El Secreto del Mago (Capítulo 3): Sin Perdón

 

El lento baile de las ocho lunas a través del firmamento avanzó majestuoso sobre la costa que separaba la vida del gigantesco lago Ázur, de la muerte que administraba el desierto de Kázigex sobre todo aquello que osase entrar en sus carcomidos llanos rocosos. En lo alto, la inmensa luna parda que recibía el nombre de Áspera, mermó engullida por el horizonte hasta convertirse en nada más que una joroba del tamaño de un pulgar contra el incipiente amanecer. Con su marcha, Elbi, Odis y Yanidh; Las tres hermanas más pequeñas de entre las ocho que viajaban sin pausa por el firmamento, se rodearon de los estridentes colores de la maraña y brillaron, desafiantes, hasta que las densas nubes y la luz del sol las hicieron desaparecer.

Entonces, no habiendo transcurrido todavía una hora desde el final del espectáculo celeste, las nubes se hincharon y oscurecieron, liberando una fina lluvia que repiqueteó con delicadeza sobre las rocas, formando hilillos de agua que se precipitaron a la tierra sedienta hasta desaparecer en su interior.

Entornando los ojos para protegerse de la luz, Teneb ahuecó la mano buena y bebió con avidez hasta quedar saciado, dejando que el agua fresca le cayese por la enrojecida barbilla. Y a continuación, con mucho cuidado, lavó la mano herida e hinchada intentando contener los gemidos de dolor que luchaban por escapar de su garganta.

-Gimoteas como un cachorro asustado- Se había burlado Yunque tiempo atrás, cuando en una tarde de práctica con el arco, el joven recluta se había despellejado un dedo- Deja que te diga algo; A partir de ahora, el dolor va a ser tu mejor compañero, Autillo. A veces el único que va a entenderte y consolarte, así que más vale que te acostumbres a él–

Durante un momento, le pareció que la potente risa burlona del soldado rebotaba en las paredes de piedra, deformándose hasta adquirir un tono lúgubre y desagradable que le produjo un fuerte escalofrío en la espalda.

-Solo es la oscuridad de la cueva- Se dijo todavía no muy convencido, observando la aterciopelada negrura que le había servido de refugio aquella noche.

-Tan solo es eso, nada más- Se aseguró en voz alta.

Sin embargo, el eco de su voz deformada regresó de vuelta impregnado de una musicalidad ominosa. Como si algo estuviera imitando su voz con un malicioso tono infantil. Al escucharla, el joven mago se olvidó por completo del desayuno y tragó saliva, dando un paso atrás e ignorando los hilos de agua que comenzaron a caer sobre su sucio pelo negro. Respirando con fuerza, agudizó el oído y clavó sus ojos en la tiniebla que envolvía el interior de la grieta.

-Apenas hay diez pasos hasta la pared de piedra del final- Pensó, mientras afianzaba el pie derecho para no resbalar por la pronunciada pendiente. Gran parte de él estaba de acuerdo con aquel pensamiento, pero al mismo tiempo, una insidiosa vocecilla interior le susurraba que no era cierto. Algo se agitaba en el interior de aquella oscuridad, algo que el mago, ya recuperado del abuso de la magia gracias al cambio de influencia lunar, no deseaba perturbar.

Apenas unos segundos después, el sonido de un guijarro rebotando en la oscuridad fue suficiente aviso para que abandonase la cueva y echase a correr pendiente abajo, ignorando la lluvia, la sandalia derecha rota y el dolor intenso de sus heridas hasta que tropezó con unos guijarros sueltos y cayó de rodillas en la playa a orillas del lago. Allí permaneció jadeante, dejando pasar doce compases de olas que la suave marea empujó hasta su pecho.

-Estupendo- Gruñó al notar como la sangre corría libremente por los pies y las pantorrillas hasta deslizarse entre las húmedas rocas- No hay suficientes peligros aquí, ahora tengo que añadir mi imaginación a la lista-

Se puso en pie con dificultad, tratando de aguantar el intenso dolor punzante de sus piernas con siseos y suspiros de resignación. Y al salir del agua, examinó sus heridas: Las afiladas rocas de la pendiente habían abierto cortes limpios en la planta del pie y el dedo meñique, de los que manaba la sangre del mago en un reguero carmesí. Por desgracia, la caída no había sido mucho más permisiva: Raspando un buen trozo de piel de las huesudas pantorrillas, de donde todavía colgaba un trozo ensangrentado.

-De algo me servirán las lecciones de primeros auxilios- Se consoló gimoteando y tratando de aguantar las lágrimas sin demasiado éxito.

Con cuidado para no abrir todavía más sus heridas, tomó los jirones de la camisa que llevaba en los pantalones y los aplastó con fuerza contra la planta del pie, presionando para detener el sangrado. Al cabo de un rato, se sintió con fuerzas para volver a calzarse la sandalia buena y buscar la otra que se había quedado en la base de la pendiente rocosa.

-Supongo que menos sería nada- Juzgó en voz alta el apaño que había logrado gracias al alfiler de hueso que mantenía unida la correa del catavistas. Sin duda, la larga caminata que le esperaba a través de la costa rocosa le dejaría en pie en carne viva por culpa del roce, pero siempre sería mejor que avanzar con un pie desnudo y herido.

Concluido el pequeño respiro, regresó a la playa, se sentó en una postura cómoda y esperó a que se calmaran las aguas, buscando pequeños rastros de burbujas que le indicasen la presencia de almejas de agua dulce. Una vez localizadas, removía con furia la grava bajo la que se ocultaban y las aprisionaba para evitar que usasen su pie para enterrarse más profundo. Usando un pequeño guijarro, rompía la concha y con el dedo arrancaba la gomosa carne que todavía se retorcía en su boca mientras la masticaba.

Estaban duras, frías, llenas de arena y asquerosas, pero era el único alimento que conocía al haberlas comido anteriormente en el puerto de Boshedam y todo lo que se había atrevido a comer en el tiempo que había durado aquella desastrosa aventura. Una vez hubo terminado el desayuno, se recostó sobre los guijarros y dejó que la luz del recién aparecido sol le secase las ropas.

Poco a poco, la calidez del nuevo día se extendió por su tembloroso cuerpo hasta sumirlo en una apacible duermevela con los ojos entrecerrados. Los guijarros crujían bajo su magullada espalda cada vez que se movía para colocarse en una postura más cómoda y las gotas de espuma rociaban la punta de sus dedos cada vez que rompía una nueva ola. El estómago revuelto pero lleno lo confortó lo suficiente para que el descanso se abriera paso y a lo lejos los chillidos de las aves se convirtieran en una lejana canción, mientras el joven mago se deslizaba poco a poco hacia un profundo y reparador sueño.

Entonces, a través de la luz y la espuma, algo llamó su atención, manteniéndolo en la frontera de la vigilia y el sueño: En el agua, flotando y ondeando entre la piedra y el viento, a veces le parecía ver pequeños rostros transparentes serenos y apacibles o divertidos y carcajeantes, que ajenos a la desesperada situación del muchacho, retozaban alegremente en los rompientes y convergían curiosos en la playa casi acariciando sus heridos pies hasta que la marea los arrastraba de nuevo mar adentro. Más tarde, en algún momento indeterminado, cuando  su atención se hizo más profunda, el joven dejó de oír el batir de las olas que fue sustituido por la limpia e inocente risa de cientos de pequeñas voces que celebraban la vida con un esplendor que ningún ser de carne y hueso podría igualar. Una carcajada pura y sincera, que festejaba el simple acto de estar, contagiándose al mismo tejido de la realidad en un baile de agradecimiento sin principio ni final.

Contagiado de aquella alegría que trascendía el tiempo y todas las oscuridades de su alma, el joven mago quiso despertar, echar a correr y unirse a la celebración eterna que aquellas criaturas le prometían o al menos, levantar la mano para tocarlas y poder arañar un fragmento de su realidad. Pero su cuerpo, anestesiado y agotado, no respondió y solo pudo observar el baile de aquellas risueñas criaturas, mientras todo lo que quedaba de su ser consciente deseaba unirse a ellas.

Teneb despertó con el sol en lo más alto, azuzado por el dolor palpitante de la muñeca y el pie y con la boca pastosa. Aturdido, el joven se acercó gateando hasta el agua, buscando aquellos rostros que lo habían acunado y acompañado en su sueño, pero solo encontró las claras aguas del lago y la grava y los guijarros de la playa.

-No puede ser, debo de estar teniendo visiones por algún tipo de veneno…- Murmuró hundiendo las manos en la grava y agitándolas con gesto ausente- Acabo de ver… ¿Taenu?- El joven mago había leído varios pergaminos como parte de su formación acerca de aquellas criaturas: Retoños de elemental en su forma más pura que vivían y se desarrollaban en los lugares más remotos, ocultos en las capas más sutiles de las esferas donde nadie podía verlos ni hacerles daño.

Pero él los había visto, aunque fuera algo casi imposible de creer. En su interior, algo le decía que ningún veneno o sustancia había tenido nada que ver con aquella visión. Sin embargo, basándose en sus estudios, solo los magos que habían sido llamados por las esferas elementales podían ver en raras ocasiones a los míticos Taenu y, según se decía, solo del mismo elemento que el mago dominaba. Y él, estaba seguro de haber visto al menos tres tipos de aquellas criaturas: De viento, de tierra y de agua.

-¿Habrá el uso de la magia alterado mis sentidos?- Se preguntó sacudiendo la cabeza mientras se incorporaba con cuidado de no lastimarse la planta del pie- Si no, creo que esto puede merecer un hito de viaje-

El mago sopesó con cuidado su propia iniciativa mientras ascendía por la pronunciada pendiente que conducía a lo alto de la colina. A su lado, a solo un paso de la escarpada senda pedregosa, el acantilado se desplomaba una treintena de varas hasta terminar en la playa que acababa de dejar atrás, obligándolo a caminar mucho más lento de lo que habría querido hasta que alcanzó la cima del precipicio.

La línea de la costa se prolongaba a cada vez más altura en una sucesión de barrancos dentados y carcomidos, que se desplomaban en vertical sobre las calmadas aguas del lago cerca de cien varas más abajo. Sobre ellos, las cimas de las colinas desnudas que ocultaban la meseta desértica de Kav Sarmad se interrumpían en las sombras de gruesas gargantas que antaño debían de haber conducido ríos y torrentes hasta morir como cascadas en el lago. Por un momento, Teneb sintió el impulso aventurero de acercarse hasta la más cercana para investigar, pero se detuvo: Tardaría un tiempo más que precioso en llegar hasta el lugar y tampoco había olvidado el incidente, real o imaginario, de la cueva.

-No, definitivamente no es una opción- Decidió, sacudiéndose con un escalofrío que no tuvo nada que ver con el viento que soplaba sobre su bronceado torso desnudo. A pesar de las dudas, algo le decía que lo que había sentido en la cueva no estaba solamente en su cabeza.

Decidido a librarse de aquel pensamiento, comenzó a buscar la vela carmesí del Zelam a lo largo del horizonte, con la esperanza de ver el barco avanzando hacia la costa para buscarlo. Pero tras frotarse varias veces los ojos por el esfuerzo, no vio nada más que agua y las lejanas nubes alejándose de la costa. Por un instante, la duda sobre si aquella misión era una excusa para abandonarlo trató de brotar en su interior, buscando las fisuras de su confianza como un arbusto espinoso del desierto busca el agua, pero la incertidumbre no tardó en desvanecerse: Aquellos hombres eran su nueva familia, unidos entre ellos por la sangre de una ciudad entera en un vínculo que era bendición y maldición a la vez. Y si en su situación actual podía estar seguro de algo, ese algo era que la brigada no lo abandonaría .

Pero tenía que moverse para recuperar la distancia perdida… y deprisa.

 

Alcanzó la cima del acantilado más alto con el pie sangrante y las manos ardiendo de dolor después de haber trepado por un desfiladero vertical más de una angustiosa decena de varas, sintiendo que las fuerzas le fallarían en cualquier momento. Tenía la boca seca e intentaba no mirar demasiado el lago para evitar torturarse con el agua que no podía calmar su sed a pesar de tenerla delante. Por suerte, las vistas del entorno eran un punto dulce después de la amargura del ascenso, que se dulcificó todavía más cuando el joven vio la suave pendiente en la que se convertía el escabroso terreno. Y desde allí, la vista tras las colinas se reveló en una franja amarillenta ondulante que Teneb identificó casi al instante.

-Dunas- Murmuró con tono rasposo- El desierto de Kav Sarmad nace cuando muere el erial rocoso de Kazigex…- Se detuvo un instante, observando los pequeños bosquecillos de vegetación marina que crecían en los acantilados, fuertes y libres del influjo maligno de la Devastación del Coloso. Casi podía sentir como la omnipresente presión se disipaba a su alrededor, dejando al viento fluir de nuevo a su antojo.

-Lo he conseguido…- Suspiró sentándose en el suelo al sentir de nuevo todo el cansancio acumulado- Al menos en parte. Todavía me quedan dos semanas de viaje usando la magia hasta llegar a Kavasthán pero… ¿Y después qué?- Calculó observando la infinita extensión del lago- Aunque llegue a la ciudad, tendría que localizar a la brigada sin saber nada más que unas pocas palabras en koro y ocultar mi origen y mis poderes…-  Entonces, se detuvo: La ansiedad comenzaba a trepar por él al reparar en la insensatez que acababa de cometer. Nada le garantizaba que la brigada confiase en que siguiera adelante y no regresara a buscarlo mientras él avanzaba a la ciudad. Aquel eslabón en la cadena de la culpa por sus malas decisiones lo llevó al invento que con tanto sacrificio y dedicación Ánfora había creado, a su enfado y decepción cuando se enterase de que había abandonado el catavistas inservible en la playa. Recordó entonces cómo había estado a punto de haber echado a perder la estrategia de camuflarse como peregrinos de Tolamed mencionando a un dios extranjero… y entonces, la cadena de culpa alcanzó Dallan.

La luz del soleado día desapareció cuando el joven mago recordó lo que había vivido en la ciudad sagrada: Las llamas de la alquimia de la escuela de la destrucción, el frío cumplimiento de las órdenes, el secuestro de futuros soldados sin hogar ni futuro, la sangre de guerreros y ciudadanos y el dolor… Y después, el horror. Escuchó de nuevo los gritos, el hedor de la muerte, el brillo de las hojas manchadas atravesando los cuerpos y la determinación inflexible de ambos bandos hasta el terrible final. Todo ello lo recordaba como si todavía siguiera allí: No, en realidad una buena parte de él todavía seguía allí.

Una parte de su alma todavía caminaba por aquellas calles malditas, atrapada en el recuerdo, vagando junto a los espíritus del desierto en un sufrimiento sin final. Y sí, era cierto que la antigua ciudad sagrada estaba a cuatro semanas de viaje en barco, pero en aquel momento Teneb se sintió de nuevo a las puertas de la ciudad condenada: Caído de rodillas, cubierto de ceniza y polvo y azotado por el furioso duelo entre los vientos protectores de Tlannalt, la esfera de la humanidad y el embate de la Devastación del Coloso que reclamaba la desolación para su insaciable reino de tierras yermas.

El azote de una fuerte ráfaga de viento cálido lo devolvió a la realidad con un gemido ahogado.

-No sirve de nada que piense en eso, hay que continuar- Con dificultad, se puso en pie de nuevo, tratando de recobrar el control de su respiración irregular. La verdad es que no era el primer ataque que sufría, pero no podía acostumbrarse a ellos por mucho que lo intentara.

-Tienes que apaciguar tu mente, bloquear el flujo de pensamientos que llega hasta ti- Le había explicado Ánfora cuando lo había encontrado llorando en el campamento del cuarto ejército- Eres un mago, no debería resultarte difícil conseguirlo-

Pero no era lo mismo. El éxtasis mágico tenía siempre un componente intrusivo, ajeno al pensamiento común y por tanto fácilmente identificable por quien lo padecía. Sin embargo, aquello era algo muy distinto; Como si algún tipo de maldición o fuerza empujara hacia atrás el tiempo para devolverlo allí. Y una vez en la ciudad, ya no tenía defensa posible, su única opción era observar.

El fuerte dolor del talón despellejado lo distrajo de los recuerdos de la ciudad maldita las siguientes horas de marcha, en las que siguió las sendas de los altos acantilados deteniéndose de vez en cuando a descansar bajo la sombra de los arbustos de hojas espinosas que salpicaban el terreno con pequeños parches color oliva. De las endebles ramas inclinadas por el peso colgaban gruesos ramilletes cargados de pequeñas bayas de un color violeta pálido ordenadas a la perfección.

 El joven mago miró con ansia la fruta y los pequeños insectos de color azul metalizado que la atacaban vorazmente y combatió el impulso de extender la mano para meterse un buen puñado a la boca.

-Ánfora me daría un buen capón solo por pensarlo- Se dijo, casi sintiendo el golpe en la nuca de la encallecida mano del viejo alquimista –Pero necesito comer y beber con urgencia o bien podría haberme caído por el acantilado- Pensó mientras recordaba la fuente de comida y agua que había abandonado.

-Al menos, no he usado magia- Se consoló relamiéndose los labios resecos. Si de algo estaba seguro, es de que ya tendría varios puñados de bayas en la boca si los pensamientos intrusivos del éxtasis arcano estuvieran presentes.

Casi sin darse cuenta, arrancó de forma descuidada uno de los ramilletes desatando un coro de zumbidos y caminó hasta sentarse al pie del acantilado. En la pared vertical crecían estoicos más ejemplares de aquellos arbustos espinosos, aprovechando las oquedades de las rocas para enraizar al borde del abismo. Desafiando la caída que los invitaba a la perdición. El joven mago jugueteó con el ramillete antes de arrancar un par de bayas y arrojarlas al vacío; En cierto modo, se sentía como aquellos frutos que caían hacia lo desconocido. Igual de frágil, joven e incompleto, incapaz de enfrentarse ni a la fuerza que lo empujaba, ni a la marea que lo engullía, logrando a duras penas seguir avanzando sin pensar demasiado a dónde se dirigía y sin poder hacer nada para evitarlo.

-Pero cómo voy a hacerlo, si ni siquiera soy capaz de hacer frente a mis propios recuerdos…- Murmuró, dejando caer el ramillete al vacío.

Entonces, quiso llorar, inclinar la cabeza y permanecer allí hasta que el gran árbol de la vida completase un nuevo ciclo vital. Hasta que las piedras se deshiciesen y quizás algunos dioses más justos poblaran el mundo. Permanecer allí, contemplando las nubes y el sol durante el día y las extrañas luces de la Maraña abrazando a las estrellas y las ocho lunas durante la noche, pero el fuerte graznido de las aves resonó en los acantilados: Un grito alegre, con cada una de sus alborotadas notas alabando a la libertad.

El sonido lo molestó, atrayendo su atención para buscar el origen: Dos cormoranes de cuello blanco volaban en círculos sobre el acantilado con las alas totalmente extendidas muy cerca de él.

-Fuera de aquí, que todavía no estoy muerto- Gruñó casi divertido al darse cuenta de que estaban rondándolo. El mago se incorporó con cuidado y se alejó del acantilado, esperando a que se alejaran, pero las aves lo siguieron y terminaron posándose encima de un par de rocas.

El mago esbozó una sonrisa; Le encantaban los animales y aquellos parecían tan hambrientos como él.

-Lo siento, caballeros- Se disculpó, levantando las manos vacías- No tengo nada para vosotros, porque ni siquiera tengo nada para mí- Los animales agitaron las alas y graznaron impacientes, pero no se movieron de la roca.

Entonces, el mago vio el fino sedal rojo que tenía uno de ellos alrededor de las alas y se detuvo en silencio: Conocía a aquellos animales. Eran los mismos que usaba Múo en el Zelam.

Teneb corrió hacia el borde del acantilado, provocando que las aves alzaran el vuelo graznando asustadas. Él ignoró sus protestas y comenzó a trotar bordeando el precipicio, buscando cualquier señal del Zelam o de alguna cala secreta que pudiera llegar hasta el agua. Negándose a perder a su único proveedor conocido de comida fácil presente, las aves se reorganizaron y lo siguieron.

-Apuesto a que se les han escapado a Truja y Esquivo- Se dijo más animado buscando una explicación razonable a la presencia de las aves que volaban a una distancia prudencial. Lo cierto era que no se le ocurría una forma mejor que un despiste para resolver el misterio, pero una cosa estaba clara: El Zelam no podía andar muy lejos.

Un poco después, se detuvo jadeante y sintiendo que se había tragado todo el polvo de Kazigex al pie de un imponente despeñadero. La grieta que se abría ante él había sido seguramente la parte final de uno de los cauces secos de los torrentes que antaño habían alimentado al lago. Ahora, no obstante, eran cerca de veinte varas de distancia que lo separaban de la pronunciada pendiente que continuaba el sinuoso trazado de los acantilados.

-Maldita sea mi suerte- Farfulló mientras trataba de contener un fuerte ataque de tos- Jovial Teluri Tull, podrías haber sido más amable con tu cincel cuando tallaste esta parte del mundo…-

Las aves cruzaron grácilmente el abismo por su derecha y se detuvieron al otro lado, abriendo y cerrando los afilados picos con  impaciencia.

-No me miréis así, yo no tengo alas como vosotros- Protestó jadeante. Durante un momento, consideró la opción de tratar de buscar un estrechamiento en la garganta, pero se detuvo: Tardaría horas en encontrar un paso adecuado y nada le garantizaba que después el regreso a los acantilados fuera tan rápido y sencillo como bordear el otro lado de la garganta. No, en realidad tan solo le quedaba una opción: La magia.

El aire se agitó a su alrededor, levantando una corriente de polvo circular que bailó entre sus piernas mientras visualizaba todos los detalles del destino al que quería llegar: Iré al pie de ese arbusto, cayendo entre aquellas dos rocas, sin hacerme demasiado daño y a salvo del abismo. En respuesta a su petición, los vientos de cobre siempre cálidos de Tlannalt lo envolvieron, abrazándolo con su característica suave aspereza, cobrando velocidad mientras la energía de la esfera de la humanidad se vertía sobre él, engullendo su figura por completo en apenas un instante.

Teneb aulló de dolor al aterrizar sobre el arbusto espinoso y sentir como las agujas abrían decenas de pequeños cortes en su piel. El joven rodó gimiendo de dolor y trató de incorporarse sobre la roca en la que tendría que haber aterrizado.

-¡Dulces arcanos de Ishvilla! ¡¿Pero qué me pasa?!- Lamentó rechinando los dientes tratando de ignorar el dolor. Sobre él, los chillidos de las aves espantadas por la magia se hicieron cada vez más tenues hasta desaparecer engullidos por el embate de las olas.

Usando la mano buena se incorporó con la ayuda de la roca y avanzó con cuidado por el borde del acantilado. Al echar un vistazo atrás, vio la distancia que había recorrido y se dio ánimos buscando todas sus fuerzas restantes. Así, un angustioso y marcado por el dolor paso tras otro, salvó la distancia que lo separaba de la angosta cima del promontorio y allí, dejó que las lágrimas fluyeran libremente por sus ojos agotados.

El zelam se mecía al son de la tranquila danza de las olas del lago a escasas doscientas varas de la cima del acantilado, con el velamen replegado y los dos botes abriéndose camino hacia una pequeña playa de guijarros. Al verlo, Teneb trató de identificar durante un momento quién iba a bordo, pero la impaciencia ganó casi al instante y el joven magullado se olvidó del dolor y se lanzó a trotar colina abajo.

Truja gruñó satisfecha tras examinar el grueso filo de su bracamarte. El arma no había sufrido la travesía tanto como había pensado, pero aun así, tendría que encerarla y afilarla con esmero por simple respeto hacia la herramienta. Sonriendo, la guerrera dio un rápido paso atrás y blandió la hoja en varios tajos capaces de atravesar un casco y el cráneo que se ocultaba debajo con facilidad.

-Te he echado de menos- Le susurró a la hoja antes de guardarla en la funda de cuero y de tomar la siguiente herramienta: Un largo cuchillo serrado tradicional zoshidi, su última adquisición. Un botín de guerra del guerrero que se había llevado el lóbulo de su oreja derecha.

Se encontraba pasando la yema del índice para comprobar el estado del filo, cuando escuchó un golpe amortiguado y un quejido agudo, sobresaltándola y causándole un pequeño corte que manchó de carmesí el filo. Maldijo en silencio mientras preparaba el arma por si resultaba ser Esquivo y entonces vio el cuerpo semidesnudo de un niño caído al borde del acantilado. Lo reconoció al instante y soltó el cuchillo cuando empezó a correr hacia él.

-¡Teneb!- Lo llamó arrodillándose a su lado y dándole la vuelta en su regazo para verlo mejor: La cara del niño estaba hinchada, enrojecida y llena de sangre de pequeños cortes que le recorrían la barbilla- ¡Chico, reacciona!- Lo agitó para despertarlo.

El muchacho abrió los ojos enrojecidos y trató de sonreír -Estoy bien, Truji, solo un poco cansado, pero al final… misión cumplida-

Truja tomó aire para gritar por ayuda, pero Esquivo apareció a su lado al instante y al ver a Teneb sopló de un largo silbato que resonó con un pitido estridente en toda la playa. Al cabo de poco tiempo apareció la preocupada cara de Tecla, el alargado rostro de Tyr Valeron y finalmente la siempre molesta, pero en el fondo compasiva, mirada de Bálsamo.

-Vas a soñar unos minutos dolorosos, pequeño Teneb, pero estarás bien, créeme, estarás bien…- Le dijo el clérigo colocando las manos sobre él. El mago quiso decirle que estaba bien, solo un poco cansado y con muchas ganas de comer, pero sintió como le metían algo muy amargo en la boca y al cabo de unos segundos se lo tragó la oscuridad.

Bálsamo esperó a que la pulpa de damadeagua hiciera su efecto y abrió la boca del joven inconsciente para retirar la pasta con el dedo. Tras observar los cortes y la muñeca rota e hinchada chasqueó la lengua con una mezcla enfrentada de alivio y renovada preocupación.

-Que alguien vaya a por Ánfora mientras averiguo si tiene alguna ponzoña dentro- Ordenó, agarrando el cayado con las dos manos- Truja, sujétale los brazos, Valeron, las piernas y procurad agarrarlo bien- El adusto asesino obedeció e inmovilizó los tobillos de Teneb con una sólida presa.

Bálsamo finalizó la súplica a la diosa de la vida con un suave gesto lleno de ternura sobre la punta de su nudoso cayado y observó el brillo verdoso que desperezaba las raíces que comenzaron a retorcerse en el aire si fueran gusanos. Con cuidado, el clérigo de la vida posó suavemente el cayado sobre el pecho bronceado del joven y lo sostuvo mientras las finas raíces atravesaban la piel, después la carne y finalmente el hígado, el corazón y los riñones del mago. Atrapado en el sueño, el mago se retorció de dolor tratando de liberarse, pero los soldados lo sujetaron hasta que las raíces volvieron a hacerse nudos y los espasmos cesaron.

-Está bien, solo al límite de sus fuerzas- Les informó con tono aliviado sentándose contra la pared del acantilado.

-Entonces todo está solucionado- Dijo Tecla todavía observando al mago- La última vez que me metiste esas cosas dentro tuve que entrenar casi tres horas para poder dormir-

-Es la fuerza de Audul, reino de la dulce Juncá, capaz de revivificar el cuerpo hasta con hechizos sencillos- Respondió sonriente el clérigo con los ojos brillantes por el éxtasis divino..

-Ah ¿Entonces se confirma que duermes?- Preguntó con tono inocente Esquivo- Y yo que creía que las estirges salían de noche para robar la sangre de los niños-

-Y en eso tu eres un experto, Esquivo- Contraatacó la esbelta mujer sin volverse- No he conocido ser mejor entrenado en la materia de sacarles hasta la sangre a todos los que se involucran en una partida de cartas contigo-

-Es que elijo a mis oponentes con cuidado, en la guerra, en la mesa… y en la cama- Respondió el hombre con una sonrisa maliciosa.

-Sí, sí, lo sé, tengo entendido que les llamas pichones o primos- Tecla se volvió hacia él, alzando las cejas con una media sonrisa, preparando su dardo envenenado- Dime una cosa; ¿Ese nombre es una forma de decir que te gustan jovencitos, cercanos o con pajaritos pequeñitos?

Esquivo estaba a punto de replicar involucrando a Yunque y Tarja en la conversación cuando escuchó el grito de “Teneb” y vio a un agitado Ristra lanzar la mochila al suelo y acercarse a grandes pasos.

-Cuidado, Ristra- Advirtió Bálsamo incorporándose todavía un poco exaltado por la influencia del éxtasis divino -Está descansando-

-¡¿Cómo está?! ¿Qué le ha pasado?- Preguntó el cocinero reprimiendo las ganas de arrodillarse y abrazarlo. Lágrimas de alivio corrieron por las mejillas del hombre, que se las secó con la barba todavía a medio desteñir, dejando manchas negras en su cara morena.

-Estaba buscando erizos en las charcas como pediste, cuando sentí un ruido y lo encontré aquí tirado- Explicó Truja omitiendo a lo que en realidad se había dedicado- Creo que ha bajado por esa senda del acantilado-

-Y yo lo he examinado, no tiene ningún tipo de ponzoña ni dolencia en el cuerpo, solo cortes, rozaduras y una muñeca que debería entablillar Ánfora cuanto antes, así que podemos estar orgullosos de que nuestro miembro más joven se haya cuidado tan bien- Informó Bálsamo con su tono habitual recuperado- A propósito, ¿Dónde está?-

-Dentro del lucernario con el cuco, el sargento y el capitán- Explicó Ristra torciendo el gesto- Intentando convencer a Martillo de que tiene que haber otra manera-

-¿Convencer al capitán? Tendría más suerte probando con las piedras- Opinó Truja sacudiendo la cabeza.

-Hay que intentarlo- Defendió Ristra- No todos somos partidarios de matar a las primeras de cambio-

-Cierto es, pero estoy segura de que no tengo que recordarte que esto es una brigada del cuarto ejército, no el consejo popular de una ciudad estado- Replicó Tecla con suavidad- No hay espacio para el debate filosófico en un lugar como este-

-Está el decreto de opinión, con lo que todo soldado tiene derecho a que su opinión sea escuchada- Repuso Bálsamo- Pero al final la última palabra está en manos del capitán… y he de decir que he conocido barras de hierro más flexibles que Martillo-

Ristra quiso decir algo, pero terminó por permanecer en silencio, sabiendo que tanto Tecla como Bálsamo tenían razón. Tyr Valeron, siempre pragmático, se encogió de hombros, se limpió la mugre de las calzas de cuero negro y se alejó sin decir una palabra. Truja se incorporó y le puso una mano en el hombro al cocinero y Esquivo y Tecla se miraron sabiendo lo que al final pasaría.

-¿Qué va a hacer el capitán?- Preguntó dolorido el niño abriendo los ojos.

 

Teneb rodó por entre los guijarros dando varias vueltas y corrió como una flecha preparado para usar la magia de nuevo si Tecla o Esquivo se acercaban demasiado. Tratando de cubrir la dirección del salto, ambos habían corrido en direcciones opuestas para cortarle el paso, pero el mago había sido más astuto y había elegido aparecer tras unas rocas que les obstaculizarían alcanzarlo. Tras él, le llegaron los gritos de alarma de que lo habían descubierto junto a las súplicas de Ristra de que se detuviese, de que ni estaba en la condición adecuada, ni aquella era la manera correcta de hacer las cosas. Teneb los ignoró, como ignoraba el dolor de sus pies descalzos o la sed que todavía no había saciado y desapareció en la oscuridad de la gruta que conducía al lucernario.

-Magos de mierda…- Maldijo Tecla jadeante trotando tras el mago con intención más de seguirlo que de atraparlo. Esquivo lanzó un gargajo de aprobación a las rocas y aguardó al pie del angosto camino de rocas a que llegase.

-Vamos, no quiero perderme el primer buen espectáculo que tenemos desde que zarpamos- Apremió a su compañera antes de ascender ágilmente por el angosto camino rocoso donde brillaban las pisadas ensangrentadas del mago.

En apenas unos pocos pasos, la estrecha senda se abrió a una pequeña caverna con el techo lleno de diminutas aberturas por las que penetraban intensos rayos de luz solar, convirtiendo la oscuridad en una agradable penumbra. A una escasa vara del camino, una pequeña caída terminaba en una enorme piscina natural mecida por el viento que entraba en un único acceso en barca que obligaba a quien remase a hacerlo agachado.

Era un lugar idílico, ideal para descansar y atiborrarse de peces, si no fuera por los agudos quejidos del mago.

-¡Por favor, venerable! Busque la piedad en su corazón… ¡No puede hacer eso!-

Esquivo avanzó con cuidado para evitar caerse y dobló la esquina del camino hacia la parte de la cueva donde todavía reinaban las sombras. Temblando contra la pared, dos cuerpos adultos sollozaban y buscaban con sus oraciones una salida que sabían que no iban a encontrar. La imponente figura de martillo, iluminada por uno de los rayos de luz solar, se erguía en silencio, impidiendo el paso del sollozante niño mago que suplicaba arrodillado. Tras él, la figura rechoncha de cabellos plateados de Ánfora y la mole de Yunque vigilaban al muchacho, mientras una figura enmascarada de porte masculino observaba a unos cuantos pasos de distancia.

-Cálmate muchacho, cálmate- Susurró Ánfora apretándole los hombros- Ten calma, todavía no ha pasado nada-

-¡Venerable! ¡Tiene que haber otra manera!- Insistió el niño con un fuerte chillido.

-Ya no tienes que llamarme así, mago auxiliar- Dijo Martillo con voz tranquila- Nuestra mascarada ha sido descubierta y creo que fui claro al respecto de lo que sucedería en este caso cuando zarpamos-

-¿Cómo lo sabe? ¿Han intentado atacarnos?- Cuestionó el mago secándose las lágrimas con la mano hinchada.

-Chico, ha debido de darte demasiado el sol- Gruñó Yunque divertido- Están atados, el padre con un brazo roto por imbécil y el niño inconsciente, claro que han intentado atacarnos- Ánfora lo fulminó con la mirada, pero el gigante lo ignoró.

-No me refiero a eso- Contestó el mago con la mirada centrada en el serio rostro del capitán- Tal vez piensen que somos piratas burdeni…-

-Entonces saben que les cortaremos la cabeza y ahora están haciendo las paces con sus espíritus pez- Cortó Yunque con brusquedad- Esos no dejan prisioneros, porque saben que hablan más fácil los vivos que los muertos-

-Yunque tiene razón- Intervino Tecla, sobresaltando al alquimista- Los saqueadores burdeni no tienen piedad, pero además el niño intentó decapitarme con un cuchillo de pescado mientras dormíamos-

El mago se giró para mirarla con una mueca de extrañeza y permaneció en silencio un instante, intentando reorganizar sus pensamientos, pero Martillo no esperó.

-Ahora ya lo sabes, mago auxiliar- Dijo el capitán- Y sabes que no hay otro camino- El resto de la brigada observaba en silencio al mago, pendientes de su reacción.

-Siempre hay otro camino- Insistió el niño con la voz temblando de dolor y angustia- Podemos dejarlos ir a cambio de un peaje-

-¿Tenemos pinta de recaudadores, chico?- Resopló Yunque divertido. Tecla, Esquivo y Tarja sonrieron.

-¡No estoy hablando contigo, soldado!- Estalló el mago volviéndose hacia él con los ojos desorbitados. Yunque perdió la sonrisa y su expresión se endureció, apretando los puños.

-Estás hablando conmigo… y te estoy escuchando- Habló Martillo sentándose sobre una rodilla para enfrentar su rostro al del muchacho- Dime, mago auxiliar Teneb; ¿Qué clase de peaje?-

Teneb quiso responder, pero se detuvo. Aunque el barbado rostro del capitán permanecía imperturbable, sus ojos en cambio brillaban con una furia controlada que le advertían que cuidara mejor sus pasos. Respiró hondo, intentando controlar el intenso temblor que lo envolvía.

-Puedes hacerlo Teneb, puedes salvarlos- Se dijo recordando el ramillete de bayas engullido por el acantilado.

-¿Y bien?- Inquirió Martillo.

-Cortadles la lengua para que no puedan hablar a nadie de nosotros- Propuso. Al escucharlo, el pescador y su mujer empezaron a chillar y retorcerse.

-Una idea interesante, que el sargento Trujillo ya ha propuesto- Respondió Martillo- Y te diré lo mismo que a él: Todavía pueden ver y todavía pueden escribir-

-¿Pero qué importa que sepan que los han asaltado? Obligadlos a ir hacia el oeste, rumbo a las costas galarias y que empiecen una nueva vida allí- Insistió el mago- No todo tiene que terminar con un baño de sangre, capitán-

La suave voz de Tyr Valeron surgió de entre las sombras: -Odio romper tus esperanzas, pero todo el que sepa algo de navegación sabe que ese tipo de barco nunca llegará a Galaria-

-Tyr Valeron tiene razón-Suspiró Tecla a suficiente distancia como para que su voz se llenase de eco- Cualquier tempestad interior del lago destruiría el barco como si fuera de papel-

-Por no mencionar- Intervino la figura enmascarada con un extraño acento de porte refinado- Que sería infinitamente más problemático para nuestra empresa que estos pobres desgraciados llegasen a un puerto galario que a territorio burdeni.-

-El cuco tiene razón- Concedió Martillo alzándose de nuevo, dando por concluida la disputa- Debe ser rápido y compasivo, con un solo golpe: ¿Algún voluntario?-

Truja, Esquivo, Tecla y Yunque dieron un paso adelante para indicar que se ofrecían a terminar con el sufrimiento de aquellos pobres diablos. Yunque aprestó la maza y avanzó sin esperar confirmación, pero el mago extendió el brazo bueno para detenerlo.

-Ánfora puede preparar alguna poción para hacerles olvidar sus vidas- Sugirió señalando al viejo alquimista que le devolvió una mirada entristecida- Es una opción no violenta que…-

-Lo siento, Teneb, se tardan varias jornadas en preparar ese brebaje y me faltan varios componentes que hay que conseguir frescos- Negó Ánfora sujetándolo de los hombros- Ven, muchacho, tengo que atender tus heridas y tu tienes que contarme cómo has llegado hasta aquí- Trató de apartar al mago, pero este se zafó de su abrazo.

-No podemos matarlos- Negó con nuevas lágrimas corriendo por sus mejillas- No son soldados enemigos, solo buena gente con la mala suerte de habernos conocido…-

-La buena gente también muere- Lo consoló Ánfora atrayéndolo hacia él para arroparlo y sacarlo de allí. Tecla se descalzó para cubrir los destrozados pies del muchacho.

-No, no tiene que ser así- Gruñó Teneb secándose las lágrimas. Ánfora parpadeó sorprendido un instante, Tecla frunció el ceño, anticipándose a lo que pretendía hacer.

Los vientos de Tlannatl se vertieron alrededor del mago, comenzando a girar a gran velocidad en forma de reloj de arena. Teneb sintió el éxtasis arcano que le imponía averiguar qué pasaría si le clavaba a alguien una daga en el ojo y respiró hondo para contenerlo con su fuerza de voluntad.

-Puedo hacerlo- Se dijo para reforzar su determinación- Puedo salvar al inocente, puedo evitar el sufrimiento- Agitó la mano, enviando los vientos en forma de escudo hacia la pared al tiempo que se protegía a sí mismo. Al otro lado, Truja, Ánfora y Tecla intentaban sin éxito llegar hasta él. Esquivo le miraba con pena meneando la cabeza, dejando que el viento lo arrastrase y Yunque se reía sin dejar de caminar hacia los prisioneros.

-No lo harás- Negó envolviendo a Yunque en los cálidos vientos- No si puedo evitar…-

El puño del capitán atravesó la barrera y se estrelló contra su espalda con tanta fuerza que el mago pensó que se había partido la columna. El golpe lo lanzó al suelo de la caverna y antes de que pudiera pensar en levantarse la bofetada de Martillo le atravesó el rostro, cegándolo momentáneamente.

-Has cruzado una línea que no voy a tolerar, chico- Sentenció el capitán inmovilizándolo por completo con sus enormes manos. En la caverna sólo se escuchaban los gemidos de los pescadores y el murmullo del agua.

-¿Qué crees que es esto?- Le espetó con un tono terrible- ¡¿Una historia de taberna?! ¡¿Una fábula galaria?! Esto es la guerra, chico. La guerra, y tú nada más que un soldado. ¿Crees que por haberte ganado un nombre en Dallan eres más que eso? Te equivocas. No eres nada, por mucha gratitud que tenga esta brigada contigo, no eres nada, nada más que otro miembro del cuarto ejército y una herramienta a su servicio- El muchacho trató de debatirse, pero Martillo le retorció la oreja hasta hacerle gritar- Escuchame; esta gente, morirá. Es cierto que no lo merecen, pero creo que ya es hora de que sepas que la vida no es justa. Ellos morirán porque somos soldados y seguimos órdenes de nuestros superiores. Porque la misión lo requiere y porque podemos y debemos eliminar cualquier rastro que ayude a alguien a detectar nuestra presencia en tierra enemiga-

-Ya basta, capitán- Pidió Ánfora casi en tono de súplica. Sin embargo Martillo no se detuvo.

-Has dicho que puedes salvarlos, pero te diré algo Teneb de la Academia de Ishvilla; No puedes, como tampoco pudiste hacer nada para evitar que te expulsaran. No puedes salvarlos porque yo estoy en tu camino y soy un obstáculo que no puedes superar. Un obstáculo que siempre aparecerá, con mil rostros y mil voluntades, cada vez que lo intentes, porque no eres nada más que un niño que juega a ser un héroe- Teneb no respondió, su boca se abría y cerraba como un pez recién sacado del agua. Las lágrimas fluían sin llanto y los vidriosos ojos miraban sin ver hacia ninguna parte.

-El muchacho ya no está, capitán- Dijo Esquivo con amargura.

Martillo contempló unos instantes al destrozado mago, se levantó y miró con dureza a toda la brigada antes de hablar:

-Ánfora, Ristra, ocupaos de sus heridas- Ordenó- Esquivo, Tecla, Tarja, hundid el navío- Se volvió hacia Yunque -Hazlo-

Yunque empuñó la maza y se acercó a los prisioneros caminando con lentitud. Su sonrisa se había perdido con las palabras del capitán y no podía evitar sentir pena por el joven.

-No es más que un niño idiota- Se dijo, molesto con sus propios pensamientos. -El niño tiene que romperse para que, a través de sus grietas, nazca el espíritu del hombre- Levantó la maza, buscando el mejor ángulo para aplastar el cráneo del pescador sin sufrimiento.

-Espera- Dijo Múo en común intentando hacer un gesto con la mano. Sorprendido, Yunque se detuvo y bajó la maza en silencio.

-Habla-

-No hablo muy bien tu lengua- se disculpó- pero como hombre, ¿Puedo pediros un favor? ¿Una última gracia?- Yunque miró a Martillo sin saber qué responder. El capitán suspiró y se acercó hasta el gigante.

-Adelante- Respondió.

-¿Puedo pedir que perdonéis la vida a mi hijo? Que lo llevéis a lugar seguro o le dejéis regresar al barco…-

-Me temo que no, hundiremos el barco antes de marcharnos-

La esposa del pescador sollozó con fuerza, Múo en cambio permaneció en silencio un largo minuto antes de continuar.

-En ese caso, adelante, que sea rápido y os pido por favor que cuando terminéis, dejéis nuestros cuerpos atados en cubierta, para que cuando estemos en el fondo del lago, alimentemos a los baijíes como ellos nos han alimentado a nosotros durante tantos años… así, el ciclo se cerrará y nuestras almas podrán descansar en paz- buscó el pie de su esposa con su sandalia para calmarla y la arrulló con un canto unos segundos antes de continuar -¿Puedo confiar en que haréis eso?-

-Sí, puedes- Asintió Martillo. El pescador lanzó un profundo suspiro de alivio que hizo más presente el temblor de su voz.

-Siempre le he dicho a mi hijo que no se debe temer a la muerte- Dijo entre sollozos- Pero ahora que está a punto de llegarme, temo…- su voz se rompió.

Martillo se apartó y dio la orden con un gesto. Yunque avanzó en silencio, alzando la maza. La primera en caer fue la mujer, con un golpe que arrojó parte de sus sesos contra la pared. Múo chilló, pero no se movió y el golpe lo convirtió en un bulto inmóvil en el suelo.

El verdugo soltó el arma ensangrentada y agarró al niño burdeni con toda la delicadeza de la que fue capaz. Inspiró hondo para prepararse y recordó que aquel mocoso había estado a punto de matar a Tecla la noche anterior.

El cuello cedió como una ramita seca, con un chasquido tenue que resonó en toda la cueva.

El capitán cerró los ojos y respiró hondo, dejando que el silencio inundase de nuevo la penumbra de la cueva.

-Yunque, llevatelos y átalos al mástil del barco. Si te das prisa, alcanzarás a Esquivo y los demás- Ordenó.

El gigante se cargó los tres cuerpos sobre el hombro y desandó el camino hasta la playa con paso rápido, ignorando las gotas de sangre que le salpicaban la espalda. Fuera, Ánfora administraba gotas de una solución verdosa al mago desmayado mientras Bálsamo le vendaba con cuidado los pies. Los tres evitaron mirarlo cuando pasó a su lado y Yunque no se detuvo; No había necesidad.

Tarja terminó de afianzar la soga alrededor de los tres cadáveres con un fuerte tirón e hizo una mueca de desagrado al ver el charco de sangre que se extendía por la cubierta del Zelam. La mujer amaba el combate, había nacido para la guerra, pero no disfrutaba con las ejecuciones.

-Aunque sean necesarias- Pensó observando la figura encapuchada más pequeña. El hijo del pescador se habría llevado a uno de sus compañeros por delante si el imbécil de Yunque no se lo hubiera impedido. Y no a cualquier compañero: Habría matado a Tecla. Una de las pocas almas con las que sentía que tenía algo parecido a una amistad. El solo acto de pensar en un mundo en el que no estuviese la espadachina bocazas se le hacía pesado, casi doloroso.

Y pese a todo no podía culparlo, aunque tampoco perdonarlo. Respetaba el coraje suicida del crío, probablemente nacido de la necesidad de defender a su familia, pero al mismo tiempo, le hervía la sangre tan solo al pensar en cómo habría reaccionado si el niño sin nombre hubiese matado a su querida e irritante Tecla.

-Te habría arrancado las tripas sin remedio y me las habría comido fritas con tu corazón y tu hígado- Gruñó a modo de despedida antes de alejarse para ayudar a Tecla y a Yunque con el hundimiento del navío.

-No me hagas mucho caso, pero creo que están muertos- Comentó Esquivo subiendo las escaleras sin esfuerzo. Tras él, el crujido de la madera resonó en la bodega, seguido del gorgoteo del agua fluyendo a través de la grieta en el casco.

-Aun así, tenía que decirlo-

-No lo dudo, pero no se si despedir a los muertos con una maldición es lo más sensato dadas las circunstancias- Picó el hombre buscando el contraviento para evitar el olor a sangre.

-¿Crees que le temo al fantasma de un niño?- Respondió la robusta mujer de cabellos color sangre desafiando a los cadáveres con la mirada- Que venga si quiere a por mi alma y que se ponga a la cola detrás de todos los demás-

Esquivo rió para sus adentros, imaginando una larga cola de fantasmas ensangrentados peleando entre sí para ver quién de ellos reclamaba el alma de su asesina. Lo cierto es que la guerrera tenía razón, los huesos inquietos de un niño burdeni no parecían tener una mano ganadora en aquel asunto.

-Tienes razón, seguramente no tienes nada que temer- Concedió con tono divertido y al ver la calva de Yunque se apresuró a añadir- Además, seguro que van primero a por Yunque, que es al fin y al cabo su asesino-

El gigante se encogió de hombros sin morder el anzuelo y trepó hasta la ligeramente inclinada cubierta. Tras él, Tecla subió por la escaleras con las ropas empapadas hasta la cintura.

-¿Cuánto tiempo tenemos antes de que se vaya a pique?- Quiso saber Tarja.

-Hemos hecho tres boquetes, yo calculo que alrededor de una campanada- Respondió Tecla colocándose a su lado.

-Genial, ¿Alguien tiene una campana?-  Preguntó sarcástico Esquivo sonriendo al ver el gesto obsceno que le dedicaba Tecla como respuesta.

Los cuatro soldados se miraron brevemente antes de disfrutar del silencio y la calma que se respiraba en la bahía. Al otro lado de las resecas colinas, el implacable aliento del desierto los aguardaba de nuevo, casi invitándolos a sus ardientes arenas e interminables dunas, donde los únicos líquidos que existían eran el que protegían con un fervor casi fanático y el que recorría sus cuerpos.

Rodeados de tanta agua, costaba mucho pensar que quizás en menos de un día volverían al interior del infierno.

El estallido de la madera y la sacudida del navío al empalarse contra una roca los arrancó de sus pensamientos. Tecla maldijo al golpearse con la cabeza contra la borda  y Yunque se desperezó con un bostezo.

-Hemos tocado fondo…- Comentó estallando los nudillos.

-En más de un sentido- Bromeó Esquivo sin abrir los ojos.

-No seáis imbéciles, es imposible que estemos en el fondo- Contestó Tecla dolorida- Hemos debido de chocar contra un arrecife o un bajío, maldita sea mi alma-

-¿Y qué hacemos? ¿Lo dejamos así?- Preguntó Yunque mirando confundido el agua.

-Si la idea es no dejar cabos sueltos, mejor no dejar un barco entero que alguien pueda investigar- Respondió Esquivo pensativo - Aquí la pregunta es cómo lo hacemos desaparecer… ¿Tecla?-

-Bajar de nuevo a la bodega es demasiado peligroso- descartó Tecla pensativa- Dejadme pensar un momento…-

-Si tuviéramos un mago- Comentó Tarja corrigiendo su postura para adaptarse a la cada vez más pronunciada pendiente del barco.

-Lo tenemos, aunque ahora mismo no sirva de mucho- Respondió Esquivo, captando las intenciones de Tarja.

-Aunque estuviera despierto, creo que los poderes de Teneb no sirven para eso- Cortó Tecla exasperada -¿Habéis visto que ese niño haya hecho daño a alguien con su magia?-

-Justo a eso me refiero- Replicó Tarja- Ya nos ha quedado claro que no es un soldado, que no está hecho para el combate y que…-

-No quiero herirte, Tarja- La cortó Esquivo con un tono que contradecía totalmente sus palabras- pero ese niño que no es un soldado se ha ganado un nombre, a diferencia de todos los aquí presentes, sin importar su veteranía- Al reparar en el significado de sus palabras, el rostro de la guerrera se ensombreció y Esquivo decidió que lo mejor que podía hacer era dejar a Tecla pensar tranquila.

Tarja se dispuso a contestar, pero decidió permanecer en silencio: Las palabras de Esquivo, aunque eran ciertas, no tenían por qué reñir con las suyas propias. Que el joven Teneb se había ganado a pulso ese nombre era tan cierto como que ni su cuerpo, ni su alma se doblarían y moldearían ante los fuegos de la guerra. Aun así, tomó nota de la cuchillada camuflada entre la verdad y la añadió a las muchas afrentas que convertían al cabo Esquivo en una alimaña timadora e indeseable.

-Casi tanto como el puto idiota de Yunque- Gruñó para sus adentros fulminando con la mirada al despreocupado gigante calvo.

-Tengo una idea- Hizo saber el infante pesado- No tenemos un mago, pero tenemos un alquimista. Solo necesitamos un poco de polvoardiente y…- Hizo un gesto que simuló el barco saltando por los aires.

-Es una idea fantástica- Comenzó Esquivo, tratando de controlar las ganas de reír- Pero si queremos hundir el barco es para evitar que alguien sepa que estamos aquí, causar una explosión que se escuche a leguas de distancia no nos ayudaría demasiado-

-¿Qué te tengo dicho acerca de eso que llamas pensar, Yunque?- Se burló Tecla sin miramientos.

-¿Y entonces cómo lo hacemos?- Gruñó el infante irritado.

-No lo sé, pero desde luego no vamos a volar el barco con alquimia- Respondió Tecla. La espadachina se dio la vuelta, intentando recobrar sus pensamientos, cuando un temblor mucho más fuerte golpeó la cubierta , obligándola a agarrarse a la borda para no caer al agua. Esquivo, que no había tenido tanta suerte, emergió tosiendo mientras los crujidos del moribundo navío se hacían cada vez más fuertes.

-¿Qué mierdas ha sido eso?- Preguntó molesto subiéndose al bote.

-¡Creo que el casco se ha partido y el barco se está partiendo en dos!- Respondió Tecla mirando como las tablas de la proa del barco pesquero cada vez se tensaban más.

-Entonces asunto concluido, loados sean los espíritus- Agradeció Yunque saltando al agua y nadando con largas brazadas hasta alcanzar el ancho bote.

-Sí, vámonos de aquí- Se dijo Tecla saltando al agua cuando las primeras tablas se rompieron con un fuerte chasquido. Tras salvar la distancia que la separaba del bote, Tarja la ayudó a subir y los cuatro observaron como el casco rojo del Zelam se sumergía lentamente en el agua, hasta que solo quedó el largo mástil desnudo con los tres cuerpos atados que desaparecieron bajo las calmadas olas de la bahía.

Concluido el trabajo, Yunque comenzó a remar de vuelta a la playa y los cuatro abandonaron el naufragio sin mirar atrás.

Las profundidades de la bahía recibieron los restos del Zelam y a sus ocupantes con delicadeza, depositando cada pieza del navío entre las algas y el fango, donde antes de caer la noche ya eran hogar de los moradores del lago. Y así, con el paso de los días, el mástil carmesí fue recorrido por cangrejos, babosas, sanguijuelas y toda clase de carroñeros en busca de alimento.

Pero ninguno de ellos, ni siquiera las mentes más simples que se arrastran entre los filos del mundo de los vivos y de los muertos, se acercó a los tres cuerpos. Permanecieron allí, intactos, olvidados tanto por la descomposición como por los grandes espíritus del lago.

Suspendidos en una silenciosa vigilia entre el cieno y la oscuridad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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