El Secreto del Mago (Capítulo 3): Sin Perdón
El lento baile de las ocho lunas a través
del firmamento avanzó majestuoso sobre la costa que separaba la vida del
gigantesco lago Ázur, de la muerte que administraba el desierto de Kázigex
sobre todo aquello que osase entrar en sus carcomidos llanos rocosos. En lo
alto, la inmensa luna parda que recibía el nombre de Áspera, mermó engullida
por el horizonte hasta convertirse en nada más que una joroba del tamaño de un
pulgar contra el incipiente amanecer. Con su marcha, Elbi, Odis y Yanidh; Las
tres hermanas más pequeñas de entre las ocho que viajaban sin pausa por el
firmamento, se rodearon de los estridentes colores de la maraña y brillaron,
desafiantes, hasta que las densas nubes y la luz del sol las hicieron
desaparecer.
Entonces, no habiendo transcurrido todavía
una hora desde el final del espectáculo celeste, las nubes se hincharon y
oscurecieron, liberando una fina lluvia que repiqueteó con delicadeza sobre las
rocas, formando hilillos de agua que se precipitaron a la tierra sedienta hasta
desaparecer en su interior.
Entornando los ojos para protegerse de la
luz, Teneb ahuecó la mano buena y bebió con avidez hasta quedar saciado,
dejando que el agua fresca le cayese por la enrojecida barbilla. Y a
continuación, con mucho cuidado, lavó la mano herida e hinchada intentando
contener los gemidos de dolor que luchaban por escapar de su garganta.
-Gimoteas como un cachorro asustado- Se
había burlado Yunque tiempo atrás, cuando en una tarde de práctica con el arco,
el joven recluta se había despellejado un dedo- Deja que te diga algo; A partir
de ahora, el dolor va a ser tu mejor compañero, Autillo. A veces el único que
va a entenderte y consolarte, así que más vale que te acostumbres a él–
Durante un momento, le pareció que la
potente risa burlona del soldado rebotaba en las paredes de piedra,
deformándose hasta adquirir un tono lúgubre y desagradable que le produjo un
fuerte escalofrío en la espalda.
-Solo es la oscuridad de la cueva- Se dijo
todavía no muy convencido, observando la aterciopelada negrura que le había
servido de refugio aquella noche.
-Tan solo es eso, nada más- Se aseguró en
voz alta.
Sin embargo, el eco de su voz deformada
regresó de vuelta impregnado de una musicalidad ominosa. Como si algo estuviera
imitando su voz con un malicioso tono infantil. Al escucharla, el joven mago se
olvidó por completo del desayuno y tragó saliva, dando un paso atrás e
ignorando los hilos de agua que comenzaron a caer sobre su sucio pelo negro.
Respirando con fuerza, agudizó el oído y clavó sus ojos en la tiniebla que
envolvía el interior de la grieta.
-Apenas hay diez pasos hasta la pared de
piedra del final- Pensó, mientras afianzaba el pie derecho para no resbalar por
la pronunciada pendiente. Gran parte de él estaba de acuerdo con aquel
pensamiento, pero al mismo tiempo, una insidiosa vocecilla interior le
susurraba que no era cierto. Algo se agitaba en el interior de aquella
oscuridad, algo que el mago, ya recuperado del abuso de la magia gracias al
cambio de influencia lunar, no deseaba perturbar.
Apenas unos segundos después, el sonido de
un guijarro rebotando en la oscuridad fue suficiente aviso para que abandonase
la cueva y echase a correr pendiente abajo, ignorando la lluvia, la sandalia
derecha rota y el dolor intenso de sus heridas hasta que tropezó con unos
guijarros sueltos y cayó de rodillas en la playa a orillas del lago. Allí
permaneció jadeante, dejando pasar doce compases de olas que la suave marea
empujó hasta su pecho.
-Estupendo- Gruñó al notar como la sangre
corría libremente por los pies y las pantorrillas hasta deslizarse entre las
húmedas rocas- No hay suficientes peligros aquí, ahora tengo que añadir mi
imaginación a la lista-
Se puso en pie con dificultad, tratando de
aguantar el intenso dolor punzante de sus piernas con siseos y suspiros de
resignación. Y al salir del agua, examinó sus heridas: Las afiladas rocas de la
pendiente habían abierto cortes limpios en la planta del pie y el dedo meñique,
de los que manaba la sangre del mago en un reguero carmesí. Por desgracia, la
caída no había sido mucho más permisiva: Raspando un buen trozo de piel de las
huesudas pantorrillas, de donde todavía colgaba un trozo ensangrentado.
-De algo me servirán las lecciones de
primeros auxilios- Se consoló gimoteando y tratando de aguantar las lágrimas
sin demasiado éxito.
Con cuidado para no abrir todavía más sus
heridas, tomó los jirones de la camisa que llevaba en los pantalones y los
aplastó con fuerza contra la planta del pie, presionando para detener el
sangrado. Al cabo de un rato, se sintió con fuerzas para volver a calzarse la
sandalia buena y buscar la otra que se había quedado en la base de la pendiente
rocosa.
-Supongo que menos sería nada- Juzgó en
voz alta el apaño que había logrado gracias al alfiler de hueso que mantenía
unida la correa del catavistas. Sin duda, la larga caminata que le esperaba a
través de la costa rocosa le dejaría en pie en carne viva por culpa del roce,
pero siempre sería mejor que avanzar con un pie desnudo y herido.
Concluido el pequeño respiro, regresó a la
playa, se sentó en una postura cómoda y esperó a que se calmaran las aguas,
buscando pequeños rastros de burbujas que le indicasen la presencia de almejas
de agua dulce. Una vez localizadas, removía con furia la grava bajo la que se
ocultaban y las aprisionaba para evitar que usasen su pie para enterrarse más
profundo. Usando un pequeño guijarro, rompía la concha y con el dedo arrancaba
la gomosa carne que todavía se retorcía en su boca mientras la masticaba.
Estaban duras, frías, llenas de arena y
asquerosas, pero era el único alimento que conocía al haberlas comido
anteriormente en el puerto de Boshedam y todo lo que se había atrevido a comer
en el tiempo que había durado aquella desastrosa aventura. Una vez hubo
terminado el desayuno, se recostó sobre los guijarros y dejó que la luz del
recién aparecido sol le secase las ropas.
Poco a poco, la calidez del nuevo día se
extendió por su tembloroso cuerpo hasta sumirlo en una apacible duermevela con
los ojos entrecerrados. Los guijarros crujían bajo su magullada espalda cada vez
que se movía para colocarse en una postura más cómoda y las gotas de espuma
rociaban la punta de sus dedos cada vez que rompía una nueva ola. El estómago
revuelto pero lleno lo confortó lo suficiente para que el descanso se abriera
paso y a lo lejos los chillidos de las aves se convirtieran en una lejana
canción, mientras el joven mago se deslizaba poco a poco hacia un profundo y
reparador sueño.
Entonces, a través de la luz y la espuma,
algo llamó su atención, manteniéndolo en la frontera de la vigilia y el sueño:
En el agua, flotando y ondeando entre la piedra y el viento, a veces le parecía
ver pequeños rostros transparentes serenos y apacibles o divertidos y
carcajeantes, que ajenos a la desesperada situación del muchacho, retozaban
alegremente en los rompientes y convergían curiosos en la playa casi
acariciando sus heridos pies hasta que la marea los arrastraba de nuevo mar
adentro. Más tarde, en algún momento indeterminado, cuando su atención se hizo más profunda, el joven
dejó de oír el batir de las olas que fue sustituido por la limpia e inocente
risa de cientos de pequeñas voces que celebraban la vida con un esplendor que
ningún ser de carne y hueso podría igualar. Una carcajada pura y sincera, que
festejaba el simple acto de estar, contagiándose al mismo tejido de la realidad
en un baile de agradecimiento sin principio ni final.
Contagiado de aquella alegría que
trascendía el tiempo y todas las oscuridades de su alma, el joven mago quiso
despertar, echar a correr y unirse a la celebración eterna que aquellas
criaturas le prometían o al menos, levantar la mano para tocarlas y poder
arañar un fragmento de su realidad. Pero su cuerpo, anestesiado y agotado, no
respondió y solo pudo observar el baile de aquellas risueñas criaturas,
mientras todo lo que quedaba de su ser consciente deseaba unirse a ellas.
Teneb despertó con el sol en lo más alto,
azuzado por el dolor palpitante de la muñeca y el pie y con la boca pastosa.
Aturdido, el joven se acercó gateando hasta el agua, buscando aquellos rostros
que lo habían acunado y acompañado en su sueño, pero solo encontró las claras
aguas del lago y la grava y los guijarros de la playa.
-No puede ser, debo de estar teniendo
visiones por algún tipo de veneno…- Murmuró hundiendo las manos en la grava y
agitándolas con gesto ausente- Acabo de ver… ¿Taenu?- El joven mago había leído
varios pergaminos como parte de su formación acerca de aquellas criaturas:
Retoños de elemental en su forma más pura que vivían y se desarrollaban en los
lugares más remotos, ocultos en las capas más sutiles de las esferas donde
nadie podía verlos ni hacerles daño.
Pero él los había visto, aunque fuera algo
casi imposible de creer. En su interior, algo le decía que ningún veneno o
sustancia había tenido nada que ver con aquella visión. Sin embargo, basándose
en sus estudios, solo los magos que habían sido llamados por las esferas
elementales podían ver en raras ocasiones a los míticos Taenu y, según se
decía, solo del mismo elemento que el mago dominaba. Y él, estaba seguro de
haber visto al menos tres tipos de aquellas criaturas: De viento, de tierra y
de agua.
-¿Habrá el uso de la magia alterado mis
sentidos?- Se preguntó sacudiendo la cabeza mientras se incorporaba con cuidado
de no lastimarse la planta del pie- Si no, creo que esto puede merecer un hito
de viaje-
El mago sopesó con cuidado su propia
iniciativa mientras ascendía por la pronunciada pendiente que conducía a lo
alto de la colina. A su lado, a solo un paso de la escarpada senda pedregosa,
el acantilado se desplomaba una treintena de varas hasta terminar en la playa
que acababa de dejar atrás, obligándolo a caminar mucho más lento de lo que
habría querido hasta que alcanzó la cima del precipicio.
La línea de la costa se prolongaba a cada
vez más altura en una sucesión de barrancos dentados y carcomidos, que se
desplomaban en vertical sobre las calmadas aguas del lago cerca de cien varas
más abajo. Sobre ellos, las cimas de las colinas desnudas que ocultaban la
meseta desértica de Kav Sarmad se interrumpían en las sombras de gruesas
gargantas que antaño debían de haber conducido ríos y torrentes hasta morir
como cascadas en el lago. Por un momento, Teneb sintió el impulso aventurero de
acercarse hasta la más cercana para investigar, pero se detuvo: Tardaría un
tiempo más que precioso en llegar hasta el lugar y tampoco había olvidado el
incidente, real o imaginario, de la cueva.
-No, definitivamente no es una opción-
Decidió, sacudiéndose con un escalofrío que no tuvo nada que ver con el viento
que soplaba sobre su bronceado torso desnudo. A pesar de las dudas, algo le
decía que lo que había sentido en la cueva no estaba solamente en su cabeza.
Decidido a librarse de aquel pensamiento,
comenzó a buscar la vela carmesí del Zelam a lo largo del horizonte, con la
esperanza de ver el barco avanzando hacia la costa para buscarlo. Pero tras
frotarse varias veces los ojos por el esfuerzo, no vio nada más que agua y las
lejanas nubes alejándose de la costa. Por un instante, la duda sobre si aquella
misión era una excusa para abandonarlo trató de brotar en su interior, buscando
las fisuras de su confianza como un arbusto espinoso del desierto busca el
agua, pero la incertidumbre no tardó en desvanecerse: Aquellos hombres eran su
nueva familia, unidos entre ellos por la sangre de una ciudad entera en un
vínculo que era bendición y maldición a la vez. Y si en su situación actual
podía estar seguro de algo, ese algo era que la brigada no lo abandonaría .
Pero tenía que moverse para recuperar la
distancia perdida… y deprisa.
Alcanzó la cima del acantilado más alto
con el pie sangrante y las manos ardiendo de dolor después de haber trepado por
un desfiladero vertical más de una angustiosa decena de varas, sintiendo que
las fuerzas le fallarían en cualquier momento. Tenía la boca seca e intentaba
no mirar demasiado el lago para evitar torturarse con el agua que no podía
calmar su sed a pesar de tenerla delante. Por suerte, las vistas del entorno
eran un punto dulce después de la amargura del ascenso, que se dulcificó
todavía más cuando el joven vio la suave pendiente en la que se convertía el
escabroso terreno. Y desde allí, la vista tras las colinas se reveló en una
franja amarillenta ondulante que Teneb identificó casi al instante.
-Dunas- Murmuró con tono rasposo- El
desierto de Kav Sarmad nace cuando muere el erial rocoso de Kazigex…- Se detuvo
un instante, observando los pequeños bosquecillos de vegetación marina que
crecían en los acantilados, fuertes y libres del influjo maligno de la
Devastación del Coloso. Casi podía sentir como la omnipresente presión se
disipaba a su alrededor, dejando al viento fluir de nuevo a su antojo.
-Lo he conseguido…- Suspiró sentándose en
el suelo al sentir de nuevo todo el cansancio acumulado- Al menos en parte.
Todavía me quedan dos semanas de viaje usando la magia hasta llegar a Kavasthán
pero… ¿Y después qué?- Calculó observando la infinita extensión del lago-
Aunque llegue a la ciudad, tendría que localizar a la brigada sin saber nada
más que unas pocas palabras en koro y ocultar mi origen y mis poderes…- Entonces, se detuvo: La ansiedad comenzaba a
trepar por él al reparar en la insensatez que acababa de cometer. Nada le
garantizaba que la brigada confiase en que siguiera adelante y no regresara a
buscarlo mientras él avanzaba a la ciudad. Aquel eslabón en la cadena de la
culpa por sus malas decisiones lo llevó al invento que con tanto sacrificio y
dedicación Ánfora había creado, a su enfado y decepción cuando se enterase de
que había abandonado el catavistas inservible en la playa. Recordó entonces
cómo había estado a punto de haber echado a perder la estrategia de camuflarse
como peregrinos de Tolamed mencionando a un dios extranjero… y entonces, la
cadena de culpa alcanzó Dallan.
La luz del soleado día desapareció cuando
el joven mago recordó lo que había vivido en la ciudad sagrada: Las llamas de
la alquimia de la escuela de la destrucción, el frío cumplimiento de las
órdenes, el secuestro de futuros soldados sin hogar ni futuro, la sangre de
guerreros y ciudadanos y el dolor… Y después, el horror. Escuchó de nuevo los
gritos, el hedor de la muerte, el brillo de las hojas manchadas atravesando los
cuerpos y la determinación inflexible de ambos bandos hasta el terrible final.
Todo ello lo recordaba como si todavía siguiera allí: No, en realidad una buena
parte de él todavía seguía allí.
Una parte de su alma todavía caminaba por
aquellas calles malditas, atrapada en el recuerdo, vagando junto a los
espíritus del desierto en un sufrimiento sin final. Y sí, era cierto que la
antigua ciudad sagrada estaba a cuatro semanas de viaje en barco, pero en aquel
momento Teneb se sintió de nuevo a las puertas de la ciudad condenada: Caído de
rodillas, cubierto de ceniza y polvo y azotado por el furioso duelo entre los
vientos protectores de Tlannalt, la esfera de la humanidad y el embate de la
Devastación del Coloso que reclamaba la desolación para su insaciable reino de
tierras yermas.
El azote de una fuerte ráfaga de viento
cálido lo devolvió a la realidad con un gemido ahogado.
-No sirve de nada que piense en eso, hay
que continuar- Con dificultad, se puso en pie de nuevo, tratando de recobrar el
control de su respiración irregular. La verdad es que no era el primer ataque
que sufría, pero no podía acostumbrarse a ellos por mucho que lo intentara.
-Tienes que apaciguar tu mente, bloquear
el flujo de pensamientos que llega hasta ti- Le había explicado Ánfora cuando
lo había encontrado llorando en el campamento del cuarto ejército- Eres un
mago, no debería resultarte difícil conseguirlo-
Pero no era lo mismo. El éxtasis mágico
tenía siempre un componente intrusivo, ajeno al pensamiento común y por tanto
fácilmente identificable por quien lo padecía. Sin embargo, aquello era algo
muy distinto; Como si algún tipo de maldición o fuerza empujara hacia atrás el tiempo
para devolverlo allí. Y una vez en la ciudad, ya no tenía defensa posible, su
única opción era observar.
El fuerte dolor del talón despellejado lo
distrajo de los recuerdos de la ciudad maldita las siguientes horas de marcha,
en las que siguió las sendas de los altos acantilados deteniéndose de vez en
cuando a descansar bajo la sombra de los arbustos de hojas espinosas que
salpicaban el terreno con pequeños parches color oliva. De las endebles ramas
inclinadas por el peso colgaban gruesos ramilletes cargados de pequeñas bayas
de un color violeta pálido ordenadas a la perfección.
El
joven mago miró con ansia la fruta y los pequeños insectos de color azul
metalizado que la atacaban vorazmente y combatió el impulso de extender la mano
para meterse un buen puñado a la boca.
-Ánfora me daría un buen capón solo por
pensarlo- Se dijo, casi sintiendo el golpe en la nuca de la encallecida mano
del viejo alquimista –Pero necesito comer y beber con urgencia o bien podría
haberme caído por el acantilado- Pensó mientras recordaba la fuente de comida y
agua que había abandonado.
-Al menos, no he usado magia- Se consoló
relamiéndose los labios resecos. Si de algo estaba seguro, es de que ya tendría
varios puñados de bayas en la boca si los pensamientos intrusivos del éxtasis
arcano estuvieran presentes.
Casi sin darse cuenta, arrancó de forma
descuidada uno de los ramilletes desatando un coro de zumbidos y caminó hasta
sentarse al pie del acantilado. En la pared vertical crecían estoicos más
ejemplares de aquellos arbustos espinosos, aprovechando las oquedades de las
rocas para enraizar al borde del abismo. Desafiando la caída que los invitaba a
la perdición. El joven mago jugueteó con el ramillete antes de arrancar un par
de bayas y arrojarlas al vacío; En cierto modo, se sentía como aquellos frutos
que caían hacia lo desconocido. Igual de frágil, joven e incompleto, incapaz de
enfrentarse ni a la fuerza que lo empujaba, ni a la marea que lo engullía,
logrando a duras penas seguir avanzando sin pensar demasiado a dónde se dirigía
y sin poder hacer nada para evitarlo.
-Pero cómo voy a hacerlo, si ni siquiera
soy capaz de hacer frente a mis propios recuerdos…- Murmuró, dejando caer el
ramillete al vacío.
Entonces, quiso llorar, inclinar la cabeza
y permanecer allí hasta que el gran árbol de la vida completase un nuevo ciclo
vital. Hasta que las piedras se deshiciesen y quizás algunos dioses más justos
poblaran el mundo. Permanecer allí, contemplando las nubes y el sol durante el
día y las extrañas luces de la Maraña abrazando a las estrellas y las ocho
lunas durante la noche, pero el fuerte graznido de las aves resonó en los
acantilados: Un grito alegre, con cada una de sus alborotadas notas alabando a
la libertad.
El sonido lo molestó, atrayendo su
atención para buscar el origen: Dos cormoranes de cuello blanco volaban en
círculos sobre el acantilado con las alas totalmente extendidas muy cerca de
él.
-Fuera de aquí, que todavía no estoy
muerto- Gruñó casi divertido al darse cuenta de que estaban rondándolo. El mago
se incorporó con cuidado y se alejó del acantilado, esperando a que se
alejaran, pero las aves lo siguieron y terminaron posándose encima de un par de
rocas.
El mago esbozó una sonrisa; Le encantaban
los animales y aquellos parecían tan hambrientos como él.
-Lo siento, caballeros- Se disculpó,
levantando las manos vacías- No tengo nada para vosotros, porque ni siquiera
tengo nada para mí- Los animales agitaron las alas y graznaron impacientes,
pero no se movieron de la roca.
Entonces, el mago vio el fino sedal rojo
que tenía uno de ellos alrededor de las alas y se detuvo en silencio: Conocía a
aquellos animales. Eran los mismos que usaba Múo en el Zelam.
Teneb corrió hacia el borde del
acantilado, provocando que las aves alzaran el vuelo graznando asustadas. Él
ignoró sus protestas y comenzó a trotar bordeando el precipicio, buscando
cualquier señal del Zelam o de alguna cala secreta que pudiera llegar hasta el
agua. Negándose a perder a su único proveedor conocido de comida fácil
presente, las aves se reorganizaron y lo siguieron.
-Apuesto a que se les han escapado a Truja
y Esquivo- Se dijo más animado buscando una explicación razonable a la
presencia de las aves que volaban a una distancia prudencial. Lo cierto era que
no se le ocurría una forma mejor que un despiste para resolver el misterio,
pero una cosa estaba clara: El Zelam no podía andar muy lejos.
Un poco después, se detuvo jadeante y
sintiendo que se había tragado todo el polvo de Kazigex al pie de un imponente
despeñadero. La grieta que se abría ante él había sido seguramente la parte
final de uno de los cauces secos de los torrentes que antaño habían alimentado
al lago. Ahora, no obstante, eran cerca de veinte varas de distancia que lo
separaban de la pronunciada pendiente que continuaba el sinuoso trazado de los
acantilados.
-Maldita
sea mi suerte- Farfulló mientras trataba de contener un fuerte ataque de tos-
Jovial Teluri Tull, podrías haber sido más amable con tu cincel cuando tallaste
esta parte del mundo…-
Las
aves cruzaron grácilmente el abismo por su derecha y se detuvieron al otro
lado, abriendo y cerrando los afilados picos con impaciencia.
-No
me miréis así, yo no tengo alas como vosotros- Protestó jadeante. Durante un
momento, consideró la opción de tratar de buscar un estrechamiento en la
garganta, pero se detuvo: Tardaría horas en encontrar un paso adecuado y nada
le garantizaba que después el regreso a los acantilados fuera tan rápido y
sencillo como bordear el otro lado de la garganta. No, en realidad tan solo le
quedaba una opción: La magia.
El
aire se agitó a su alrededor, levantando una corriente de polvo circular que
bailó entre sus piernas mientras visualizaba todos los detalles del destino al
que quería llegar: Iré al pie de ese arbusto, cayendo entre aquellas dos rocas,
sin hacerme demasiado daño y a salvo del abismo. En respuesta a su petición,
los vientos de cobre siempre cálidos de Tlannalt lo envolvieron, abrazándolo
con su característica suave aspereza, cobrando velocidad mientras la energía de
la esfera de la humanidad se vertía sobre él, engullendo su figura por completo
en apenas un instante.
Teneb
aulló de dolor al aterrizar sobre el arbusto espinoso y sentir como las agujas
abrían decenas de pequeños cortes en su piel. El joven rodó gimiendo de dolor y
trató de incorporarse sobre la roca en la que tendría que haber aterrizado.
-¡Dulces
arcanos de Ishvilla! ¡¿Pero qué me pasa?!- Lamentó rechinando los dientes
tratando de ignorar el dolor. Sobre él, los chillidos de las aves espantadas
por la magia se hicieron cada vez más tenues hasta desaparecer engullidos por
el embate de las olas.
Usando
la mano buena se incorporó con la ayuda de la roca y avanzó con cuidado por el
borde del acantilado. Al echar un vistazo atrás, vio la distancia que había
recorrido y se dio ánimos buscando todas sus fuerzas restantes. Así, un
angustioso y marcado por el dolor paso tras otro, salvó la distancia que lo
separaba de la angosta cima del promontorio y allí, dejó que las lágrimas
fluyeran libremente por sus ojos agotados.
El
zelam se mecía al son de la tranquila danza de las olas del lago a escasas
doscientas varas de la cima del acantilado, con el velamen replegado y los dos
botes abriéndose camino hacia una pequeña playa de guijarros. Al verlo, Teneb
trató de identificar durante un momento quién iba a bordo, pero la impaciencia
ganó casi al instante y el joven magullado se olvidó del dolor y se lanzó a
trotar colina abajo.
Truja
gruñó satisfecha tras examinar el grueso filo de su bracamarte. El arma no
había sufrido la travesía tanto como había pensado, pero aun así, tendría que
encerarla y afilarla con esmero por simple respeto hacia la herramienta.
Sonriendo, la guerrera dio un rápido paso atrás y blandió la hoja en varios
tajos capaces de atravesar un casco y el cráneo que se ocultaba debajo con
facilidad.
-Te
he echado de menos- Le susurró a la hoja antes de guardarla en la funda de
cuero y de tomar la siguiente herramienta: Un largo cuchillo serrado
tradicional zoshidi, su última adquisición. Un botín de guerra del guerrero que
se había llevado el lóbulo de su oreja derecha.
Se
encontraba pasando la yema del índice para comprobar el estado del filo, cuando
escuchó un golpe amortiguado y un quejido agudo, sobresaltándola y causándole
un pequeño corte que manchó de carmesí el filo. Maldijo en silencio mientras
preparaba el arma por si resultaba ser Esquivo y entonces vio el cuerpo
semidesnudo de un niño caído al borde del acantilado. Lo reconoció al instante
y soltó el cuchillo cuando empezó a correr hacia él.
-¡Teneb!-
Lo llamó arrodillándose a su lado y dándole la vuelta en su regazo para verlo
mejor: La cara del niño estaba hinchada, enrojecida y llena de sangre de
pequeños cortes que le recorrían la barbilla- ¡Chico, reacciona!- Lo agitó para
despertarlo.
El
muchacho abrió los ojos enrojecidos y trató de sonreír -Estoy bien, Truji, solo
un poco cansado, pero al final… misión cumplida-
Truja
tomó aire para gritar por ayuda, pero Esquivo apareció a su lado al instante y
al ver a Teneb sopló de un largo silbato que resonó con un pitido estridente en
toda la playa. Al cabo de poco tiempo apareció la preocupada cara de Tecla, el
alargado rostro de Tyr Valeron y finalmente la siempre molesta, pero en el
fondo compasiva, mirada de Bálsamo.
-Vas
a soñar unos minutos dolorosos, pequeño Teneb, pero estarás bien, créeme,
estarás bien…- Le dijo el clérigo colocando las manos sobre él. El mago quiso
decirle que estaba bien, solo un poco cansado y con muchas ganas de comer, pero
sintió como le metían algo muy amargo en la boca y al cabo de unos segundos se
lo tragó la oscuridad.
Bálsamo
esperó a que la pulpa de damadeagua hiciera su efecto y abrió la boca del joven
inconsciente para retirar la pasta con el dedo. Tras observar los cortes y la
muñeca rota e hinchada chasqueó la lengua con una mezcla enfrentada de alivio y
renovada preocupación.
-Que
alguien vaya a por Ánfora mientras averiguo si tiene alguna ponzoña dentro-
Ordenó, agarrando el cayado con las dos manos- Truja, sujétale los brazos,
Valeron, las piernas y procurad agarrarlo bien- El adusto asesino obedeció e
inmovilizó los tobillos de Teneb con una sólida presa.
Bálsamo
finalizó la súplica a la diosa de la vida con un suave gesto lleno de ternura
sobre la punta de su nudoso cayado y observó el brillo verdoso que desperezaba
las raíces que comenzaron a retorcerse en el aire si fueran gusanos. Con
cuidado, el clérigo de la vida posó suavemente el cayado sobre el pecho
bronceado del joven y lo sostuvo mientras las finas raíces atravesaban la piel,
después la carne y finalmente el hígado, el corazón y los riñones del mago.
Atrapado en el sueño, el mago se retorció de dolor tratando de liberarse, pero
los soldados lo sujetaron hasta que las raíces volvieron a hacerse nudos y los
espasmos cesaron.
-Está
bien, solo al límite de sus fuerzas- Les informó con tono aliviado sentándose
contra la pared del acantilado.
-Entonces
todo está solucionado- Dijo Tecla todavía observando al mago- La última vez que
me metiste esas cosas dentro tuve que entrenar casi tres horas para poder
dormir-
-Es
la fuerza de Audul, reino de la dulce Juncá, capaz de revivificar el cuerpo
hasta con hechizos sencillos- Respondió sonriente el clérigo con los ojos
brillantes por el éxtasis divino..
-Ah
¿Entonces se confirma que duermes?- Preguntó con tono inocente Esquivo- Y yo
que creía que las estirges salían de noche para robar la sangre de los niños-
-Y
en eso tu eres un experto, Esquivo- Contraatacó la esbelta mujer sin volverse-
No he conocido ser mejor entrenado en la materia de sacarles hasta la sangre a
todos los que se involucran en una partida de cartas contigo-
-Es
que elijo a mis oponentes con cuidado, en la guerra, en la mesa… y en la cama-
Respondió el hombre con una sonrisa maliciosa.
-Sí,
sí, lo sé, tengo entendido que les llamas pichones o primos- Tecla se volvió
hacia él, alzando las cejas con una media sonrisa, preparando su dardo
envenenado- Dime una cosa; ¿Ese nombre es una forma de decir que te gustan
jovencitos, cercanos o con pajaritos pequeñitos?
Esquivo
estaba a punto de replicar involucrando a Yunque y Tarja en la conversación
cuando escuchó el grito de “Teneb” y vio a un agitado Ristra lanzar la mochila
al suelo y acercarse a grandes pasos.
-Cuidado,
Ristra- Advirtió Bálsamo incorporándose todavía un poco exaltado por la
influencia del éxtasis divino -Está descansando-
-¡¿Cómo
está?! ¿Qué le ha pasado?- Preguntó el cocinero reprimiendo las ganas de
arrodillarse y abrazarlo. Lágrimas de alivio corrieron por las mejillas del
hombre, que se las secó con la barba todavía a medio desteñir, dejando manchas
negras en su cara morena.
-Estaba
buscando erizos en las charcas como pediste, cuando sentí un ruido y lo
encontré aquí tirado- Explicó Truja omitiendo a lo que en realidad se había
dedicado- Creo que ha bajado por esa senda del acantilado-
-Y
yo lo he examinado, no tiene ningún tipo de ponzoña ni dolencia en el cuerpo,
solo cortes, rozaduras y una muñeca que debería entablillar Ánfora cuanto
antes, así que podemos estar orgullosos de que nuestro miembro más joven se
haya cuidado tan bien- Informó Bálsamo con su tono habitual recuperado- A
propósito, ¿Dónde está?-
-Dentro
del lucernario con el cuco, el sargento y el capitán- Explicó Ristra torciendo
el gesto- Intentando convencer a Martillo de que tiene que haber otra manera-
-¿Convencer
al capitán? Tendría más suerte probando con las piedras- Opinó Truja sacudiendo
la cabeza.
-Hay
que intentarlo- Defendió Ristra- No todos somos partidarios de matar a las
primeras de cambio-
-Cierto
es, pero estoy segura de que no tengo que recordarte que esto es una brigada
del cuarto ejército, no el consejo popular de una ciudad estado- Replicó Tecla
con suavidad- No hay espacio para el debate filosófico en un lugar como este-
-Está
el decreto de opinión, con lo que todo soldado tiene derecho a que su opinión
sea escuchada- Repuso Bálsamo- Pero al final la última palabra está en manos
del capitán… y he de decir que he conocido barras de hierro más flexibles que
Martillo-
Ristra
quiso decir algo, pero terminó por permanecer en silencio, sabiendo que tanto
Tecla como Bálsamo tenían razón. Tyr Valeron, siempre pragmático, se encogió de
hombros, se limpió la mugre de las calzas de cuero negro y se alejó sin decir
una palabra. Truja se incorporó y le puso una mano en el hombro al cocinero y
Esquivo y Tecla se miraron sabiendo lo que al final pasaría.
-¿Qué
va a hacer el capitán?- Preguntó dolorido el niño abriendo los ojos.
Teneb
rodó por entre los guijarros dando varias vueltas y corrió como una flecha
preparado para usar la magia de nuevo si Tecla o Esquivo se acercaban
demasiado. Tratando de cubrir la dirección del salto, ambos habían corrido en
direcciones opuestas para cortarle el paso, pero el mago había sido más astuto
y había elegido aparecer tras unas rocas que les obstaculizarían alcanzarlo.
Tras él, le llegaron los gritos de alarma de que lo habían descubierto junto a
las súplicas de Ristra de que se detuviese, de que ni estaba en la condición
adecuada, ni aquella era la manera correcta de hacer las cosas. Teneb los
ignoró, como ignoraba el dolor de sus pies descalzos o la sed que todavía no
había saciado y desapareció en la oscuridad de la gruta que conducía al lucernario.
-Magos
de mierda…- Maldijo Tecla jadeante trotando tras el mago con intención más de
seguirlo que de atraparlo. Esquivo lanzó un gargajo de aprobación a las rocas y
aguardó al pie del angosto camino de rocas a que llegase.
-Vamos,
no quiero perderme el primer buen espectáculo que tenemos desde que zarpamos-
Apremió a su compañera antes de ascender ágilmente por el angosto camino rocoso
donde brillaban las pisadas ensangrentadas del mago.
En
apenas unos pocos pasos, la estrecha senda se abrió a una pequeña caverna con
el techo lleno de diminutas aberturas por las que penetraban intensos rayos de
luz solar, convirtiendo la oscuridad en una agradable penumbra. A una escasa
vara del camino, una pequeña caída terminaba en una enorme piscina natural mecida
por el viento que entraba en un único acceso en barca que obligaba a quien
remase a hacerlo agachado.
Era
un lugar idílico, ideal para descansar y atiborrarse de peces, si no fuera por
los agudos quejidos del mago.
-¡Por
favor, venerable! Busque la piedad en su corazón… ¡No puede hacer eso!-
Esquivo
avanzó con cuidado para evitar caerse y dobló la esquina del camino hacia la
parte de la cueva donde todavía reinaban las sombras. Temblando contra la
pared, dos cuerpos adultos sollozaban y buscaban con sus oraciones una salida
que sabían que no iban a encontrar. La imponente figura de martillo, iluminada
por uno de los rayos de luz solar, se erguía en silencio, impidiendo el paso
del sollozante niño mago que suplicaba arrodillado. Tras él, la figura rechoncha
de cabellos plateados de Ánfora y la mole de Yunque vigilaban al muchacho,
mientras una figura enmascarada de porte masculino observaba a unos cuantos
pasos de distancia.
-Cálmate
muchacho, cálmate- Susurró Ánfora apretándole los hombros- Ten calma, todavía
no ha pasado nada-
-¡Venerable!
¡Tiene que haber otra manera!- Insistió el niño con un fuerte chillido.
-Ya
no tienes que llamarme así, mago auxiliar- Dijo Martillo con voz tranquila-
Nuestra mascarada ha sido descubierta y creo que fui claro al respecto de lo
que sucedería en este caso cuando zarpamos-
-¿Cómo
lo sabe? ¿Han intentado atacarnos?- Cuestionó el mago secándose las lágrimas
con la mano hinchada.
-Chico,
ha debido de darte demasiado el sol- Gruñó Yunque divertido- Están atados, el
padre con un brazo roto por imbécil y el niño inconsciente, claro que han
intentado atacarnos- Ánfora lo fulminó con la mirada, pero el gigante lo
ignoró.
-No
me refiero a eso- Contestó el mago con la mirada centrada en el serio rostro
del capitán- Tal vez piensen que somos piratas burdeni…-
-Entonces
saben que les cortaremos la cabeza y ahora están haciendo las paces con sus
espíritus pez- Cortó Yunque con brusquedad- Esos no dejan prisioneros, porque
saben que hablan más fácil los vivos que los muertos-
-Yunque
tiene razón- Intervino Tecla, sobresaltando al alquimista- Los saqueadores
burdeni no tienen piedad, pero además el niño intentó decapitarme con un
cuchillo de pescado mientras dormíamos-
El
mago se giró para mirarla con una mueca de extrañeza y permaneció en silencio
un instante, intentando reorganizar sus pensamientos, pero Martillo no esperó.
-Ahora
ya lo sabes, mago auxiliar- Dijo el capitán- Y sabes que no hay otro camino- El
resto de la brigada observaba en silencio al mago, pendientes de su reacción.
-Siempre
hay otro camino- Insistió el niño con la voz temblando de dolor y angustia-
Podemos dejarlos ir a cambio de un peaje-
-¿Tenemos
pinta de recaudadores, chico?- Resopló Yunque divertido. Tecla, Esquivo y Tarja
sonrieron.
-¡No
estoy hablando contigo, soldado!- Estalló el mago volviéndose hacia él con los
ojos desorbitados. Yunque perdió la sonrisa y su expresión se endureció,
apretando los puños.
-Estás
hablando conmigo… y te estoy escuchando- Habló Martillo sentándose sobre una
rodilla para enfrentar su rostro al del muchacho- Dime, mago auxiliar Teneb;
¿Qué clase de peaje?-
Teneb
quiso responder, pero se detuvo. Aunque el barbado rostro del capitán
permanecía imperturbable, sus ojos en cambio brillaban con una furia controlada
que le advertían que cuidara mejor sus pasos. Respiró hondo, intentando
controlar el intenso temblor que lo envolvía.
-Puedes
hacerlo Teneb, puedes salvarlos- Se dijo recordando el ramillete de bayas
engullido por el acantilado.
-Cortadles
la lengua para que no puedan hablar a nadie de nosotros- Propuso. Al
escucharlo, el pescador y su mujer empezaron a chillar y retorcerse.
-Una
idea interesante, que el sargento Trujillo ya ha propuesto- Respondió Martillo-
Y te diré lo mismo que a él: Todavía pueden ver y todavía pueden escribir-
-¿Pero
qué importa que sepan que los han asaltado? Obligadlos a ir hacia el oeste,
rumbo a las costas galarias y que empiecen una nueva vida allí- Insistió el
mago- No todo tiene que terminar con un baño de sangre, capitán-
La
suave voz de Tyr Valeron surgió de entre las sombras: -Odio romper tus
esperanzas, pero todo el que sepa algo de navegación sabe que ese tipo de barco
nunca llegará a Galaria-
-Tyr
Valeron tiene razón-Suspiró Tecla a suficiente distancia como para que su voz
se llenase de eco- Cualquier tempestad interior del lago destruiría el barco
como si fuera de papel-
-Por
no mencionar- Intervino la figura enmascarada con un extraño acento de porte
refinado- Que sería infinitamente más problemático para nuestra empresa que
estos pobres desgraciados llegasen a un puerto galario que a territorio
burdeni.-
-El
cuco tiene razón- Concedió Martillo alzándose de nuevo, dando por concluida la
disputa- Debe ser rápido y compasivo, con un solo golpe: ¿Algún voluntario?-
Truja,
Esquivo, Tecla y Yunque dieron un paso adelante para indicar que se ofrecían a
terminar con el sufrimiento de aquellos pobres diablos. Yunque aprestó la maza
y avanzó sin esperar confirmación, pero el mago extendió el brazo bueno para
detenerlo.
-Ánfora
puede preparar alguna poción para hacerles olvidar sus vidas- Sugirió señalando
al viejo alquimista que le devolvió una mirada entristecida- Es una opción no
violenta que…-
-Lo
siento, Teneb, se tardan varias jornadas en preparar ese brebaje y me faltan
varios componentes que hay que conseguir frescos- Negó Ánfora sujetándolo de
los hombros- Ven, muchacho, tengo que atender tus heridas y tu tienes que
contarme cómo has llegado hasta aquí- Trató de apartar al mago, pero este se
zafó de su abrazo.
-No
podemos matarlos- Negó con nuevas lágrimas corriendo por sus mejillas- No son
soldados enemigos, solo buena gente con la mala suerte de habernos conocido…-
-La
buena gente también muere- Lo consoló Ánfora atrayéndolo hacia él para arroparlo
y sacarlo de allí. Tecla se descalzó para cubrir los destrozados pies del
muchacho.
-No,
no tiene que ser así- Gruñó Teneb secándose las lágrimas. Ánfora parpadeó
sorprendido un instante, Tecla frunció el ceño, anticipándose a lo que
pretendía hacer.
Los
vientos de Tlannatl se vertieron alrededor del mago, comenzando a girar a gran
velocidad en forma de reloj de arena. Teneb sintió el éxtasis arcano que le
imponía averiguar qué pasaría si le clavaba a alguien una daga en el ojo y
respiró hondo para contenerlo con su fuerza de voluntad.
-Puedo
hacerlo- Se dijo para reforzar su determinación- Puedo salvar al inocente,
puedo evitar el sufrimiento- Agitó la mano, enviando los vientos en forma de
escudo hacia la pared al tiempo que se protegía a sí mismo. Al otro lado,
Truja, Ánfora y Tecla intentaban sin éxito llegar hasta él. Esquivo le miraba
con pena meneando la cabeza, dejando que el viento lo arrastrase y Yunque se
reía sin dejar de caminar hacia los prisioneros.
-No
lo harás- Negó envolviendo a Yunque en los cálidos vientos- No si puedo
evitar…-
El
puño del capitán atravesó la barrera y se estrelló contra su espalda con tanta
fuerza que el mago pensó que se había partido la columna. El golpe lo lanzó al
suelo de la caverna y antes de que pudiera pensar en levantarse la bofetada de
Martillo le atravesó el rostro, cegándolo momentáneamente.
-Has
cruzado una línea que no voy a tolerar, chico- Sentenció el capitán
inmovilizándolo por completo con sus enormes manos. En la caverna sólo se
escuchaban los gemidos de los pescadores y el murmullo del agua.
-¿Qué
crees que es esto?- Le espetó con un tono terrible- ¡¿Una historia de taberna?!
¡¿Una fábula galaria?! Esto es la guerra, chico. La guerra, y tú nada más que
un soldado. ¿Crees que por haberte ganado un nombre en Dallan eres más que eso?
Te equivocas. No eres nada, por mucha gratitud que tenga esta brigada contigo,
no eres nada, nada más que otro miembro del cuarto ejército y una herramienta a
su servicio- El muchacho trató de debatirse, pero Martillo le retorció la oreja
hasta hacerle gritar- Escuchame; esta gente, morirá. Es cierto que no lo
merecen, pero creo que ya es hora de que sepas que la vida no es justa. Ellos
morirán porque somos soldados y seguimos órdenes de nuestros superiores. Porque
la misión lo requiere y porque podemos y debemos eliminar cualquier rastro que
ayude a alguien a detectar nuestra presencia en tierra enemiga-
-Ya
basta, capitán- Pidió Ánfora casi en tono de súplica. Sin embargo Martillo no
se detuvo.
-Has
dicho que puedes salvarlos, pero te diré algo Teneb de la Academia de Ishvilla;
No puedes, como tampoco pudiste hacer nada para evitar que te expulsaran. No
puedes salvarlos porque yo estoy en tu camino y soy un obstáculo que no puedes
superar. Un obstáculo que siempre aparecerá, con mil rostros y mil voluntades,
cada vez que lo intentes, porque no eres nada más que un niño que juega a ser
un héroe- Teneb no respondió, su boca se abría y cerraba como un pez recién
sacado del agua. Las lágrimas fluían sin llanto y los vidriosos ojos miraban
sin ver hacia ninguna parte.
-El
muchacho ya no está, capitán- Dijo Esquivo con amargura.
Martillo
contempló unos instantes al destrozado mago, se levantó y miró con dureza a
toda la brigada antes de hablar:
-Ánfora,
Ristra, ocupaos de sus heridas- Ordenó- Esquivo, Tecla, Tarja, hundid el navío-
Se volvió hacia Yunque -Hazlo-
Yunque
empuñó la maza y se acercó a los prisioneros caminando con lentitud. Su sonrisa
se había perdido con las palabras del capitán y no podía evitar sentir pena por
el joven.
-No
es más que un niño idiota- Se dijo, molesto con sus propios pensamientos. -El
niño tiene que romperse para que, a través de sus grietas, nazca el espíritu
del hombre- Levantó la maza, buscando el mejor ángulo para aplastar el cráneo
del pescador sin sufrimiento.
-Espera-
Dijo Múo en común intentando hacer un gesto con la mano. Sorprendido, Yunque se
detuvo y bajó la maza en silencio.
-No
hablo muy bien tu lengua- se disculpó- pero como hombre, ¿Puedo pediros un favor?
¿Una última gracia?- Yunque miró a Martillo sin saber qué responder. El capitán
suspiró y se acercó hasta el gigante.
-¿Puedo
pedir que perdonéis la vida a mi hijo? Que lo llevéis a lugar seguro o le
dejéis regresar al barco…-
-Me
temo que no, hundiremos el barco antes de marcharnos-
La
esposa del pescador sollozó con fuerza, Múo en cambio permaneció en silencio un
largo minuto antes de continuar.
-En
ese caso, adelante, que sea rápido y os pido por favor que cuando terminéis, dejéis
nuestros cuerpos atados en cubierta, para que cuando estemos en el fondo del
lago, alimentemos a los baijíes como ellos nos han alimentado a nosotros
durante tantos años… así, el ciclo se cerrará y nuestras almas podrán descansar
en paz- buscó el pie de su esposa con su sandalia para calmarla y la arrulló
con un canto unos segundos antes de continuar -¿Puedo confiar en que haréis
eso?-
-Sí,
puedes- Asintió Martillo. El pescador lanzó un profundo suspiro de alivio que
hizo más presente el temblor de su voz.
-Siempre
le he dicho a mi hijo que no se debe temer a la muerte- Dijo entre sollozos-
Pero ahora que está a punto de llegarme, temo…- su voz se rompió.
Martillo
se apartó y dio la orden con un gesto. Yunque avanzó en silencio, alzando la
maza. La primera en caer fue la mujer, con un golpe que arrojó parte de sus
sesos contra la pared. Múo chilló, pero no se movió y el golpe lo convirtió en
un bulto inmóvil en el suelo.
El
verdugo soltó el arma ensangrentada y agarró al niño burdeni con toda la
delicadeza de la que fue capaz. Inspiró hondo para prepararse y recordó que
aquel mocoso había estado a punto de matar a Tecla la noche anterior.
El
cuello cedió como una ramita seca, con un chasquido tenue que resonó en toda la
cueva.
El
capitán cerró los ojos y respiró hondo, dejando que el silencio inundase de
nuevo la penumbra de la cueva.
-Yunque,
llevatelos y átalos al mástil del barco. Si te das prisa, alcanzarás a Esquivo
y los demás- Ordenó.
El
gigante se cargó los tres cuerpos sobre el hombro y desandó el camino hasta la
playa con paso rápido, ignorando las gotas de sangre que le salpicaban la
espalda. Fuera, Ánfora administraba gotas de una solución verdosa al mago
desmayado mientras Bálsamo le vendaba con cuidado los pies. Los tres evitaron
mirarlo cuando pasó a su lado y Yunque no se detuvo; No había necesidad.
Tarja
terminó de afianzar la soga alrededor de los tres cadáveres con un fuerte tirón
e hizo una mueca de desagrado al ver el charco de sangre que se extendía por la
cubierta del Zelam. La mujer amaba el combate, había nacido para la guerra,
pero no disfrutaba con las ejecuciones.
-Aunque
sean necesarias- Pensó observando la figura encapuchada más pequeña. El hijo
del pescador se habría llevado a uno de sus compañeros por delante si el
imbécil de Yunque no se lo hubiera impedido. Y no a cualquier compañero: Habría
matado a Tecla. Una de las pocas almas con las que sentía que tenía algo
parecido a una amistad. El solo acto de pensar en un mundo en el que no
estuviese la espadachina bocazas se le hacía pesado, casi doloroso.
Y
pese a todo no podía culparlo, aunque tampoco perdonarlo. Respetaba el coraje
suicida del crío, probablemente nacido de la necesidad de defender a su
familia, pero al mismo tiempo, le hervía la sangre tan solo al pensar en cómo
habría reaccionado si el niño sin nombre hubiese matado a su querida e
irritante Tecla.
-Te
habría arrancado las tripas sin remedio y me las habría comido fritas con tu
corazón y tu hígado- Gruñó a modo de despedida antes de alejarse para ayudar a
Tecla y a Yunque con el hundimiento del navío.
-No
me hagas mucho caso, pero creo que están muertos- Comentó Esquivo subiendo las
escaleras sin esfuerzo. Tras él, el crujido de la madera resonó en la bodega,
seguido del gorgoteo del agua fluyendo a través de la grieta en el casco.
-No
lo dudo, pero no se si despedir a los muertos con una maldición es lo más
sensato dadas las circunstancias- Picó el hombre buscando el contraviento para
evitar el olor a sangre.
-¿Crees
que le temo al fantasma de un niño?- Respondió la robusta mujer de cabellos
color sangre desafiando a los cadáveres con la mirada- Que venga si quiere a
por mi alma y que se ponga a la cola detrás de todos los demás-
Esquivo
rió para sus adentros, imaginando una larga cola de fantasmas ensangrentados
peleando entre sí para ver quién de ellos reclamaba el alma de su asesina. Lo
cierto es que la guerrera tenía razón, los huesos inquietos de un niño burdeni
no parecían tener una mano ganadora en aquel asunto.
-Tienes
razón, seguramente no tienes nada que temer- Concedió con tono divertido y al
ver la calva de Yunque se apresuró a añadir- Además, seguro que van primero a
por Yunque, que es al fin y al cabo su asesino-
El
gigante se encogió de hombros sin morder el anzuelo y trepó hasta la
ligeramente inclinada cubierta. Tras él, Tecla subió por la escaleras con las
ropas empapadas hasta la cintura.
-¿Cuánto
tiempo tenemos antes de que se vaya a pique?- Quiso saber Tarja.
-Hemos
hecho tres boquetes, yo calculo que alrededor de una campanada- Respondió Tecla
colocándose a su lado.
-Genial,
¿Alguien tiene una campana?- Preguntó
sarcástico Esquivo sonriendo al ver el gesto obsceno que le dedicaba Tecla como
respuesta.
Los
cuatro soldados se miraron brevemente antes de disfrutar del silencio y la
calma que se respiraba en la bahía. Al otro lado de las resecas colinas, el
implacable aliento del desierto los aguardaba de nuevo, casi invitándolos a sus
ardientes arenas e interminables dunas, donde los únicos líquidos que existían
eran el que protegían con un fervor casi fanático y el que recorría sus
cuerpos.
Rodeados
de tanta agua, costaba mucho pensar que quizás en menos de un día volverían al
interior del infierno.
El
estallido de la madera y la sacudida del navío al empalarse contra una roca los
arrancó de sus pensamientos. Tecla maldijo al golpearse con la cabeza contra la
borda y Yunque se desperezó con un
bostezo.
-Hemos
tocado fondo…- Comentó estallando los nudillos.
-En
más de un sentido- Bromeó Esquivo sin abrir los ojos.
-No
seáis imbéciles, es imposible que estemos en el fondo- Contestó Tecla dolorida-
Hemos debido de chocar contra un arrecife o un bajío, maldita sea mi alma-
-¿Y
qué hacemos? ¿Lo dejamos así?- Preguntó Yunque mirando confundido el agua.
-Si
la idea es no dejar cabos sueltos, mejor no dejar un barco entero que alguien
pueda investigar- Respondió Esquivo pensativo - Aquí la pregunta es cómo lo
hacemos desaparecer… ¿Tecla?-
-Bajar
de nuevo a la bodega es demasiado peligroso- descartó Tecla pensativa- Dejadme
pensar un momento…-
-Si
tuviéramos un mago- Comentó Tarja corrigiendo su postura para adaptarse a la
cada vez más pronunciada pendiente del barco.
-Lo
tenemos, aunque ahora mismo no sirva de mucho- Respondió Esquivo, captando las
intenciones de Tarja.
-Aunque
estuviera despierto, creo que los poderes de Teneb no sirven para eso- Cortó
Tecla exasperada -¿Habéis visto que ese niño haya hecho daño a alguien con su
magia?-
-Justo
a eso me refiero- Replicó Tarja- Ya nos ha quedado claro que no es un soldado,
que no está hecho para el combate y que…-
-No
quiero herirte, Tarja- La cortó Esquivo con un tono que contradecía totalmente
sus palabras- pero ese niño que no es un soldado se ha ganado un nombre, a
diferencia de todos los aquí presentes, sin importar su veteranía- Al reparar
en el significado de sus palabras, el rostro de la guerrera se ensombreció y
Esquivo decidió que lo mejor que podía hacer era dejar a Tecla pensar tranquila.
Tarja
se dispuso a contestar, pero decidió permanecer en silencio: Las palabras de
Esquivo, aunque eran ciertas, no tenían por qué reñir con las suyas propias.
Que el joven Teneb se había ganado a pulso ese nombre era tan cierto como que
ni su cuerpo, ni su alma se doblarían y moldearían ante los fuegos de la
guerra. Aun así, tomó nota de la cuchillada camuflada entre la verdad y la
añadió a las muchas afrentas que convertían al cabo Esquivo en una alimaña
timadora e indeseable.
-Casi
tanto como el puto idiota de Yunque- Gruñó para sus adentros fulminando con la
mirada al despreocupado gigante calvo.
-Tengo
una idea- Hizo saber el infante pesado- No tenemos un mago, pero tenemos un
alquimista. Solo necesitamos un poco de polvoardiente y…- Hizo un gesto que
simuló el barco saltando por los aires.
-Es
una idea fantástica- Comenzó Esquivo, tratando de controlar las ganas de reír-
Pero si queremos hundir el barco es para evitar que alguien sepa que estamos
aquí, causar una explosión que se escuche a leguas de distancia no nos ayudaría
demasiado-
-¿Qué
te tengo dicho acerca de eso que llamas pensar, Yunque?- Se burló Tecla sin
miramientos.
-¿Y
entonces cómo lo hacemos?- Gruñó el infante irritado.
-No
lo sé, pero desde luego no vamos a volar el barco con alquimia- Respondió
Tecla. La espadachina se dio la vuelta, intentando recobrar sus pensamientos,
cuando un temblor mucho más fuerte golpeó la cubierta , obligándola a agarrarse
a la borda para no caer al agua. Esquivo, que no había tenido tanta suerte, emergió
tosiendo mientras los crujidos del moribundo navío se hacían cada vez más
fuertes.
-¿Qué
mierdas ha sido eso?- Preguntó molesto subiéndose al bote.
-¡Creo
que el casco se ha partido y el barco se está partiendo en dos!- Respondió
Tecla mirando como las tablas de la proa del barco pesquero cada vez se
tensaban más.
-Entonces
asunto concluido, loados sean los espíritus- Agradeció Yunque saltando al agua
y nadando con largas brazadas hasta alcanzar el ancho bote.
-Sí,
vámonos de aquí- Se dijo Tecla saltando al agua cuando las primeras tablas se
rompieron con un fuerte chasquido. Tras salvar la distancia que la separaba del
bote, Tarja la ayudó a subir y los cuatro observaron como el casco rojo del
Zelam se sumergía lentamente en el agua, hasta que solo quedó el largo mástil
desnudo con los tres cuerpos atados que desaparecieron bajo las calmadas olas
de la bahía.
Concluido
el trabajo, Yunque comenzó a remar de vuelta a la playa y los cuatro
abandonaron el naufragio sin mirar atrás.
Las
profundidades de la bahía recibieron los restos del Zelam y a sus ocupantes con
delicadeza, depositando cada pieza del navío entre las algas y el fango, donde
antes de caer la noche ya eran hogar de los moradores del lago. Y así, con el
paso de los días, el mástil carmesí fue recorrido por cangrejos, babosas,
sanguijuelas y toda clase de carroñeros en busca de alimento.
Pero
ninguno de ellos, ni siquiera las mentes más simples que se arrastran entre los
filos del mundo de los vivos y de los muertos, se acercó a los tres cuerpos. Permanecieron
allí, intactos, olvidados tanto por la descomposición como por los grandes
espíritus del lago.
Suspendidos
en una silenciosa vigilia entre el cieno y la oscuridad.
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