al que llamamos el pintor de nieblas me mira con actitud amenazante. Por suerte, es demasiado bajo para alcanzar la lámpara en la que me he posado y demasiado tonto como para darse cuenta de que… YO SOY EL NARRADOR DE ESTA MALDITA HISTORIA.

-¡Pájaro del demonio! ¡Baja de ahí! ¡Baja aquí si eres hombre!- me amenaza inconsciente de que soy yo quien sostiene la narrativa.

Y por lo tanto no voy a dignarme a darle una respuesta.

-Todos los días igual… ¡Todos los malditos días!- Sus ojos ahora rojos me fulminan con la mirada.

-Pero ¿Qué habré hecho yo para que un maldito loro desplumado entre por solo sabe la ciencia de dios donde a atormentarme cada mañana?- Se lamenta, dándose por vencido  y encendiéndose, sentando en la cama, los cinco primeros pitillos del día.

Y es que en honor a la verdad, decir que Enrique Juan Vega, así se llamaba el pintor, era fumador resultaba en quedarse corto.

Cada día fumaba una media de unos ciento veinte cigarrillos marca ducados negro, encendiéndoselos de cinco en cinco. Su cuarteada boca era ya gris ceniza y sus dientes ausentes le daban el aspecto de un sapo en huelga de hambre, atropellado por varios camiones en huelga de combustible.

Fumaba tanto y estaba tan acostumbrado a las toxinas que la realidad de esta narración ha tenido que, ante la necesidad de no tratar con un protagonista que sea un cadáver, realizar dos cambios importantes:

En primer lugar, su metabolismo se había rendido después de centenares de advertencias y había mutado para poder aceptar la nicotina como nutriente canjeable por: vitaminas, proteínas, oligoelementos y fibra.

Por esto, el señor Vega Ventura había perdido la necesidad de comer y ahora, si ingiriese algo sólido o líquido, el desafortunado evento podría llevarle al borde la muerte por emoción excesiva de su casi momificado estómago, que ahora ocupaba más o menos el tamaño de una uva pasa.

La segunda cosa que había tenido que cambiar la realidad narrativa es sin duda el tema del humo. Porque a veces, como cuando el pintor de nieblas se ponía nervioso, el humo se concentraba tanto en el ambiente que hasta yo podría verme perjudicado.

Por tanto, a partir de su segundo cumpleaños, todas las volutas de humo eran obligadas a deslizarse por el suelo a modo de alfombra. Y es necesario destacar que esta educada humareda viviente seguía al Pintor de Nieblas a casi todas partes, aunque más por afecto filial que por obligación.

Como mente colmena, aquella columna de humo había desarrollado una inteligencia superior a la del Ispastaní medio. Y es necesario remarcar que algunos de los rastros más ancianos ya contaban con estudios superiores y preparaban, en los escasos ratos en los que el pintor dormía, los exámenes de catedrático en sus disciplinas correspondientes.

En estos momentos, la afanada columna de humo esperaba con actitud cariñosa a que su “padre” terminara el desayuno. Mientras, los rastros más sociables daban la bienvenida a las nuevas volutas que disfrutaban de la libertad por primera vez, dando muestra de esa alegría que solo poseen los jóvenes.

-Vaya mierda tener que levantarme tan temprano por la mañana por culpa del bicho este…- masculló con la boca casi cerrada, antes de lanzar al suelo las colillas que constituían el 90% de la dieta de la alfombra de humo.

Como siempre, desaparecieron para no volverse a ver.

-¡Está detrás!- grazné alzando el vuelo hacia la precaria lámpara que se balanceó de forma peligrosa bajo mi peso.

Un rictus asesino cruzó la cara del pintor, fijando en mí sus ojos rojos inyectados en sangre.

-¡Está detrás, está detras!- se burló apretando los puños de rabia. – ¡Al que te enseñó a decir esa frase juro ante la ciencia de dios que lo ahorcaba con sus propias tripas!-

Indiferente, comencé a atusarme las plumas sabiendo que, como todos los días,  los improperios de aquel peculiar personaje terminarían cesando y como siempre, acabado el desayuno se dispondría a comenzar la vital tarea que se había auto-encomendado.

Tal vez se pregunten si por un casual, este narrador que le habla guarda algún tipo de rencor contra el señor Vega Ventura. Por al fin y al cabo, como pueden ustedes ver, no es que me tenga mucha estima.

Y si les digo la verdad… sí que es cierto que entre ambos hay ciertas rencillas que no vienen al caso. No obstante, en este caso malinterpreta mis intenciones ya que yo solo me desvelo para evitar que no se retrase y no duerma demasiado.

¿Por qué? ¿Es que acaso no conocen el dicho “Ars Longa Vita Brevis”? ¿No? Bueno, no se apure. Viene queriendo decir que a las personas con capacidades como la del Pintor de Nieblas, la baraja del destino no les ha incluido la carta del descanso entre ellas.

Así que, si por casualidad no somos ni el sol ni yo, otro elemento introducido de forma torpe por el escritor se encargará de ello.

Por lo que si sienten pena por el pobre Juan… ya saben a quién trasladar sus quejas.

Como les decía: Poco o nada tengo en contra del Señor Ventura. Es más, seguramente sea el hombre de Notemetas más cercano al calificativo de amigo que conozco. Mientras que, en el lado opuesto, tendríamos personaje como el finado Don Eusebio: Que resucitó de entre los muertos solo por la negativa de sus hijos de enterrarlos con su fortuna. Doña Isadora: Conocida por ser capaz de atender a dieciocho conversaciones simultáneas a un radio de más de 500 metros. O el Marcial, que considera el día perdido si no ha descargado tres cargadores de escopeta en diversos seres vivos antes de que anochezca.

Y no vayan a creer que los niños se salvan. La mayoría son pequeños demonios malhablados con rostros afilados como galgos… y la otra parte, tal vez más sensible o solo más estúpida, está compuesta de cuerpos obesos con caras de hogaza redondas como canicas.

Pero ya hablaremos de los niños y los adultos en otra ocasión.

Ahora toca abandonar la habitación de señor Vega,  bajar por las escaleras de escalones desiguales, ignorando por nuestro propio bien la habitación contigua y posarnos en algún punto elevado del salón-cocina que era la desvencijada parte de abajo.

En aquel lugar, el pintor de nieblas estaba sentado en un derrotado sofá rendido hace tiempo a la inmundicia, encendiendo la segunda tanda de pitillos.

Parece que hoy ha debido de levantarse con hambre.

Pasados unos minutos, el humo se elevaba perezosamente hasta acariciar el techo hundido. Pero para evitar engaños, les diré que no estaba hundido como si hubiera tenido un tropiezo en la vida momentáneo y se hubiera detenido a recapacitar sobre sus acciones.

Aquel pobre techo, carcomido por el tiempo, parecía haberse sumido en una depresión tan negra y fría que su único sol se había materializado en la forma de un revolver, con su correspondiente bala, al que acariciaba en las solitarias noches de invierno.

Cuando la humedad dilataba la madera y los dolores eran más fríos e intensos.

En algunas zonas estaba tan inclinado y rendido que la denodada y estoica pared era incapaz de seguir sosteniéndolo mucho más tiempo. Avisando del sobreesfuerzo con fuertes crujidos y chasquidos de cuando en cuando… que el dueño de la casa no parecía entender.

Una cocina con más mierda que el dormitorio de un pavo y una nevera con extrañas luminiscencias verdosas que emanaban de su interior, completaban la escasa escena que el hueco de una puerta y la tímida luz que entraba por él dejaban entrever.

-¿Vas a quedarte ahí mirando mi casa todo el día o me vas a dar lo mío?- me preguntó con voz cansada, grave y rasposa suspirando con resignación.

-¡Está detrás!- Grazné en respuesta, antes de arrancarme con el pico una pluma multicolor que cayó suavemente, dejando las luces del arcoíris brillando tras ella.

Aquella era mi aportación diaria a su importante trabajo. Una pluma del ya magro manto que cubre mis alas.

Lanzando una mirada lúgubre a la pluma, el señor Vega Ventura la cogió entre los dedos y observó como la luz multicolor devolvía el tono rosado a su piel gris. Yo sabía que aquel proceso no era agradable para él, pero sin rechistar dejó que la luz envolviese sus manos y la pluma perdiese el color por completo.

Hasta que, blanca como la nieve se hizo polvo. Las volutas de humo recién nacidas se acercaron a la burbujeante aura oleosa que envolvía las manos del pintor.

Y al entrar en contacto, se disolvieron en una nota musical y un estallido de color que bañó por completo la estancia.

Así, como si de un hechizo se tratase, el techo sacó fuerzas y se levantó, la pared bebió del color como si de un estanque en el desierto se tratara y la luminiscencia de la nevera se convirtió en una extraña forma tentacular musgosa que respiraba suavemente.

Solo el sofá permaneció gris e inmutable, destacando de forma grosera como el recuerdo de un mundo anterior. Por último, con un chasquido la torcida forma de la casa se enderezó y sacó pecho con la fachada llena de verde.

Pues ese era el poder del pintor de nieblas.

Aunque si tengo que ser sincero, el señor Juan Vega Ventura no era realmente pintor. En toda su infancia bajo el mando de su recta madre no tocó ni un solo pincel y tampoco se sintió mal por ello. A decir verdad… nunca tuvo inclinación artística ninguna y no es ni siquiera una persona agradable que tenga buena conversación.

Pero hay algo en él, algo que está más allá de lo que los ojos ven… que es lo que hizo que fuese elegido para este trabajo.

Ahora, como cada mañana, el pintor de nieblas se levanta y seguido por su fiel comparsa tóxica, abandona la casa como si fuera la lengua más enferma del mundo. En espacios abiertos, la alfombra de humo pierde velocidad al tener que resistir el embate del viento pero el señor Vega avanza despacio. No tiene prisa porque el lugar al que va no conoce el concepto del tiempo, todavía no al menos.

Y así, seguido por mis torpes pies de ganso, comienza a ascender la cima pelada salpicada de altas monoplantaciones eucalípticas. A menudo deteniéndose a toser por el esfuerzo que conlleva y con mucho cuidado de no tocar nada con las manos.

Porque una vez, por puro despiste del somnoliento escritor, se cayó al tropezar con una piedra y una arboleda brotó en el tiempo que tardó en levantarse. Ese mismo día, la siempre entusiasta empresa maderera de don Eusebio devolvió la colina pelada a su ruinoso estado original.

-Ya podíamos haber elegido un lugar más cómodo para hacer todas estas locuras…- farfulla sin resuello en el último tramo empinado hacia la cima de aquella colina. Las columnas de humo, siempre serviciales, le ayudan cargando una décima parte de su peso, haciendo que sea casi soportable para el viejo y marchito corazón de este nuestro protagonista.

-¡Está Detrás!- grazno contento agitando las alas. Mi intención es darle ánimos pero como todos los Ispastaníes, lo que entiende está condicionado por lo que sabe. Y ya me gustaría saber a mí porque solo escucha esa frasecita de marras.

-Claro, como digas.- gruñe mientras asciende jadeando. Cualquiera en su lugar, se ayudaría de las manos para ascender al escarpado risco pero el pintor de nieblas avanza con ellas bien altas, buen conocedor de lo que pasaría si tocasen cualquier materia sólida.

Al fin y tras mucho esfuerzo llegamos al risco. Desde la afilada cima sin una brizna de hierba, el valle sin nombre donde se enclavaba Notemetas parece exactamente lo que es: un yermo lleno de vida pero vacío, desprovisto de cualquier brizna de ineficiencia y con aquel río de aguas grises y turbias perdiéndose en el horizonte.

Arriba, en el cielo, el disco de margarina que era el sol seguía cubierto por un espeso mar de nubes grises. Un mundo color mostaza pero desprovisto de ningún sabor.

Un mundo que quizás no le resulte tan lejano, querido lector.

Ajeno a mis pensamientos, el pintor de nieblas se ha encendido la tercera tanda de cinco cigarrillos y aspira con fuerza. El mechero y su sustento es la única cosa que no se ve afectada por el color que llena sus manos.

La calada trae al mundo una buena cantidad de volutas de humo pero él no les hace caso. En su lugar, se acerca al lienzo en blanco que descansa encima de un viejo caballete y cogiendo la navaja, corta su carne para que empiece a caer la pintura sobre la sucia piedra que hoy será su paleta.

La sangre en forma de pintura cae con todos los colores básicos bien diferenciados, distribuyéndose por la piedra en coágulos densos como el mercurio.  A lo lejos, la realidad misma contenía la respiración con la boca bien abierta, similar a lo descrito en el ejemplo del dentista.

Como a todos los genios que coronan la mediocridad rozando con los dedos el lado opuesto de la excelencia, al señor Vega Ventura no le gusta su trabajo. Preferiría, por supuesto, seguir en su desvencijada casa pero el escritor que no concede libre albedrío no le dejará descansar.

Al fin y al cabo, ha sido elegido y convencido de que él mismo se ha elegido, para llevar a cabo una tarea vital. Mucho más que muy importante y bastante más que necesaria. Como narrador omnisciente podría explicarla pero creo que…

Sí. Creo que será mucho mejor que se la muestre y ya usted le asigne la importancia y la calidad a la tarea que desempeña.

“Se inicia con suavidad, con los dedos vibrantes en amarillo marcando una esfera. Y el sol, asfixiado por las nubes humeantes revive con fuerza. El becario estelar respira aliviado y olvidando su invisibilidad… saluda con una de sus manos.

Pero el pintor lo ignora y regresa a la paleta.

Gotas de azul perlan el río. Una sola gota cae de sus dedos y hace manantial, transmutando el humo en una corriente que empapa sus pies y me obliga a nadar. El río crece y crece hasta causar casi una inundación en Notemetas y la gente aterrorizada se mete en sus casas.

Mientras, alzando un pie hace líneas pardas y los desnudos árboles invernales llenan las colinas. El aire, suspira aliviado y corriendo campo abajo sopla la fría brisa que mucho más adelante refrescará el verano. Una gota de verde cae por accidente y se desliza en el lienzo y la ribera del manantial se llena de plantas y sotobosque.

Con el verde en un dedo y el blanco en el otro: Da forma a la vegetación cubierta de nieve y a las coníferas de las antes desnudas montañas. Y con un breve recorrido, cruje a lo lejos el nacimiento de un glaciar del que horas después fuertes torrentes emergerán.

Y con rojo, pardo y amarillo esboza los animales con pequeños retoques de gris; Son lobos, zorros, nutrias, jabalíes y decenas de pájaros los que harán de este lugar su hogar, refugio de una naturaleza que aunque parezca extinta se niega a claudicar.

Y aunque no son a veces ni parecidos a los originales. Son los que él, en su torpeza, consigue recordar.

Finalmente, es el turno de la niebla. Con apenas pintura oculta el contorno de todas las cosas con su bendita presencia. Es su especialidad, para que el resto del mundo no sea consciente de lo que se oculta detrás.

La niebla se extiende y embruja el risco, cubre el río y llena Notemetas de un silencio fantasmal. Los Ispastaníes, aterrorizados por este nuevo mundo extraño, no saldrán de sus casas en todo el día y mañana no lo recordarán.”

Es cierto que no durará demasiado. Porque poco a poco, la pintura se secará y el color será expulsado. Pero el pintor de nieblas, a la hora de la verdad, no tirará la toalla en esta tarea que se le ha encomendado.

¿Por qué? Quizás porque el humo disfruta más siendo cascada clara que alfombra o tal vez, solo tal vez, porque en el fondo de su corazón, en la grieta más profunda de su avinagrado ser, disfruta de su papel en esta obra.

Solo el escritor lo sabe y sin poder hacer frente a la corriente, hacia el río me veo arrastrado. Poco a poco, la figura del pintor se pierde oculta tras su creación.

Y este narrador, que es ganso y no loro alza el vuelo bajando el telón.

Buscando, tras todo este disparate y toda esta habladuría, hacerle reflexionar querido lector:

¿Está tan lejos de vivir en Ispastán?

Mientras usted piensa, en mis sueños yo volaré, entre la espesa niebla de la inconsciencia, hacia lugares desconocidos.

Volaré buscando un amanecer mejor.

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