La Caza I

La luz agonizante del Trono iluminaba con un tenue resplandor crepuscular la loma pelada por la que tres jinetes y un enorme ogro avanzaban al paso. Desde la posición ventajosa de la que actualmente disfrutaban, los jinetes observaron la estela de una enorme polvareda que avanzaba en paralelo a través de las lindes de las estepas del recuerdo. El fenómeno, que fácilmente podría tildarse de pequeña tormenta de arena por un ojo inexperto, se desplazaba de forma errática en un extraño zigzag que dejaba entrever de vez en cuando un par de enormes y poderosas extremidades escamosas.

Sin mediar palabra ni gesto, los tres jinetes detuvieron sus monturas y el ogro giró la cabeza y clavó su único ojo en la vorágine que se acercaba.  Sus piernas todavía ardían por la carrera así que las flexionó con un sonoro crujido para desentumecerlas y se rascó la cabeza con una uña del tamaño de una daga antes de hablar con un tono rasposo y gutural. 

-Tiene pinta de tener hambre. Igual los granjeros de Brontasiedra han sido su última comida después de todo. Damus, me vas a deber cinco anclas de plata-

El interpelado, que era un joven robusto de caballera negra y ojos verdes, sonrió levemente mirando de reojo al enrojecido ogro mientras sujetaba en una mano las riendas de su caballo. -Las pagaré con gusto una vez le abras las tripas para averiguarlo- respondió con tono jovial. 

-No dudes que no me quedaré sin mis monedas, hombrecillo. Si no tiene nada dentro, ya encontraré alguna piedra en forma de cráneo para engañarte- Repuso el ogro balanceando la enorme clava del tamaño de un árbol con fuerza.

-¿Habéis terminado?- Cuestionó con tono mordaz Erenia mientras acariciaba la empuñadura de sus espadas cortas con más cariño del que jamás le daría a un hombre. -El cabrón va a llegar a Altoimperio para cuando dejéis de mediros los egos- Resopló con impaciencia. 

-Tengo línea de tiro contra la presa- Los interrumpió con voz desapasionada, casi aburrida, el siempre profesional Carcian. Con un gesto fluido y un chasquido convocó la forma de arco largo de su hoja durmiente y se ajustó los anteojos. – Además de nueve flechas y estimo que siete darán en el blanco si he leído correctamente su movimiento. Cuando os canséis de discutir, podéis tomar posiciones y esperar la señal- Señaló sin esperar respuesta antes de espolear a su caballo manchado y alejarse al trote.

Sus compañeros se miraron brevemente y recitaron para sí la letanía durmiente antes de preparar las armas, ajustar las monturas y lanzarse a toda velocidad colina abajo. A pesar de no ir a caballo, el ogro mantuvo el ritmo mientras descendía por la árida y desnuda ladera junto a los dos cazadores con la clava de colmillos en ambas manos. El aire caliente de las estepas se adelantó para recibirlos y los golpeó con la fuerza de una bofetada pero los curtidos cazadores no se amilanaron y espolearon con mayor ímpetu a sus monturas al tiempo que preparaban las armas; Damus blandía su forma de mandoble a dos manos mientras Erenia usaba una espada corta envenenada como complemento para su hoja durmiente aletargada. 

Entonces, a lo lejos, sonó un estallido. Polvoardiente puro arrojado con fuerza al suelo. 

Se había dado la señal.

Con un rugido que debió de oírse a no menos de una legua a la redonda, el ogro cargó a toda velocidad adelantando a sus compañeros que partieron en direcciones opuestas.  Sorprendido por el desafío, el torbellino de arena y roca que era el dracoligio detuvo su avance y se giró de un salto para localizar la fuente del sonido lanzando un terrible rugido gutural acompañado de varios charcos humeantes de saliva ácida. Tras un segundo de confusión, la criatura de más de treinta metros de envergadura localizó al ogro y a los dos jinetes y agitó la enorme y larga cola espinada levantando una cortina de arena y polvo a su alrededor al golpear el suelo. 

-Se prepara para atacar- analizó Carian desde la seguridad de su escondite entre unos peñascos de la árida loma. La distancia que le separaba de la refriega era mucho mayor que el alcance de cualquier arco pero el cazador no se preocupó, pues siempre había creído que la perfección solo podía mostrarse en su máxima gloria mediante un desafío.

 -Las notas del maestro Edaes eran incorrectas entonces. Primero levanta la nube de arena arrastrando la cola y luego escupe desde su interior- Con la calma nacida de la arrogancia y la búsqueda de la excelencia, el cazador colocó una de las flechas en el arco de metal fluido y comprobó la estabilidad del frasco que llevaba atado al mástil de la saeta una vez más. Si fallaba o la reacción no era lo suficientemente potente, atravesar las duras escamas de la criatura sería algo mucho más difícil de lo que planeaban en un principio. 

Inspiró… tensó el arco preparando el tiro, el arma durmiente se retorció de anticipación dentro de su sueño, anhelando sangre. Carian corrigió la postura y sonrió cuando sus entrenados ojos vislumbraron una fugaz sombra en el interior de la nube. 

Fue suficiente.

Espiró… vaciando el aire retenido de sus pulmones y con él la flecha salió disparada trazando un arco ascendente que terminó haciéndola desaparecer dentro de la lejana nube. El sonido de la explosión alcanzó los oídos del arquero y lo hizo sonreír al ver al dracoligio estirar su cabeza de ofidio fuera de su escondite cegado por la ira y el dolor. Segundos más tarde, lanzó la segunda flecha y comprobó con satisfacción como la saeta arrancaba de la criatura un profundo alarido de dolor. 

-Dos de dos- susurró con cariño a su arma durmiente antes de colocar la tercera flecha.

Acosada por las dos explosiones, la cola de la criatura barrió con fuerza el suelo forzando al ogro a rodar hacia un lado para esquivar la espinosa extremidad que estuvo a punto de alcanzarlo. 

-¡Tírate a tu puta madre!- rugió el ogro  volteando de nuevo la enorme clava tras incorporarse de un salto. En respuesta al desafío, un esputo del tamaño de un carro de color blanquecino emergió de la nube, forzando al ogro a arrojarse a un lado para esquivarlo. Al contacto con el ácido, el suelo arenoso comenzó a burbujear, vitrificándose rápidamente.

 -Si eso nos golpea, estamos acabados…- pensó Damus mientras espoleaba a su caballo para flanquear a la criatura empuñando el pesado mandoble a una mano. Haciendo gala de su pericia como jinete, condujo a su montura hasta lo que esperaba que fuese la retaguardia de la criatura y se colocó en posición de carga, aferrando el mandoble con ambas manos mientras guiaba a su fiel corcel con calculados golpes de las piernas. 

-¡Espadas durmientes, cargad!- aulló tratando sin éxito de imponerse ante el estruendo combinado del ogro, la tercera explosión y los rugidos de la criatura. Espoleó entonces a Menara para cargar al galope y se concentró, alzando el mandoble sobre su cabeza y preparándose para atacar en cuanto tuviera a la vista su objetivo.

Brazofuerte recortó distancia con la bestia sin dejar de escudriñar la creciente nube de polvo. El dolor del veneno de la espina parda del tamaño de una espada que se le clavaba en el brazo izquierdo era suficiente para hacerle fruncir el ceño y jadear pero no para hacer que se retirara de su papel de cebo. Al contrario, sabiendo que era improbable que el veneno acabara con él gracias a su extraordinaria resistencia, la ira contra sí mismo por su descuido y contra la criatura le daban nuevas fuerzas. 

Una tercera explosión sacudió la nube de polvo que envolvió al ogro por completo obligándole a cerrar los ojos y a guiarse por sus otros sentidos. El silbido de la larga cola lo previno, dándole tiempo a lanzarse al suelo y rodar sobre su espalda, partiendo la espina clavada en el proceso y esquivando por los pelos el golpe de la criatura. 

-¡Aquí, bastardo serpentino comearenas!- Se burló mientras se incorporaba con una agilidad inesperada en algo tan grande. 

-¡He venido a hacerme unas buenas botas de piel de serpiente!- la amenazó blandiendo la clava. Sin embargo, la bravata estuvo a punto de salirle muy cara cuando la criatura se abalanzó sobre él, derribándolo con el golpe de una de sus poderosas patas. Las grandes garras de la bestia desgarraron la armadura de cuero de draco del ogro, raspando además la piel tan dura como la propia armadura que yacía debajo. Aplastado bajo el peso de la criatura, el ogro lanzó un alarido de rabia y descargó la clava con toda la fuerza de su brazo sano contra la pata de la criatura, clavando los dientes de draco del arma hasta el hueso. Rugiendo de dolor, el dracoligio retiró la pata herida de forma instintiva y el aturdido ogro aprovechó para alejarse rodando. 

Damus se internó en la nube de polvo y entrecerró los ojos hasta convertirlos en dos finas rendijas con el fin de vislumbrar su objetivo; la terrible cola del dracoligio. Si sus cálculos eran precisos, un golpe en salto de su mandoble contra la base de la cola en el espacio entre las vértebras debería ser suficiente. Damus alzó todavía más el mandoble al distinguir la alargada sombra de la criatura y flexionó las rodillas preparándose para saltar. 

La explosión lo arrancó de la silla como un muñeco de trapo y lo lanzó por los aires, derribando también a su montura. El mandoble se perdió en la tormenta y Damus Hutter aterrizó con fuerza sobre su brazo izquierdo, que quedó posicionado en una forma tan extraña como inquietante. Durante un instante, el joven cazador pensó que se había partido la espalda a juzgar por el dolor pero tras estirarse para comprobarlo sus temores se disiparon.

 -Ah, mierda- maldijo tratando de volverse boca arriba e ignorar el agudo dolor del brazo dislocado. 

-Carian, bastardo egocéntrico- balbuceó entre toses mientras trataba de ponerse en pie usando su brazo bueno. -Voy a matarlo, maldito voirisch...- farfulló débilmente arrastrándose en dirección contraria a la refriega. 

-Necesito... necesito a Nareas ¿Dónde estás, maldita espada presuntuosa?-  pensó. El brazo le dolía más de lo esperado y sentía una mayor cantidad de sangre de la que le gustaría corriendo por su negra cabellera. Además, el polvo se le metía en la garganta y los ojos le lloraban a causa de la arena levantada por la explosión provocando que avanzara a tientas mientras la cacería se intensificaba a su espalda. 

Al otro lado de la nube de polvo las espadas cortas de Erenia atravesaron la membrana de piel de las alas delanteras de la criatura con facilidad, manchando de sangre negruzca su traje ceñido. Los rugidos de la criatura eran cada vez más desesperados en lugar de desafiantes y la nube de polvo comenzaba a despejarse. Sin embargo, la cazadora no se permitió relajarse y avanzó con las espadas cortas en alto. El silbido de la cola la alertó del peligro segundos antes de que la criatura ejecutara un barrido girando sobre sí misma, forzando a la cazadora a lanzarse al suelo de espaldas para esquivar la espinosa extremidad.

 -Uff, por poco. Bien por Carian y sus anotaciones. se dijo a sí misma mientras se levantaba de un salto y cargaba con la velocidad de una serpiente. Su presa intentó contraatacar de nuevo con la cola pero Erenia de las Espadas Durmientes era demasiado rápida y hundió sin esfuerzo sus afilados "colmillos" en el enorme torso de la criatura, introduciendo las hojas envenenadas hasta la empuñadura y soltándolas para retirarse y contemplar su agonía.

Cojo y envenenado por una ponzoña cuidadosamente creada para la ocasión, el dracoligio intentó huir abandonando la nube de polvo y trastabillando hacia el interior de las estepas. Su poderosa musculatura se retorcía en espasmos de dolor y cansancio, dejando además un rastro de saliva ácida procedente de la flácida mandíbula que Brazofuerte le había desencajado de un tremendo puñetazo con su brazo sano. La criatura trotó torpemente durante unos segundos antes de que la cuarta flecha le acertase en la espalda, arrancando trozos de carne que salieron volando en todas direcciones con la fuerza de la explosión.

 ¡Idiota, no le dañes los órganos! gritó Erenia corriendo tras la criatura que acababa de desplomarse. 

La mente del dracoligio luchaba contra la confusión mientras la vida lo abandonaba. Cinco comidas potenciales la habían vencido y ahora el dolor más intenso que jamás había experimentado se extendía desde su costado hasta engullir todo su cuerpo, paralizándolo por completo. La bestia sentía por segunda vez en su vida la imperiosa necesidad de huir pero el veneno de los colmillos de aquella criatura tan ágil hacía imposible esa opción. Presa de la desesperación más absoluta, agitó la cola con la intención de crear una nueva nube de polvo e intentar enterrarse. Sin embargo, esta vez el mandoble de Damus Hutter no erró el golpe y una nueva oleada de dolor y convulsiones atravesaron el cuerpo de la criatura cuando la espinosa y larga cola fue separada limpiamente del resto del cuerpo.

La cabeza de la criatura cayó sobre el suelo rocoso de la estepa, donde permaneció casi inmóvil, chorreando restos de saliva ácida por las irritadas glándulas salivares y con su ojo sano girando de forma enloquecida. Una por una, las tres sombras de sus presas la rodearon y la bestia sintió un pellizco de satisfacción al ver una de las espinas de su cola clavada en la más corpulenta. Desafiante, sacó la serpentina lengua con actitud amenazadora.

Aún en los últimos momentos de su vida, seguía siendo una orgullosa cazadora.

-Ni se te ocurra aplastarle la cabeza, ogro.- Advirtió una acuclillada Erenia a Brazofuerte. El ogro había llegado hasta el lugar en carrera fuera de sí y solo se detuvo cuando vio a Damus cortar la cola de la presa de un tajo, reclamándola como suya.

 -Me siento tentado de aplastarte a ti, camud.- Bufó antes de arrancarse sin aparente esfuerzo la espina clavada en su brazo. Un chorro de sangre oscura corrió por el brazo herido pero no le dio importancia. Heridas mucho peores había sufrido y a manos de criaturas mucho más venenosas. Erenia lo ignoró mientras deslizaba casi con cariño la afilada hoja a través del cuello de la criatura agonizante al tiempo que recitaba la letanía durmiente.

 -Todos morimos un día...- concluyó dando muerte al dracoligio.

Damus recogió el mandoble del suelo y cojeó hasta sus compañeros tratando de aparentar indiferencia ante el intenso dolor que sentía. Brazofuerte lo observó con atención, calibrando el castigo que había recibido el joven cazador sin considerar que el veneno de la espina que había llevado clavada podría haber superado la fortaleza natural a los venenos de la sangre negra de Damus, condenándolo a una lenta agonía sin remedio. 

-Ajajá, Hutter. Parece que has sufrido más de lo que esperabas, ¿Eh?- Barbotó el ogro con una risotada señalando el brazo inútil del cazador. 

-Ajajá, eres muy gracioso. – replicó el joven cazador malhumorado. -A todo esto... ¿No tienes una apuesta que comprobar?- 

El ogro se golpeó la cabeza con las manos con fuerza suficiente para partir un cráneo con facilidad. ¡Viudas! ¡Sí! ¡Ahora vuelvo! se despidió sacando un cuchillo de caza del tamaño de una espada larga de una vaina a su espalda

. -¡Alto ahí, cabezahueca!- lo detuvo Erenia alzando uno de sus colmillos. -¡Primero necesito extraer los ojos, la lengua, el bazo, el hígado, el corazón y los riñones antes de que lo abras en canal como si fuera un cerdo! Vuestra estúpida apuesta puede esperar.- Concluyó antes de arrancar el amarillento ojo del dracoligio con un sonoro ¡pop!, haciendo palanca con un cucharón de madera. Brazofuerte asió el cuchillo con fuerza, pero no dijo nada. Hasta el ogro sabía que la "cobra del alba" debía ser tratada con cuidado. 

-¡Olog!- llamó Damus al ogro. -Échame una mano con el brazo- Le pidió señalando el brazo que pendía inerte. El ogro, con la naturalidad nacida de la práctica, se acercó con una sonrisa con varios agujeros hasta su gimiente compañero. 

-Los humanos sois muy frágiles…- Señaló por enésima vez tirando del brazo con suma delicadeza, tal y como había aprendido que había que hacer para recolocarlos. Damus hizo una mueca y se mordió el labio con fuerza pero se negó a decir nada con tal de no darle la satisfacción al ogro.  

-A pesar de ser una espada durmiente, no puedo competir en dureza contigo, viejo amigo.- señaló moviendo débilmente el miembro recolocado.

 Gracias a la sangre negra, su resistencia al dolor era muy superior al de un ser humano normal pero aun así no pudo evitar caer de culo al suelo fingiendo sentarse de forma brusca. 

–Queda demostrado que ni siquiera un dracoligio puede, cazador. Y yo soy duro hasta entre mi pueblo, ¡Un auténtico pasoslargos que ha dejado en Sotobuche ocho trofeos! ¡Nueve si al final merece la pena llevarse el cráneo de este bicho!- Se pavoneó ufano.

 Damus frunció el ceño ante los aires de grandeza del ogro mientras tras ellos el sonido de una sierra contra el hueso llenaba el ambiente. -Erenia estará ocupada un buen par de horas.- pensó mientras se acomodaba en el suelo de roca con la mirada fija en el resplandor del trono. Un crujido rasposo le indicó que el ogro había hecho lo mismo. 

Enclavado a miles de leguas y protegido por montañas imposibles, la luz del eterno crepúsculo procedente del Trono se derramaba sobre el mundo. Una luz que en los momentos más oscuros parecía casi del color de las ascuas y que en los más brillantes era un suave fulgor dorado que hacía bailar retroceder a las sombras, casi como se decía que había hecho el desaparecido sol. Damus observó aquel fulgor que ahora se acercaba a un amarillo ocre que indicaba la media tarde mientras se masajeaba el brazo herido. 

-Estupendo, también tengo los dedos hechos migas- refunfuñó en voz baja planteándose como estrangular al bastardo de Carcian con una sola mano. 

-Olog, hazme un favor.-

-¿Otro?- Preguntó el ogro con un ruk-ruk que Damus identificó como risa contenida.

-Muy divertido, sí- gruñó intentando ocultar el creciente dolor que sentía -Ayúdame a recolocarme los dedos, creo que tengo el meñique y el corazón demasiado juntos para mi gusto. –

El ogro negó con la cabeza. –No puedo, muy pequeños para mí. Ya tengo que tratar tu brazo como una pluma, qué esperas que haga con esos palitos-

Damus iba a decirle exactamente qué podía hacer con los palitos pero se contuvo. El ogro era un patán orgulloso pero era su amigo. Además de tener fuerza suficiente para partirle el cuello de un manotazo si lo hacía enfadar.

Un orgulloso Carian apareció unos minutos después e ignorando el iracundo rostro de Damus dio un par de vueltas triunfantes alrededor del difunto dracoligio antes de descender al lado de la cabeza procesada de la bestia.

-Tres de tres- anunció con una deliberada falsa modestia acariciando el arco. En respuesta, el arma durmiente se estremeció de placer.

-No, dos de tres. – lo cortó Damus avanzando hacia él mientras temblaba de ira con el mandoble en su mano buena. –Y uno que casi me mata-

Anticipando el peligro, Carian espoleó su montura para alejarse un poco y trató de calmar a Damus adoptando un tono conciliador. –Lo siento, Damus. Sabes que mi intención era darle a la criatura pero con la nube de humo no pude hacer otra cosa que guiarme por las sombras... no sé qué puedo hacer para ayudarte. -

-A lo mejor acercarte y pelear por una vez cara a cara en lugar de solo preocuparte por tu reputación y tu ego. ¿Qué te parece?- 

El golpe no le dolió y tampoco lo tuvo en cuenta. Era evidente que Damus estaba fuera de sí más porque le había arrebatado la gloria más que por el dolor. Pero aun así era necesario maniobrar con cautela, pues no por nada Damus Hutter era una espada digna de temer a pesar de su corta edad. Sin duda no tan bueno como él mismo pero sí lo suficiente diestro como para resultar un enemigo formidable.

Carian hizo girar a Intrépida y descendió de su montura de un salto diseñado para hacer gala de su gran agilidad. Tenía que calmar a Damus pero no podía evitar pensar que aquel conflicto nacía del deseo de Hutter de demostrar lo que él ya había demostrado en decenas de ocasiones. 

“Sencillamente la excelencia y la perfección solo están al alcance de unos pocos elegidos dentro de cada arte y como cazador tú no estás en ese grupo Damus, por muy competente que seas.”

-Basta, puedo ayudarte con tus heridas pero envaina ese mandoble ahora mismo. Ya conoces las reglas de nuestra orden- Le advirtió.

Una sonrisa torcida y dolorida apareció en la barba incipiente y ensangrentada del iracundo cazador que no se detuvo. –Qué considerado por tu parte. Dime, ¿También vas a curarle las patas rotas a mi caballo?-

Brazofuerte comenzó a acercarse con pasos lentos y pesados al intuir que sería necesario separarlos. Dentro del dracoligio, el sonido de un serrucho serrando las costillas se detuvo.

-Ya sabes lo que dicen; Un cazador vale los cien caballos que cuesta. Además, ¿Cuantos llevas ya? Al décimo lo perdiste contra los acechantes que cazamos en la costa y eso fue hace ya…-

Damus sintió que su cuerpo se movía ajeno a su voluntad y como alzaba el mandoble lleno de ira. Parte de él quería rebanar a Carian por la mitad pero una parte mucho mayor le instaba a detenerse por lo que aquello no era cosa suya; parecía que Narea no iba a pasar por alto haber acabado polvorienta y ensangrentada.

Una daga recta y goteante de fluidos linfáticos se clavó a los pies de Carian con fuerza y Damus sintió una explosión de dolor en la mano que lo hizo gritar cuando Erenia, que también era la curandera del grupo, le recolocó los dedos de un tirón experto. El mandoble se soltó de sus manos y cayó al suelo, donde se agitó con frustración y desagrado antes de que su desdichado dueño cayese de rodillas sin respiración.

-Por última vez, necesito silencio para trabajar correctamente- gruñó mirando con fiereza a Carian. –Tú, ya tienes los dedos arreglados. Y tú, vete a la mierda antes de que te desplume, Carian el Pavo Real-

El aludido retrocedió como si le hubiesen asestado una bofetada pero no dijo nada. De todos los miembros de aquella escuadra de asesinos, probablemente Erenia “La Cobra del Alba” era el más peligroso. Porque no solo era una combatiente experta y letal con sus múltiples colmillos si no que también era una aguda estudiante de al menos tres vías de la alquimia y atesoraba dicho conocimiento por encima de casi todo. Incluidos, como Carcian había descubierto poco después de conocerla, sus propios compañeros.

-Tranquila, tranquila. Pero no soy yo quien ha amenazado a un hermano- Contestó alzando las manos y retrocediendo poco a poco. 

A decir verdad, esperaba que Erenia contestase con una réplica mordaz pero su compañera se giró en silencio y regresó junto al cadáver de la bestia para continuar con su sangriento trabajo. Ya que el proceso de putrefacción y la antinatural erosión de las estepas del recuerdo jugaban en su contra, convirtiendo cada segundo en un valioso tesoro que la cazadora no estaba dispuesta a desperdiciar.

Carian suspiró y llamó a Intrépida con un silbido para rebuscar en las alforjas y premiar a su estimada montura con una manzana reblandecida. Eso es, buena chica. Espero que Damus esté mirando porque voy a disfrutar viéndolo caminar de vuelta hasta Estem. Capullo ingrato. Pensó lanzando una mirada de soslayo al jadeante cazador que ahora se alejaba en busca de algún lugar solitario donde lamerse las heridas.

Casi tres horas de arduo trabajo más tarde, Erenia aseguró las muestras sobre la grupa de su caballo negro Berofonte y los cuatro cazadores comenzaron a alejarse al paso del lugar. Brazofuerte gruñía de vez en cuando decepcionado por haber perdido su apuesta y Damus pasó toda la jornada apretando los dientes y tratando de ignorar el dolor mientras seguía a sus compañeros cojeando. 

“Cualquiera que me viera en este paraje desolado pensaría que soy un prisionero de guerra antes que el compañero de estos malnacidos de corazón de hielo” Se lamentó. El enorme mandoble que llevaba a la espalda se agitó con enfado, haciéndole un pequeño corte a la altura del hombro. 

“Y para peor suerte, cierta idiota presuntuosa se niega a dormirse porque le ha entrado un poco de arena… ¡Se supone que somos compañeros! ¡Ten un poco de clemencia!” Pero para su desgracia, la hoja durmiente no se inmutó. 

A su alrededor el paisaje siempre cambiante de las estepas del recuerdo dibujaba extrañas dunas imposibles de arenas rosadas y verdosas ante la agonizante luz del Trono que, como si de un extraño efecto óptico se tratase, parecía provenir de las mismas arenas y arbustos filosos que salpicaban el terreno. Como si cada ser y fragmento de roca y polvo compartieran una fuente secreta de luz con la penumbra del mundo. Ante ellos y ajenas a la realidad de las estepas, las imponentes siluetas de las montañas quebradas se elevaban en un firmamento en el que hacía siglos que ya no existían estrellas, solo breves auroras de colores imposibles que habían traído la locura a muchos sabios que convencidos de la existencia de grandes presagios inscritos en sus fugaces formas.

Y cuando la luz se hizo ascuas y el sueño del Trono trajo la noche, los cazadores trataron de dormir al abrigo de sus peludas monturas, cobijándose de los vientos malsanos de la estepa con una pequeña caldera de hydris. Al cabo de unas horas solo Brazofuerte lo consiguió y sus ronquidos termino eclipsando incluso el rugido del propio temporal.

Comentarios

Entradas populares