Mi tumba de Hielo

 

Dribja recobró la consciencia y el dolor la golpeó en el vientre como si la hubiera atravesado la bayoneta de un bípedo. Confusa y aturdida la joven abrió los ojos entornados y vio rojo sobre pequeñas motas blancas. 

Nieve. 

En efecto, su propia sangre impregnaba el interior del vehículo mientras cada vez más copos caían en el exterior. Y el cielo, cubierto como de costumbre de gruesas nubes grises se oscurecía por momentos.

Tenía que darse prisa.

Trató de mover los brazos pero el arnés de seguridad se había enredado, dejándola atrapada e indefensa mientras la nieve se acumulaba rápidamente sobre el mamparo de su bípedo. La joven piloto sentía un dolor horrible en el cuello y al descubrir su prisión, pataleó con desesperación. Sin embargo, se arrepintió de inmediato, pues el horrible dolor que sentía en su vientre se agudizó hasta arrancarle un grito amortiguado por su casco de combate.

Cuando la sensación se mitigó, bajó la mirada y un escalofrío le recorrió la columna al ver una esquirla afilada del blindaje roto hundido en su tripa. El grueso blindaje del bípedo la había salvado... pero a cambio, la consecuencia de la rotura de las planchas metálicas por el terrible impacto estaba ahora hundida en su vientre.  

-¿Voy… a morir?- Se preguntó durante un instante abandonando su empeño de liberarse. Sin que pudiera detenerlas, un torrente de preguntas impulsadas por la frustración recorrió su mente, dando paso tras su marcha a la claridad.

-¿Es este el anunciado final? ¿Dónde están las estrellas de Edona? ¿Dónde está el camino hacia la casa de mis padres? ¿Por qué hay nieve también en la tierra del sol eterno?-

-No. Esto no puede ser Última Travesía. Este dolor... el dolor… solo pertenece a los vivos.-

Como si quisiera confirmárselo, una nueva dosis de agonía azotó su vientre cuando la espiración lo retrajo un mínimo más de lo recomendable. Esto, sin embargo, sirvió para sacarla de su estado de letargo.

- Entonces, estoy viva. ¡Estoy viva! Lección número 5 del manual de supervivencia para el soldado de la unión: Si no estás muerto, sigue luchando. El cese del servicio procede únicamente cuando tu corazón deje de latir y tus méritos te hagan merecedor de Última Travesía. Entre tanto, tu vida es nuestra: ¡Gloria a la Unión Greffdayana!-

 
Repitiendo con un susurro aquellas palabras de forma mecánica, comprobó las lesiones en sus manos y brazos y los descubrió ilesos. Con un accidental suspiro de alivio recompensado por varios latigazos más de dolor, tanteó hasta encontrar los seguros del arnés y los retiró con un chasquido. El dolor abrumador se multiplicó cuando el arnés se desprendió y su espalda impactó contra el asiento. La sangre cálida salpicó el traje de combate al separarse del blindaje y Dribja gritó con más fuerza de la que había gritado nunca. Su visión se nubló y perdió el conocimiento entre gemidos de agonía.

La sensación familiar de dolor la acompañó en su despertar.   

No debía de llevar un minuto inconsciente y comprobó que había despertado por las drogas estimulantes de emergencia que inyectaba su conector directamente a la sangre.

-Veo naranja… Nidramafine. ¿El sistema sigue activado? ¿Por qué no estoy muerta entonces?-

Vigorizada por la potente droga, la piloto de combate estiró los brazos como si se desperezara de un largo sueño y con un espasmo alcanzó la caja blanca situada a la derecha del asiento que contenía las sustancias psicoactivas que permitían al piloto seguir consciente a pesar de sufrir heridas terribles que comprometiesen su vida.

Al fin y al cabo, cada segundo de un piloto de bípedo contaba para volver las tornas de la batalla a favor de la unión. Y aunque era cierto que las sustancias del conector causaban daños irreparables para el cuerpo, reduciendo enormemente la esperanza de vida de los pilotos que hubieran sido heridos en combate…

Cualquier medida era poca para proteger los secretos tecnológicos de la unión.

Por lo que Dribja, consciente de lo peligroso que era para ella continuar en aquella situación, arrancó los tubos de plástico que unían el conector con la vía intravenosa de su brazo, dejando que el cóctel de drogas se derramase por el vehículo mientras su mente trabajaba a toda velocidad.

 -No. Esas preguntas no sirven para alcanzar tu objetivo. Las drogas que corren por mi sangre pueden ser de ayuda pero no durarán mucho... !Es hora de moverse! ¡Arriba, saco de sebo!. Recuerda las palabras de Corabali Kattun: "¡El dolor se va a golpes, novata! ¡Aprende a sufrir para descubrir cómo sobrevivir!".

La sangre que manaba abundantemente de la herida ya empapaba las mallas de combate de la joven. Dribja ignoró la visión borrosa y apretó con fuerza la zona ignorando el intenso dolor que se extendía como una corriente eléctrica por todo su cuerpo. Los estimulantes le proporcionaron la fuerza suficiente para ponerse en pie a costa de enredarse con los cables plásticos del conector, desconectándolos violentamente de la vía.

Apenas sintió la punzada en su brazo al desconectarse del conector y cuando consiguió aferrarse a los restos de la barra de choque del bípedo, reparó en que el sistema de Preservación de Secretos se había desconectado. De lo contrario, el bípedo debería haber sido destruido por la carga explosiva integrada desde el mismo momento en el que se había manipulado el conector.

-Como imaginaba, el sistema está desconectado. Suerte y un plato con carne para mí por seguir viva. Pero ahora tengo que salir de aquí y borrar los restos yo misma. Aun estando cerca del final, sigo siendo... No, ahora más que nunca, soy un soldado de la Unión. ¡Cumpliré para ganarme mi derecho a cabalgar por siempre con Edona!-

 
Durante un instante, se sintió tentada a quitarse el casco de combate dañado y lanzar un grito de desafío. La sangre fría y el temple militar no obstante se impusieron con dureza, recobrando el control y soltando uno de los brazos, bien asidos para mantenerse en pie, para impulsarse y golpear con fuerza el astillado cristal delantero. A pesar de la protección del traje de pìloto, terminó con la muñeca casi dislocada antes de arrancar la mampara con una fuerte patada.

Sin embargo, el coste de la maniobra le salió caro.

El desgarro del vientre la castigó con dosis más altas de agonía y el impulso de la patada la hizo soltarse y caer de nuevo sobre el asiento empapado en drogas que acababa de abandonar. Sin perder un instante y usando las fuerzas que le quedaban, trepó hasta la salida del bípedo y se deslizó sobre el metal helado para caer sobre el cristal.

Por suerte, aunque astillado al extremo, el cristal no se partió en mil pedazos en su caída y gimiendo, Dribja se puso en pie con dificultad mientras su visión anaranjada se diluía y comenzaban a aparecer perlas blancas.

Sobre el angosto campo de batalla en aquella meseta sin nombre, la nieve se arremolinaba arrastrada por el gélido viento invernal, cubriendo los numerosos cadáveres bajo un velo blanco que en pocas horas no dejaría marca alguna que pudiera indicar lo que yacía dentro de una tumba de hielo.

-Mi tumba de hielo...-

Con la mano derecha taponando como podía la herida y el corazón latiendo con fuerza en el pecho, la piloto se abrió camino por el campo de batalla colina arriba tratando de ignorar la quietud que imperaba a su alrededor.

Ni un solo disparo, ni una explosión, ni un grito. Las canciones de cuna de la joven Dribja habían desaparecido para ser sustituidas por el familiar sonido del viento gélido y la nieve que pocas horas lo habría ocultado todo.

Tras avanzar hasta la cúspide sin que nadie abriera fuego contra ella dedujo que la batalla había terminado. Al otro lado de la colina desnuda que dominaba la meseta, solo unos pocos bultos ennegrecidos, sin duda bípedos que sí tenían el sistema de preservación de secretos activo, ofrecían alguna pista de que había habido una batalla.

 La amargura de la derrota inundó su interior, haciéndola caer de rodillas y durante varios minutos permaneció inmóvil, mientras la vida se escurría gota a gota de su cuerpo, contemplando el horizonte.

Restos de bípedos y armaduras I.N.K “morían” se desperdigaban por el campo de batalla sin otro dueño que la monstruosa tormenta que se acercaba desde el norte. Los escasos supervivientes de la batalla, de haberlos habido, debían haber abandonado la zona para guarecerse de la ventisca que se aproximaba. Y en su ausencia, la escena resultaba melancólica e incongruente. Sin nadie para reclamar la victoria, ¿para qué había servido la batalla?. Aunque los Morian y sus abominables costumbres desconocían virtudes como el honor y el sacrificio, para una mujer como Dribja resultaba casi doloroso observar el estado patético del campo de batalla.

-Sin gloria, sin canciones. Sin un estandarte o marca que ondee al viento para atestiguar lo que ha sucedido... solo un montón de cobardes que huyen sin honrar el sacrificio de los que han dado su vida. Pues bien, sigo viva y eso significa algo. No puedo resistir la tormenta que se avecina ni tampoco sanar el desgarro del vientre.-

Usando su mano libre, desabrochó los seguros y se quitó el casco, revelando sus ensangrentadas facciones y dejando su larga melena cobriza al viento, sintiendo por primera vez el intenso helor que empeoraba con cada minuto que pasaba.

-Pero puedo emplearme con lo que tenga para ser bien recibida al otro lado. Puedo tomar el estandarte de la división y hacer que ondee en lo alto. Por los caídos, por mi alma. Por el honor.-

-Por la Unión.-

 Con este pensamiento echó a andar colina abajo, encorvándose para hacer frente a las ráfagas heladas que barrían el entorno arrastrando grandes cantidades de nieve reciente en la que ya estaba hundida hasta las rodillas.

Con el efecto de las drogas ya casi agotado y la nieve impidiendo su avance, cada paso era más lento que el anterior y la escarcha comenzaba a formarse en su pelo cuando alcanzó el bípedo del capitán de la división al pie de la colina.

Tanto la cabina como el fuselaje estaban totalmente fundidos y ennegrecidos, siendo imposible distinguir si había un cuerpo bajo ellos. Durante un instante, Dribja se preguntó si semejante daño era consecuencia del ataque enemigo o si se trataba de la activación del sistema de preservación de secretos del bípedo.

No obstante, aquel pensamiento no la perturbó lo suficiente antes de comenzar a forcejear con el torcido estandarte que colgaba encima de los restos de la cabina, ahora rígido por el frío letal que se incrementaba a cada minuto. Trató de desenganchar el soporte de la base pero esta estaba totalmente congelada y la soldado, tras un forcejeo agotador, resbaló con el metal helado y cayó al suelo, golpeándose la espalda.

Y aunque lo intentó, no pudo levantarse.

Las piernas apenas le respondían, aunque sentía un ligero hormigueo por encima de la rodilla. Al caer, se había atravesado el muslo con un fragmento retorcido de metal sobresaliente y ahora la sangre manaba abundantemente de la herida. La mujer lanzó un grito de dolor e impresión que atravesó la tormenta pero nadie acudió en su ayuda.

Dribja no lo sabía, pero su cuerpo ya había comenzado a ceder al dulce sueño que es la muerte por congelación.

Pero la soldado, obstinada por nacimiento y elección, se resistió. Agitó los brazos y trató de incorporarse pero terminó de nuevo boca arriba mirando al cielo. Donde la monstruosa tormenta, formada por grandes cúmulos de nubes de bordes plateados se alzaban como mastodónticas bestias a punto de aplastarla. De engullirla y sepultarla para siempre bajo el abrazo de aquellas nevadas eternas que avanzaban sin pausa desde el norte.

Durante un instante, las lágrimas cayeron de sus ojos, antes de congelarse y el extraño calor que presagiaba el desastre le envolvió las extremidades.

-Al final… ni siquiera he podido hacer esto.- pensó antes de cerrar los ojos sabiendo que no volvería a abrirlos en aquel mundo nunca más.

No oyó el disparo, ni tampoco sintió la bala que se alojó en su cabeza, atravesándola hasta detenerse cerca de la boca del estómago. No sufrió dolor alguno y tuvo una muerte dulce y plácida. Afortunada para los estándares de las numerosas guerras que libraba la Unión. Sus últimos pensamientos fueron dedicados a un cuenco caliente de haldá del primer ejército.

Durante un instante, casi pudo aspirar el olor dulzón y picante del guiso y ver a muchos de sus compañeros, incluso a los que, como ella, estaban muertos.

Pero aquella ensoñación duró apenas un instante. Y tras un único espasmo, Dribja ya no vio nada más.

El soldado morian responsable del disparo que acabó con la vida de la piloto se alzó de la nieve y comenzó a moverse. Se llamaba Annoreth y era el último superviviente de aquella escaramuza entre la nación de Moria y la Unión Greffdayana.

Murió apenas cinco minutos después, congelado bajo la tormenta que pronto tejió sobre él una fría tumba de hielo.

-Mi tumba de hielo- pensó mientras observaba como todo se volvía blanco y plateado una última vez.

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